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Ahora que se cumplen 20 años de la fatal muerte de Diana de Gales en un accidente de coche en París, su biógrafo, Andrew Morton, ha revisado sus memorias y escrito una serie de artículos en los que revelan aún más desgracias matrimoniales de las que ya conocíamos. Por ejemplo, varios intentos de suicidio debido a sus desencuentros con su marido, Carlos.
Ya desde la luna de miel, primero en el yate Britannia y luego en el castillo escocés de Balmoral, la joven Diana supo que no iba a entenderse con su marido a pesar de estar tremendamente enamorada de él. “No podía apartar mis ojos de él”, confesó a Morton. Por tal motivo, cayó en una depresión que la llevó a intentar cortarse las venas con unas cuchillas. A su vuelta en Londres, comenzó a recibir tratamiento médico y a tomar ansiolíticos, que solo dejó al quedarse embarazada.
Morton cuenta que, en total, Diana Spencer trató de quitarse la vida cinco veces. Sin embargo, su intento más grave se produjo durante el embarazo de su primer hijo, Guillermo. Cuando estaba embarazada de cuatro meses, se tiró por las escaleras. “Me tiré para tratar de llamar la atención de mi marido, para que me escuchara. Le dije que estaba desesperada y él me contestó que estaba llorando como una histérica y que no me iba a escuchar. Me dijo: "Siempre me haces lo mismo. Me vuelvo a casa". Así que me arrojé por las escaleras. La Reina vino, absolutamente horrorizada y temblando, asustada. Yo sabía que no iba a perder el bebé, aunque me golpeé el estómago. Él se marchó”.
El nuevo relato de Morton es escalofriante y retrata a un Carlos de Inglaterra insensible, prácticamente analfabeto emocional, y a una Diana extremadamente vulnerable, inestable y con una gran carencia de atención emocional. Imposible reconciliar dos personas con necesidades tan distintas. De hecho, en sus cinco primeros años de matrimonio ella apenas dormía. Comía, vomitaba y sufría en silencio. En una de las cintas presentadas ahora por Morton confiesa: “Yo tenía tantos sueños, esperaba que mi marido me cuidara. Que él sería una figura paternal y que me apoyaría y animaría. Una vez, tras una discusión en la mesa, no me escuchaba, y yo cogí su cuchillo y me lo clavé en el pecho y en los muslos. Hubo mucha sangre, pero él no reaccionó. Me ignoraba constantemente”.
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