Siempre supo que necesitaba actuar. Incluso antes de que tuviera del todo claro en qué consistía aquello. Lo importante era que, sobre un escenario, Vicky Luengo (Palma de Mallorca, 1990) sentía que estaba donde quería. Sin embargo, cuando ensayaba uno de sus primeros trabajos profesionales y comenzó a experimentar ataques de pánico, lo primero que se le pasó por la cabeza fue: «Van a pensar que soy mala actriz».
Le sudaban las manos, tenía palpitaciones y necesitaba salir corriendo de allí. « Lo superé acudiendo a terapia, hablando con los compañeros para que me ayudaran y contándoselo a todos los directores con los que he trabajado a partir de ese momento», explica con naturalidad.
Escarbando en lo que motivó todo aquello, la mujer que se reveló en 2021 como una detective implacable en la serie Antidisturbios o que visibilizó el éxodo rural de tantos urbanitas en Suro el año pasado, asegura que entonces se sintió humillada e insegura durante el proceso creativo. «Era muy joven y no supe poner límites. ¡Ni que fuera culpa mía!», remata como si no aceptara justificarse. «Hace tiempo que ya no me pasa». O al menos no le sucede de la misma manera.
Es casi la hora de comer de un sábado a finales de noviembre y Vicky Luengo está sentada en un estudio al norte de Madrid, en el barrio de Tetuán. Desde que abandonó su hogar en Barcelona para venir a la capital sólo ha vivido entre Huertas y Latina, y no acaba de ubicarse.
Entre semana está rodando Verano en diciembre, junto a Irene Escolar, Bárbara Lennie y Carmen Machi; en febrero estrenará Reina Roja, la esperada serie de Prime Video que adapta el bestseller de Juan Gómez Jurado y que protagoniza junto a Hovik Keuchkerian; y del 20 de diciembre al 7 de enero vuelve a los Teatros del Canal para representar Prima Facie, el monólogo de la abogada y dramaturga Suzie Miller por el que ha recibido críticas unánimemente elogiosas y que ha agotado las entradas función tras función.
Aunque esta vez no hubo sudores fríos de manos, sí que sintió mareos y protagonizó salidas precipitadas del escenario durante los ensayos. Vicky llegó a creer que no sería capaz de convertirse en Tess. «Antes de estrenar, no es que estuviera nerviosa, es que estaba aterrorizada», revive contrayendo el cuerpo. «Lo conseguí gracias a un equipo que me he ido haciendo con el tiempo: mi fisioterepeuta, una psicóloga y, por supuesto, mis amigas».
A día de hoy, después de cada representación evita quedarse a hablar con la gente del público que se le acerca y espera responder en algún momento a todos los mensajes que ha recibido. Para sobrevivir a esta experiencia, ha tenido que establecer cierta distancia y rodearse de gente querida cada vez que cae el telón.
«Una de estas personas que me acompañan en mi día a día me aconsejó que probase a recordarme, antes de salir al escenario, por qué decidí hacer esta función. No dije que sí porque quisiera lucirme como actriz, o al menos no era la razón principal. Todos queremos premios, el que diga que no creo que no dice la verdad, pero esta vez he conseguido que esa idea no me contamine. Acepté porque, cuando llevaba leída la mitad del texto, me puse a llorar sin parar hasta que acabé de leerlo. Prima Facie la hago por ellas, por todas estas mujeres, yo también, que hemos sufrido violencia machista y agresiones sexuales. Esto no va sobre mí, va sobre ellas. No puedo controlar el resultado, así que ahora me digo antes de salir al escenario: «No importa cómo salga, importa lo que tú dejes salir».
Con la primera lectura de Prima Facie, un monólogo que en el West End y en Broadway interpretó Jodie Comer (Killing Eve), le pasó lo mismo que con los guiones de Antidisturbios y Suro, por la que estuvo nominada al Goya como mejor actriz. Supo que, como en el escenario cuando era una niña, tenía que estar ahí. La diferencia es que, esta vez, también advirtió que el impacto personal sería profundo y la apuesta, decisiva.
