Raquel Meller, la mujer que cantó todos los cuplés: más rica y famosa que Gardel, murió en la pobreza cuando Sara Montiel resucitaba La violetera

Hoy en #JuevesSeñorialesMH presentamos a la reina trágica del cuplé, Raquel Meller. «Yo nací en el Arnau», solía decir ella, refiriéndose a cuando recaló, allá por 1911, en el teatro barcelonés para desplegar un repertorio de canciones que la convertirían en emperatriz del género.

Laura Caso

Raquel Meller, como Slim Keith (otra de nuestras señoras ), se rebautizó como solo las divas pueden hacer. Nació Francisca Marqués López en Tarazona (Zaragoza), en 1888. Su padre era aragonés y su madre de La Rioja, y ambos tenían oficios humildes: él era herrero, ella, tendera. Se crió en Francia, al cuidado de una tía materna que era monja, y después regresó a España para vivir en el Poble Sec, de Barcelona, para trabajar en un taller de confección.

Allí conoció a una vedette de la época, Marta Oliver, que la escuchó cantar y le animó a buscar fortuna en el mundo del espectáculo. La veinteañera Francisca empezó a girar por locales de diverso pelaje (en algunos había que 'alternar', y la estrella nunca renegó de esta etapa) acompañada de su hermana, Tina, igualmente bella y talentosa pero sin conseguir sobresalir como sí lo hizo la artista.

En 1911 llegó su gran oportunidad, su nacimiento. Si hasta entonces se había estado haciendo llamar La bella Raquel, cuando se subió a las tablas del Teatro Arnau ya era Raquel Meller y arrasó cantando La Violetera y El Relicario. A partir de ahí empezó a visitar los escenarios más selectos, a cantar repertorios más serios (en sus comienzos no habían faltado los cuplés picantes o humorísticos) y a triunfar internacionalmente girando por América Latina y Estados Unidos.

Tampoco faltó la zarzuela en su curriculum (triunfó con La gatita blanca, como recuerda Xabi Barroso , autor de una novela sobre una joven aspirante a vedette que conoce a Raquel Meller, La avenida de las ilusiones), ni el cine: desde el mudo, con títulos como Violetas imperiales (1923) o Carmen (1926) al sonoro (rodó una versión hablada de Violetas... en 1932).

A mediados de los años 20, mientras triunfaba en los escenarios estadounidenses, protagonizó una portada de la revista Time que era puro Raquel Meller. Con una peineta y una mantilla como marco para su rostro, sus ojos legendarios y cejas afiladas miraban de frente al lector. Sus pómulos altos, su boca pequeña y su piel nacarada eran los rasgos que más se celebraban en su tiempo, donde se alababa su belleza por distinguida y enigmática.

Estuvo a punto de trabajar con Charles Chaplin en Luces de la ciudad (1931). El cineasta se había fijado en ella y, de hecho, acabó utilizando una versión de La violetera en la película. ¿Por qué no cuajó la colaboración? Hubo rumores de que a la española no le cayó bien Chaplin, pero lo más probable es que sus agendas no coincidieran.

Historias apócrifas como esta son muy comunes en la vida de la cupletista eterna, que era muy celosa de su intimidad. Empezando por sus amores. Dicen que el Meller de su nombre lo tomó de un amante alemán que la marcó en su juventud. En 1917, con solo 19 años, conoció al escritor y diplomático Enrique Gómez Carrillo. En 1919 se casó con el guatemalteco, pero el matrimonio se rompió en 1922. Volvería a casarse una vez más, en Barcelona en 1939, con un empresario francés, Demon Sayac. Nunca llegaría a divorciarse de él -por entonces era ilegal-, pero lo cierto es que en un punto decidieron llevar vidas separadas.

Nunca tuvo hijos biológicos, pero adoptó a dos niños. Una de sus principales estudiosas, artista del cuplé ella misma (e hija de otra figura del género, Olga Ramos, y del compositor Enrique Ramírez de Gamboa), Olga María Ramos, cuenta que con su hija Elena no mantuvo buena relación y se crió en internados. No ocurrió lo mismo con Enrique. Cuando se mudó a Buenos Aires en 1937, en plena guerra civil -que en muchos sentidos interrumpió y truncó su carrera-, se llevó al pequeño y se lo trajo consigo cuando volvió a España dos años después para instalarse en Barcelona, donde continuaría viviendo durante toda su vida.

Previamente, en los años dorados de la Meller (los 20), la diva vivía en París. La retrataban, entre otros, Sorolla; la admiraba la gran Sarah Bernhardt. Era más famosa que Gardel o Maurice Chevalier, y ganaba mucho más dinero que ambos.

Su fortuna es otro de los grandes misterios de su vida. Fue rica durante gran parte de su etapa adulta, pero parece que dilapidó su fortuna cuando dejó de ser famosa, a finales de los 40 y los 50. Según Ramos, se dice que la diva hizo voto de pobreza durante sus últimos años. También se rumoreó que alguna vez se la vio mendigando, pero nunca se ha probado cierto.

Aunque se había retirado del espectáculo, en ocasiones volvió a los escenarios. En 1958, con 70 años, Olga Ramos (madre) hizo novillos para verla en el Teatro Madrid y le inspiró a seguir sus pasos artísticos. Ese mismo año se había estrenado en los cines El último cuplé, protagonizado por la (aún no) icónica Sara Montiel. El cuplé volvía a ponerse de moda en el ocaso de la vida de la mujer que lo convirtió en un género relevante.

Raquel Meller murió en el Hospital de la Cruz Roja en el verano de 1962, acompañada por su hijo Enrique y su gran amiga la condesa viuda de Lacambra, Teresa Estany. ¿Sospechaba la artista que, tras muchos años en el anonimato, a su entierro en Montjuïc acudirían multitudes? Seguramente nunca lo había dudado: ¿cómo no iba a aparecer su público para la última ovación?

20 de enero-18 de febrero

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