La carta de la directora
La carta de la directora
Yo era poco más que una becaria cuando coincidí con Victoria Prego en el diario El Mundo. Victoria se había convertido ya en la reputadísima periodista autora de la serie La transición y de libros imprescindibles para entender la historia de España como Presidentes.
Supongo que entonces no era muy consciente del privilegio de compartir espacio físico y páginas con ella. De tener trabajando en el piso de abajo a la autora del libro que había que leer necesariamente para documentar cualquier artículo que quisiera echar la vista atrás unos cuantos años en nuestra historia.
Victoria, no hace falta decirlo, era muy inteligente. También seria y amable. Nada displicente. Paciente con una novata como yo que se plantaba delante de su mesa para pedirle ayuda con un reportaje o hacerle preguntas que a ella necesariamente tenían que sonarle ingenuas, en el mejor de los casos.
Lamento muchísimo su muerte y pienso en ella en estos días en que nuestra profesión corre el riesgo de convertirse en poco más que un exabrupto. La recuerdo y me indigna, todavía más, que se asocie nuestro oficio a la mentira o al interés.
Los periodistas, al parecer, somos muy incómodos de repente y esa es la única certeza que me anima en medio de este batiburrillo de acusaciones. Nunca se ha hablado tanto de bulos y, nunca, curiosamente, se ha mentido y manipulado tanto sobre nuestra función.
Una función en realidad muy simple: descubrir, contar, resguardar el derecho de nuestros lectores a decidir. Convertir lo que sabemos en artículos que expliquen quiénes somos y por qué. A pesar de quienes se manejan, ellos sí, mucho mejor en la mentira simple y chapucera.