«En la vida ya me había llevado palos y había crecido, pero en lo profesional no había sentido que hubiera sido valiente. Hace cinco años no me habría atrevido a gestionar así mi miedo, mi ansiedad o mi autoexigencia. Habérmelo demostrado a mí misma me va a dejar huella. También creo que nunca más voy a ver las agresiones desde un lugar gris. En el pasado he podido pecar de eso, de señalar a una víctima o dudar de ella. Ahora veo claro lo que vive una víctima. Clarísimo».
Si para la actriz este año ha resultado clave a la hora de cambiar su forma de mirar, el debate alrededor del caso Rubiales también ha transformado en buena medida a la sociedad española. «Tengo la esperanza de que vaya a más», confía. «La gente siente cada vez más que puede hablar. Un periodista me preguntó si no creía que estaban sucediendo más casos ahora. «No, cariño, es que ahora se dice, antes se callaba». Cuando yo tenía 18 años no sabía que cuando un tío me tocaba el culo en una discoteca era una agresión sexual, solo pensaba que era un capullo».
Se encoge de hombros y sigue picoteando en una bandeja de fruta que al principio de la conversación rechazó y que ha ido menguando a medida que hacía un recorrido por estos últimos e intensísimos 12 meses. «Al final me la como entera, ya verás», afirma como si una fuerza invisible le impulsara a seguir cogiendo pedazos de piña.
En marzo de 2021, Mujerhoy la convocó para una sesión fotográfica como la de esta mañana. Encabezaba entonces la Generación Next , un grupo de mujeres menores de 35 años que comenzaban a despuntar en diferentes ámbitos. Vicky acababa de protagonizar la serie de Rodrigo Sorogoyen Antidisturbios y era una apuesta prácticamente segura. El tiempo ha confirmado que la intuición era cierta.
Hoy no es sólo una actriz que enlaza proyectos interesantes y diversos, una profesional que tiene el respeto unánime de sus colegas, y que, además, ya ha dado el paso de ser reconocible por el gran público. Está cansada y fantasea con una escapada en la que no hacer absolutamente nada más que pasear por el campo y leer un libro detrás de otro. « Soy una persona sin hobbies: no hago cerámica, tampoco estudio idiomas, ni practico yoga o ballet. Lo único con lo que desconecto de verdad es caminando en la naturaleza».
Le cuento que en una entrevista, la actriz definió 2022 como un año «muy heavy», aunque tiene que mirar al techo para recordar qué pasó para que diera esa respuesta. «Ah, sí, tiene sentido, lo fue», asiente. « Este 2023 en cambio diría que ha sido sanador».
¿Y si pudiera decidir cómo quiere que sea 2024? «Déjame pensarlo bien porque creo que cuando proyectas las cosas suceden... Ya sé, ahora que ya estoy en paz conmigo y con lo que me rodea, quiero disfrutar intensamente de esto, un año de goce». Que nadie piense que eso implica descanso. « En la agenda de 2024 no caben más cosas. Si es una cosa pequeñita, que me llamen, porque nunca se sabe», concede.
Se ha adelantado un poco, porque empezó a pasárselo bien en la piel de la investigadora Antonia Scott en Reina Roja, rodando por primera vez escenas de acción y descubriendo lo extraño que es pelear en platós vacíos con monos imaginarios. «Yo le decía a Koldo Serra, el director: «Ponme unos monos luego por ordenador que estén a mi altura». No quiero estar pegando gritos y dándolo todo para que luego sean una cosa ridícula. Me he divertido muchísimo y estoy convencida de que la serie va a ser la bomba».
La expectación en torno a la saga de libros hace prever que está ante un papel que puede catapultarle a un siguiente nivel de popularidad. «Siempre que he tenido expectativas o he hecho planes me ha salido mal. Me cogían después de 10.000 noes en castings y me creía que lo iba a petar, pero luego no veía esa película ni el tato. Y al revés; esa obra pequeña que había aceptado pensaba que no tendría nada de éxito, porque era en una sala con 40 butacas de Barcelona, y estuve tres temporadas con críticas buenísimas. Sé que Reina Roja es lo más grande que he hecho y es la primera vez que están esperando algo en lo que estoy involucrada». También, al ampliar su público, puede ser la primera vez que se enfrente a una crítica negativa. «¿No habrá ya alguien que me deteste?», medita.
20 de enero-18 de febrero
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