Cléo de Mérode, la mujer que obsesionó al rey genocicda Leopoldo II, inspiró a Gustav Klimt, bailó hasta los 50 y de la que, aún hoy, se subastan fotos en Internet

A los ocho años, Cléo de Mérode ya mostraba el talento como bailarina clásica que la convertiría en una artista de renombre internacional de la Belle Époque. Ingresó en la escuela de ballet de la Ópera de París y debutó profesionalmente a los once. De ella se dijo que era la amante del rey de los belgas y que había posado desnuda. El escándalo acompañó al éxito a partes iguales.

Cléo de Mérode fue el primer icono de belleza de la época moderna.

Elena Castelló
Elena Castelló

Cléo de Mérode bailó «Coppelia», de Léo Delibes, y «La coronación de la musa», de Gustave Charpentier, entre otras obras muchas obras. En 1898 dejó la Opera de París e inició una carrera independiente hasta la llegada de la I Guerra Mundial. En 1924 decidió retirarse de la danza, aunque volvió una década después para bailar con el bailarín ruso George Skibine. Pero, además de su talento, fue su belleza lo que encendió al público. Igual que Raquel Meller en España (y parte del extranjero), ella fue el primer icono de belleza de la edad moderna. En poco tiempo, sus habilidades para bailar quedaron eclipsados por su «glamour». Europa se llenó de postales y de naipes con su imagen. Era la mujer más conocida del mundo. La gran belleza de la Belle Époque.

Se llamaba Cléopatre-Diane de Mérode y había nacido en París en 1875. Sus padres eran la baronesa vienesa Vincentia Maria Cäcilia Catharina de Mérode, un apellido perteneciente a la alta burguesía belga, y el juez austriaco Theodor Christomannos, pero no estaban casados. Cléo solo conoció a su padre cuando ya tenía veinte años. Con ocho, su madre la apuntó a clases de ballet. Debutó a los 11 en la Opera de París. Con 16, entusiasmaba al público con su forma de recogerse el pelo con su clásico «chignon» que cubría sus orejas.

Se convirtió en el foco de todo tipo de habladurías. Su peinado fue imitado con rapidez por todas las jóvenes. Artistas famosos, como Henri de Toulouse-Lautrec, Degas, Giovanni Boldini, Mariano Benlliure o Félix Nadar la pintaron, la esculpieron y la fotografiaron. Todos los grandes de la época le hicieron un retrato. Sus fotografías se imprimieron en masa. Estas imágenes se subastan todavía hoy entre los coleccionistas.

Sus ojos penetrantes, su cabello oscuro, su piel de porcelana, su aire delicado y melancólico, fuera del canon de belleza 1900, fascinaban a hombres y mujeres. El escándalo estalla cuando el escultor Alexandre Falguière expone una obra de una mujer desnuda a tamaño natural cincelada en mármol, en la Feria de París. Cléo niega ser ella y afirma que solo posó para un busto. Pero las habladurías continúan. La joven, sin embargo es muy reservada y todavía hoy se saben muy pocas cosas sobre su vida.

En 1895, el rey Léopoldo II de Bélgica asiste a una representación de «Aida» en la Opera de París y, al parecer, cae rendido ante ella después de verla bailar. Pronto se difunde el rumor de que son amantes. En esa época la joven tenía apenas 20 años y el monarca, 60. Leopoldo, además de un genocida (El fantasma de Leopoldo es un libro estremecedor sobre su mandato de terror en el Estado Libre del Congo, por entonces colonia belga), era lo que entonces llamarían un mujeriego (hoy, probablemente, tendría otro calificativo). La prensa empezó a llamarlos «Cléopoldo» y su relación, de la que nunca se supo su verdadera naturaleza, era la conversación favorita de la alta sociedad parisina.

El rey quiere que se integre en el ballet belga de la Monnaie, pero ella se niega. A pesar de todo, los rumores continúan y los periódicos se llenan de caricaturas. Las cosas empeoraron cuando se conoce que Leopoldo había convertido en su amante a una prostituta francesa de 16 años, Caroline Lacroix, y había tenido dos hijos con ella. Las habladurías persistieron durante una década.

Cléo siempre negó ser amante del monarca, pero tampoco quiso matar del todo el rumor. Fue de las primeras en entender que no hay publicidad mala. Educada por su madre, al estilo de la nobleza, no soporta verse retratada como una cortesana. Pero, con el tiempo, sus supuestas aventuras románticas dejaron de preocupar y ella continuó con su carrera convertida en una estrella internacional, con giras por Europa y Estados Unidos.

En una gira por Londres, en 1900, Cleo declara al periódico británico «The Scketch»: «Danzo las danzas antiguas, el minué, la gavota, la pavana, y soy la principal bailarina del ballet de Louis Ganne. Me viste un verdadero sastre, conozco muy bien la música, sé cómo arreglar una cesta de frutas o un bouquet de flores, he leído a los poetas y a los historiadores y mis medias son tan finas como una niebla. ¿Qué más puedo decir?». El periódico publicaba sus medidas y la definía como la mujer perfecta. Sus actuaciones en Nueva York, en 1897, fueron recibidas con muy malas críticas. Pero a Cléo no le importaba, ganaba 40 veces más que en el Ballet de la Ópera de Paris.

A pesar de su formación clásica, decidió bailar en el cabaret de Folies Bergère, una decisión arriesgada, pero su fama y sus seguidores aumentaron. Cléo continuó bailando hasta el comienzo de la I Guerra Mundial, durante la cual actuó para los soldados heridos. Tenía cuarenta años y su cuerpo seguía siendo un junco. Se dice que conoció al artista Gustav Klimt, centrado en describir la sexualidad femenina, y que floreció un intenso romance entre ellos. Pero tampoco hay pruebas.

Mérode siguió bailando hasta pasados los cincuenta años. Se retiró entonces a la localidad costera de Biarritz. En 1955 publicó su autobiografía, «Le Ballet de ma vie». Una de sus últimas entrevistas fue para la revista Vogue, en 1964. El fotógrafo Cecil Beaton la visitó en su apartamento de París para hacerle las fotos. Cuenta que, cuando se iba, le pidió que destruyera todas las fotos en las que no saliera favorecida.

Cléo de Mérode nunca se casó y nunca tuvo hijos. En su autobiografía cuenta que solo tuvo una relación con dos hombres en toda su vida: un aristócrata francés que murió de fiebres tifoideas, en 1904 y, entre 1906 y 1919, con el escultor español Luis de Périnat. Vivió hasta los 91 años. Murió en 1966, en el mismo lujoso apartamento parisino del octavo distrito en el que había dado su entrevista a Vogue. Está enterrada en el cementerio de Père Lachaise en París, junto a su madre. La tumba está adornada con una estatua de Cléo llorando, esculpida por su amante Luis de Périnat. Hoy todavía se subastan sus fotos en Internet.

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