Louella Parsons y Hedda Hopper eran auténticas influencers de la época (al más puro estilo de Daisy Fellowes ) y el azote de actrices como Rita Hayworth o Ingrid Bergman a las que llegaron a amargar la existencia.
Louella Parsons empezó su carrera como columnista, en 1914, en Chicago, en un periódico de William Randolph Hearst, el personaje que inspiró Ciudadano Kane, y la leyenda cuenta que se ganó sus favores porque sabía guardar silencio sobre sus numerosos deslices. En 1925, con 44 años, hizo su aparición en Hollywood, con una columna diaria en «Los Angeles-Examiner» y se convirtió en la reina del cotilleo de la meca del cine. Su lema: «Debes contárselo primero a Louella».
El lema de Louella Parons era, «díselo a Louella». /
Sus fuentes las encontraba en los pasillos de los estudios, en las peluquerías y en las consultas de médicos y abogados. Sus tácticas no tenían límites. Muchas actrices se enteraban de que estaban embarazadas por sus columnas. Se consideraba «la primera columnista de cine de la historia».
Hedda Hopper, por su parte, empezó siendo actriz de cine mudo, en 1916. Actuó en más de 100 películas, aunque nunca alcanzó la fama. Así que dejó la actuación a mediados de los años treinta, y decidió sacar partido de todos los contactos que había adquirido en sus años frente a las cámaras. Inició su columna en «Los Angeles Times», en 1938, y se convirtió en la competencia de Louella. Su método: dejarse caer sin anunciarse a media noche en casa de sus víctimas.
Ambas periodistas amargaron la vida a medio Hollywood con sus cotilleos y campañas de moralización. /
Las dos se conocieron en la época en la que Hedda era actriz: Louella la elogiaba en sus columnas y Hedda, a cambio, le contaba todos los cotilleos. Acabaron detestándose, pero tenían más en común de lo que podía parecer. Las dos habían nacido en ciudades pequeñas y acabaron criando solas a sus hijos. Las dos ganaron mucho dinero en la prensa, pero estaban siempre endeudadas por su extravagante tren de vida. Y las dos compartían unas ideas políticas ultraconservadoras.
Sin embargo, se odiaban. Sus celos eran irreprimibles. Louella no soportaba ni los vestidos que llevaba Hedda, ni, por supuesto, sus enormes sombreros, que se convirtieron en su seña de identidad. Los estudios las utilizaron a las dos como una forma de intimidar a sus estrellas. Y ellas empezaron a considerarse guardianas de la moral. Hedda iba incluso más lejos. Se llamaba a sí misma «la zorra mundial».
Vídeo. Judy Garland, las frases para el recuerdo de la estrella rota de Hollywood
En su protección de la moral, no se detenían ante nada. Fue Louella la que lideró la persecución que sufrió la actriz Ingrid Bergman, entonces casada con Aron Lindström, por su romance con Roberto Rossellini, hasta el punto de que el senador demócrata Edwin C. Johnson describió a la actriz como «una poderosa influencia maligna» de la que había que salvaguardar a América.
Hedda, por su parte, provocó que Charlie Chaplin no pudiera entrar de nuevo en Estados Unidos tras un viaje a Europa, en 1952, por sus frecuentes críticas contra el actor, y azuzó a la opinión pública en la caza de brujas de McCarthy, en la que decenas de guionistas, productores y actores perdieron su trabajo durante años en Hollywood. Lo llamó una guerra «patriótica».
Louella siempre se consideró la verdadera periodista de las dos. Hedda admitía que dictaba sus artículos porque casi no sabía ortografía. Entre ambas llegaron a tener 75 millones de lectores. Su reinado terminó con el de los grandes estudios, a principios de los años sesenta. Louella se retiró, en 1965, por el declive de su salud y murió en una casa de retiro en Santa Mónica, en 1972, con la cabeza perdida. Hedda había muerto seis años antes, en 1966, de una neumonía.