Ágatha Ruiz de la Prada y Pedro J. Ramírez fueron una de las 'power couples' más icónicas de la crónica social española. Su emparejamiento tenía el atractivo del surrealismo, pues nadie se explicaba muy bien qué podía unir a una aristócrata que hacía lo que le daba la gana con su talento y un engolado y entregado director de periódicos. No fueron unos Miguel Boyer e Isabel Preysler , pues Ágatha jamás fue ama de su casa. Puestos a comparar, se entienden mucho mejor como unos Olvido Gara y Mario Vaquerizo de los 80.
Ágatha Ruiz de la Prada puede ser la última representante de una tradición de aristócratas seductoramente libres que optan por la extravagancia. En realidad, era lo que tocaba en los 80, con la Movida, y los 90, cuando la futura Grande de España, marquesa de Castelldosrius y baronesa de Santa Pau ejercía como la diseñadora española más vanguardista en los programas más 'mainstream' de la televisión, del 'Un, dos, tres' a 'Hola, Rafaella'.
Ágatha Ruiz de la Prada era (sigue siendo) un bellezón con una personalidad tremenda. Y su agenda de contactos poderosos no tenía precio: el rey Juan Carlos vivió en casa de sus abuelos y conocía a toda su familia. En realidad, la pregunta no es qué vio Pedro J. Ramírez en Ágatha sino qué vio Ágatha en el periodista, entonces ya famoso por ser el director de periódico más joven de la prensa española: decidía todo en 'Diario 16' desde los 28 años.
Ágatha , por su parte, comenzó de ayudante de modisto a los 20, realizó su primer desfile (colectivo) a los 21 y abrió su primera tienda a los 22. Cuando comenzaron su historia él tenía 34 años y aún estaba casado con su primera mujer, con la que tenía una niña. Ella tenía solo 25, pero ya estaba deseando ser madre. Lo fue en 1986, solo un año después de su primer encuentro.
Ágatha y Pedro se conocieron en el aeropuerto del Prat, pero fue ella la que le llamó a él para tratar de lograr una crítica positiva de la experta en moda del periódico. «Fuimos a Sacha. Era un hortera. En esa época llevaba calcetines ejecutivo. Su indumentria no podía ser peor. Pero cuatro días después de aquella noche ya estábamos viviendo juntos«, narra la diseñadora en sus memorias, 'Ágatha Ruiz de la Prada. Mi historia' (La esfera de los libros).
«Él fue muy lanzado y yo, como siempre, muy perezosa con los hombres», continúa explicando Ágatha Ruiz de la Prada. «Desgraciadamente, siempre me han gustado los que responden al mismo perfil que mi padre», remata En un pasaje muy significativo añade: «Cuando el innombrable llega de Logroño y conoce a los Garrigues, qué casualidad, queda arrobado. Pero yo llevaba veintidós años tratándolos».
El matrimonio se paseó por alfombras rojas, fiestas públicas y privadas, eventos del lujo, la política y los negocios y portadas de todo cariz durante 30 años. Representaban una entente entre el poder creativo y el cuarto poder increíblemente atractiva, una mezcla irresistible. Imposible no ver en la militancia sacerdotal en el periodismo de Pedro J. Ramírez un acicate para la expansión empresarial de Ágatha Ruiz de la Prada.
Ágatha es una de las pocas diseñadoras españolas que ha logrado construir negocio alrededor de sus creaciones. La adicción al trabajo de ambos corría pareja a una gran atracción por el poder. Si él movía hilos desde su despacho con moqueta de nubes (nubes de Ágatha) en 'El Mundo', ella orquestaba en casa las cenas más interesantes de Madrid.
Tras tres décadas de productiva relación, Pedro J. Ramírez dejó a Ágatha Ruiz de la Prada por sorpresa, en un episodio muy parecido al que protagonizaron el juez Santiago Pedraz y Esther Doña. Dos días antes de anunciarle a su esposa que daba por terminado el matrimonio, la pareja y sus dos hijos, Tristán y Cósima, habían posado para un reportaje en plan familia feliz para una gran revista de moda. De hecho, Pedro J. Y Ágatha se habían casado poco antes, para evitar problemas con la herencia.
Comprensiblemente, Ágatha montó en cólera: solo cinco días después de la ruptura, él publicó su primer tuit con su nueva novia, la abogada Cruz Sánchez de Lara. Inmediatamente, Pedro J.Ramírez fue rebautizado por la diseñadora como 'el innombrable'. Así le menciona todo el rato en sus memorias, un festival de pullas nada indirectas. Pasan los novios por el curriculum sentimental de la aristócrata, pero no la rabia que le produjo la espantada del periodista, un señor por el que Ágatha se tragó sapos enormes, gigantescos
La misma Ágatha explica en las primeras páginas de 'Mi historia' el motivo de su cabreo infinito: debió dejar a Pedro J. Ramírez en 2016, cuando un enorme escándalo con tintes porno puso en el ojo del huracán al periodista y, de rebote, a ella misma. Recordemos: se filtró un vídeo íntimo en el que se veía a Ramírez manteniendo relaciones sexuales con una mujer de origen ecuatoguineano, Exuperancia Rapú Muebake.
El escándalo, insistimos, fue mayúsculo, pero ella defendió a su pareja en todo momento. Ahora, en sus memorias, conocemos qué pensaba Ágatha realmente. «Fue difícil enfrentarse a aquel estrépito, pero no me tembló la voz ni me apretaron los zapatos. Salvé la vida civil al protagonista», desvela la diseñadora, que pidió a cambio de 'sus servicios' una casa en París.
Allí se refugió mientras escampaba el escándalo, pero precisamente a la vuelta descubrió que esperaba un bebé. No siguió adelante con el embarazo. «Ahí comenzó otra parte de mi vida A veces hay que tomar distancia para darse cuenta. Despertó mi vida de mujer acostumbrada a reinventarse», confiesa Ágatha en sus memorias. Aquel momento marca para la aristócrata el fin real de un matrimonio que ella debió romper.
«Ahora pienso que no me abandonó aunque me dejara como a tantas otras los señores abandonan todos los días. Fui yo la que de alguna manera le dejé mientras, pobre, él intentaba musitar alguna palabra de hombre civilizado tiempo que se volvía dejando su calva de sacristán a la vista», explica Ágatha.
En sus memorias, un festival de revelaciones que narran la última época de bonanza de la prensa madrileña, Ruiz de la Prada anuncia retrospectivamente el renacer post divorcio más inspirador de la crónica social reciente. «Cuando llegué a Madrid ya no sentía ningún peso. Había salvado al innombrable del ostracismo social. Ahora tocaba salvarme a mí misma de vivir a la sombra por ser mujer y haber pasado los cuarenta».
20 de enero-18 de febrero
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