Carmen Lomana vestida de rosa y con joyas de Luxenter, en una foto de campaña de la firma. /
Empresaria, colaboradora de televisión, tertuliana, columnista, modelo, influencer de Instagram… Carmen Lomana es todo lo que pensamos que sería Isabel Preysler o, en su defecto, una versión para adultos de Tamara Falcó. No le queda ya ni gota de ingenuidad, pero sí de una refrescante ironía que, a veces, tiende peligrosamente al sarcasmo. Ese hablar a dos palmos sobre el suelo hace que la percibamos por encima del común de los mortales, aunque en realidad ella sea sufridora de la vida misma como la que más. Lo peor, un duelo tremendo por la muerte de su gran amor. Por eso no nos llevamos las manos a la cabeza al verla entrar en Secret Story, el reality con menos glamour de la televisión, con jóvenes sobradamente asilvestrados jugándose mucho dinero y, además, sin comer. Habrá quién se pregunte qué hace una señora como esta en un sitio como aquel. Quien haya visto a Lomana en acción sabe que puede, que debe, hipnotizarles a todos.
Desde que saltara a los medios de comunicación como clienta VIP en el front row de Valentino, Carmen Lomana ha ido contando en sabias dosis las particularidades trágicas de su vida. Un rosario de desgracias que no logran acallar el brillo de su imponente fondo de armario: dicen que tiene la colección de piezas de Balenciaga más que apreciable. En 2016, en una entrevista en televisión con Risto Mejide desveló una de sus frustraciones más hondas: «Por una serie de circunstancias no pude ser madre, pero no voy a hablar de esto», dijo. Años después supimos por su propia boca, en la presentación de unas cremas, que uno de los capítulos más oscuros de su biografía había sido la pérdida de un bebé recién nacido y una operación de urgencias a causa de un segundo embarazo, esta vez extrauterino.
«Me tuvieron que operar de urgencia porque no sabían lo que era y el bestia del médico me cortó las dos trompas en vez de quitarme solo donde tenía el extrauterino», desveló Carmen Lomana en una entrevista. «Con esto quiero decir que he pasado por mucho, pero lo peor ha sido la pérdida de Guillermo, porque lo demás pensaba: bueno, pues no tendré hijos, peor sería haberme quedado ciega o haber perdido una pierna». Perder a Guilermo fue, para Lomana, peor que todo. Fue una increíble historia de amor rota por un accidente de coche definitivo y cruel. Carmen tenía solo 22 años cuando, en un club de jazz de Chelsea (Londres), conoció a Guillermo Capdevila, un chileno de 27 años guapísimo y cultísimo (era diseñador industrial) que la enamoró.
Se casaron en Llanes (Asturias) el 13 de diciembre de 1974, «en una preciosa Iglesia Románica, rodeada montaña y mar», recuerda la influencer en su perfil de Instagram. Su relación fue, a pesar de su maternidad frustrada, perfecta. Hasta que, el 9 de enero de 1999, Willy se dejó la vida en una carretera de Pamplona. Llevaban casi un cuarto de siglo juntos. «Cuando llegué al hospital parecía que no tenía nada, sólo la cabeza vendada. El médico me dijo que era muerte cerebral. Les pedí que no lo desconectaran, por si reaccionaban, pero al día siguiente me dijeron que había que dejarlo ir. Él era una persona tremendamente generosa y decidí que donara sus órganos», ha contado Carmen Lomana, además de reconocer que tuvo «un duelo en el que parecía una viuda de García Lorca».
«Cuando perdí un hijo y me dijeron que no podía tener más, el duelo fue espantoso, pero me costó mucho más recuperarme de la viudedad que de la pérdida de los hijos», ha confesado en varias ocasiones Carmen Lomana. Un ejemplo de su desesperación: «En el tanatorio, al despedirme de él quise dejarle algo mío. En ese mismo momento, me quité el sujetador y lo puse en el sudario». Durante las semanas que siguieron a la muerte de Guillermo, la socialite llegó a barajar la idea de retirarse del todo del mundanal ruido y, de hecho, lo hizo: llegó a alojarse unos días en un convento de monjas y hasta quiso consagrarse como religiosa. «Pensé en meterme a monja, pero la superiora me dijo que no tenía vocación», desveló en otra entrevista.
Además de un infinito dolor, Guillermo Capdevilla le dejó a Carmen Lomana una considerable fortuna. En el terreno inmobiliario, Lomana posee dos joyas: un apartamento de 100 metros y con terraza con vistas al mar cerca del Marbella Club, en la ciudad malagueña; y un piso en Chamberí, en la calle Fortuny. La sociedad que está a su nombre poseía, en 2017, más de cuatro millones de euros. Lomana tuvo que traerlos a España desde sociedades en el extranjero, algunas en paraísos fiscales. «Yo soy una española ejemplar, que en lugar de sacar el dinero, lo traigo y cancelo todas las cuentas que mi esposo tiene fuera», aseguró en una entrevista. «No todo el mundo hace lo mismo y eso que pagué buen dinero cancelando sociedades. Yo mis impuestos los pago aquí y no tengo nada que ocultar».
Tachada de banal y frívola, en la trastienda biográfica de Carmen Lomana habitan unas vivencias que bien pueden explicar su aparente ligereza. «Intento estar lo más alegre que puedo después de lo que me ha tocado vivir. Me costó salir del hoyo, durante un año me regodeaba en mi dolor. No escuchaba ni música», ha reconocido. Cinco años después de la muerte de su marido, vendió la casa en la que ambos vivían en San Sebastián y se mudó a Madrid, donde comenzó una nueva vida. Siempre con Willy en su cabeza, eso sí. « Willy es el amor de mi vida, luego he tenido novios, novietes, amantes... Pero he salido corriendo en cuanto me han hablado de boda o convivencia«. Rica, famosa y guapa, su inteligencia le permite rechazar la conmiseración de los demás, aunque a veces se le escapen frases significativas. «Carezco de lo más importante que puede tener una mujer: una familia, un marido y unos hijos».