Europa acaba de dejar atrás el siglo XIX y Coco llega a Deauville del flamante brazo del hombre que ama, Boy Capel, dispuesta a demostrarle al mundo que todas la posibilidades de la libertad empiezan por la ropa. En 1912, sobre la arena beige del Atlántico descubre la inspiración que pondrá los pilares de su universo creativo: de la tela de jersey de los jugadores de polo a las camisetas de rayas de los pescadores bretones. Allí se corta el pelo, toma el sol, hace nuevas y decisivas amistades. Y abre su segunda tienda de sombreros y accesorios (la primera está en París) en la Rue Gauton-Biron. El aroma que compendia el comienzo de la grandeza de Chanel celebra esa conexión y se llama Paris-Deauville: es fresco, ácido y energizante, con una salida cítrica y un corazón de jazmín, como el viento que empuja las olas que besan las playas de Normandía.
En un necio intento de olvidar que Europa está en guerra, la alta sociedad parisina busca refugio en esta localidad atlántica en el País Vasco Francés que había enamorado a la emperatriz Eugenia de Montijo 50 años antes. Coco les sigue y apenas dos años después de abrir boutique en Deauville, lo hace también en Biarritz. Encuentra el lugar ideal en Villa Larralde, una mansion decimonónica estratégicamente situada entre la playa y el casino. Allí demuestra que transformar la forma de vestir de las mujeres es cuestión de inversión, ingenio y riesgo. Pese a las complejas circunstancias políticas, se atreve a contratar a 30 modistas y a lanzarse al mundo de la Alta Costura. En solo cinco años, Chanel pasa de embellecer tocados a establecer los pilares de un negocio que cambiará la moda para siempre. Y, de paso, se convierte en una auténtica rareza de su tiempo: una mujer de negocios con talento, ideas y éxito económico. Paris-Biarritz, la fragancia que cuenta olfativamente esta historia, es un almizcle floral amaderado con la misma intensidad que la determinación que llevó a Coco a triunfar. Pero tambien con la suavidad del lirio del valle, como esos paseos junto al océano con los que los amantes le robaban tiempo al tiempo.
Cuando pisó Venecia por primera vez, en 1920, Coco luchaba por mitigar el incomensurable dolor que atenazaba su corazón. Boy Capel había muerto en un accidente de coche en Navidad y la diseñadora parecía inconsolable. Sus amigos José María y Misia Sert decidieron llevarla a descubrir La Perla del Adriático. Pero más que un descubrimiento, la relación de Coco con Venecia fue como una epifanía, un momento y un lugar de clarividencia en los que halló las piezas exactas que faltaban en su puzle creativo. Los pigmentos ocres de los cuadros de Tintoretto prestaron color a su primera barra de labios. Y tiñeron el forro interior de sus bolsos. El espíritu bizantino de sus palacios y sus iglesias se encarnó en preciosistas colecciones de joyas con un oro antiguo y sobrecogedor como esencia pura. El león de la plaza de San Marcos se erigió en símbolo personal de su propia fiereza. Y la comunidad artística que se daba cita en el Lido y en los salones de la ciudad (allí conoció a Diaghilev y a Paul Morand) apaciguó su alma afligida. Paris-Venise, el aroma Oriental que recrea todas estos sentimienos y sensaciones, lleva rosa, bergamota, iris, violeta y haba tonka.
- Adut Akech, la historia de su paso de refugiada a imagen mundial de Chanel
20 de enero-18 de febrero
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