Al rey Alberto de Bélgica no le ha quedado más remedio que reconocer a Dolphine Boël como hija biológica después de que las pruebas de ADN y la justicia así lo determinasen. Ha llamado la atención que el monarca emitiera un comunicado para ratificar lo que se había dicho desde los tribunales, pero parece que ya tenía claro que, antes o después, estaría obligado a dar la cara por aquel desliz durante su matrimonio.
Y su mujer, la reina Paola, también. Es ahora cuando comienzan a encajar todas las piezas de un puzle que comenzó en febrero de 2015, cuando, tras 55 años casados, los reyes de Bélgica decidían cambiar su contrato matrimonial sin motivo aparente. El boletín oficial del estado publicó que Paola y Alberto pasaban a tener separación de bienes, algo que llamó sobremanera la atención y que encontraría la explicación en esa hija extramatrimonial.
Esto no sería más que una estrategia para blindar la herencia. Al menos, para tratar que Dolphine, cuando la justicia fallara a su favor como así ha sido, se llevase la menor parte posible de la misma. De este modo, la parte de Paola estaría a salvo de esta nueva descendiente que se suma al árbol genealógico de su marido, pero no al de ella.
Dolphine puede reclamarle al rey la parte de la herencia que le corresponde, pero el pedazo del pastel que se llevará será menor al haber hecho esa jugada maestra a tiempo. Y, a la vez, una movimiento con el que se protegía a Paola en el caso de que fuese su marido quien falleciera antes.
¿Por qué? Porque a esta le correspondería el 50% del patrimonio del matrimonio (el suyo propio, que ya es suyo por derecho) y la mitad del 50% restante, el de su marido. En total, se quedaría con el 75% del total del patrimonio amasado por los dos durante todas las décadas que llevan juntos desde que se dieran el 'sí, quiero'. De este modo, el 25% se repartiría entre los tres hijos nacidos de su matrimonio y Dolphine, que se suma a la lista.
20 de enero-18 de febrero
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