Se han cumplido 20 años del fallecimiento de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza , el barón que tuvo el mundo del arte a sus pies pero quedó fascinado por España. Heini tuvo casas, mansiones más bien, en Lugano, Londres, Nueva York o Jamaica. Podría haber vivido en cualquier paraíso, allí donde quisiera. Sin embargo, su refugio favorito estaba en Sant Feliu de Guíxols (Girona), en una gran casa llamada Mas Mañanas propiedad de Carmen Cervera , su quinta esposa.
La finca fue un regalo del padre de Tita con motivo de su boda con Lex Barker, en 1965, un terreno en uno de los lugares más privilegiados de la Costa Brava . Allí se construyó una casa totalmente blanca y está rodeada de vegetación, situada en lo alto de una colina y al borde de un acantilado: pura belleza que el barón Thyssen adoraba.
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Fue el descanso de esta pareja de guerreros que, desde que llegaron a España como marido y mujer en 1985, no se perdieron ni una fiesta. Se bebieron y se bailaron todas las que permitió la delicada salud del barón, de Madrid a Marbella. Heini era un truhán, pues su afición a las fiestas, las mujeres y el alcohol era legendaria, y un señor: su mayor vicio era el arte, pura elevación.
La fiesta de celebración de la gala de Lady España, en 1986. /
«Decir que Heini bebía era quedarse corto. En una ocasión me confesó que su padre murió de alcoholismo. Bornemisza en húngaro se traducía como «no bebe vino». El decía que debía decir: solo bebe vino». Quien escribe esto es Simon de Pury, toda una institución en el mundo del arte como subastador primero en Sotheby's y, luego, en su propia casa de subastas. Fue la mano derecha de Heini, para el que trabajó entre 1979 y 1986 supervisando la colección que alojaba en Villa Favorita (Lugano). «Heini Thyssen no solo cambió mi vida, sino que hizo mi vida. Trabajar de conservador para el mayor coleccionista de arte del mundo era algo insuperable», confesó De Pury a propósito de la publicación de su autobiografía El subastador, publicada en 2016. Allí cuenta con toda crudeza cómo se fascinó el barón Thyssen con España: a través de su flechazo brutal con Carmen Cervera, Tita.
Así recordó Simon de Pury la primera vez que vio a Tita Cervera, la que se convertiría en la quinta esposa del Heini Thyssen: «Una rubia despampanante, con unos cuarenta años perfectos, me preguntó si estaba en el camino correcto a Villa Favorita. Esta mujer, con acento español, no se presentó. No vio la necesidad. Ella tenía una misión, y los ojos fijos en el camino y en su objetivo. Así fue mi primer encuentro con Carmen Cervera, quien se llevaría el gato al agua y se convertiría en la siguiente baronesa Thyssen. Nunca fueron pocas las mujeres hermosas que venían a ver al barón. Ningún hombre era un mejor partido. Esto fue alrededor de 1984; él seguía casado con Denise Shorto… Si Denise era una gatita sexual, Tita era una leona, una gata bien grande. Nunca olvidaré el almuerzo que Heini ofreció para doce personas en el Plaza Athénée. Los ojos de tout Paris estaban puestos en Tita, quien vestía una falda tan corta que yo pensé que solo tenía puesto un cinturón».
La segunda clave que explica la pasión de Heini, barón Thyssen, por España y sus fiestas también tiene que ver con Tita: la magia de su relación, de una felicidad en la que ambos se esforzaron al máximo, tuvo mucho que ver con la manera en la que Heini contagió a Tita su pasión por el arte y esta pudo traspasarle su pasión por su país. Los que conocieron de cerca a la pareja dicen que Carmen fue la única que mujer que hizo feliz al barón: vivieron la noche a tope desde los reservados de las discotecas madrileñas y de la Costa del Sol, hasta que en los 90 se quebró la salud de Heini. Ella supo entender que el arte podía ser su pasaporte hacia la elevación social que tanto ansiaba.
«Tita, quien tenía el mismo sentido del humor que Heini, solía bromear con que era mejor ser la quinta esposa que la tercera o la cuarta, porque así era mucho más probable que fueras la última», ha recordado Simon de Pury en su autobiografía. «El flechazo de Heini por Tita terminó por lograr que ella compartiera su flechazo con el arte. ¿Cómo no? Tita pudo apreciar cómo el mundo del arte recibía a Heini como a un jefe de Estado. Ella se percató de que el arte era el gran legitimador, mucho más que el dinero o las propiedades por sí solas. Cuando ella iba con Heini y conmigo a las grandes giras mundiales de sus exposiciones, podía ver de primera mano las cualidades diplomáticas del arte. Y con el paso del tiempo y el desplome de las bolsas, y también de los mercados inmobiliarios, pudo ver cómo el arte seguía subiendo y subiendo y subiendo. Cómo no iba a engancharse ella también».