La boda de pesadilla de Grace Kelly y Rainiero: 3 días de ceremonia, 30 millones de espectadores y un negocio que se convirtió en circo (y que hizo infeliz a la princesa)

Tanto Grace como el príncipe Rainiero describieron su boda como «el mayor circo de la historia». Tras un apresurado noviazgo de algo más de un año, tratando de esconderse de los medios de comunicación, una de las mayores estrellas de Hollywood de la época y el monarca de un estado en miniatura enclavado en la Costa Azul, contraían matrimonio ante Dios, el Código Civil y 30 millones de telespectadores.

Pincha para ver la relación de Grace Kelly con sus hijos Estefanía, Alberto y Carolina de Mónaco: dramas, secretos y muchos problemas/getty images

Pincha para ver la relación de Grace Kelly con sus hijos Estefanía, Alberto y Carolina de Mónaco: dramas, secretos y muchos problemas / getty images

Elena Castelló
Elena Castelló

Era el 18 de abril de 1956 y Grace Kelly se convirtió, por fin, en la esposa de Rainiero de Mónaco , en una la ceremonia civil, aunque todavía tendría que esperar a la bendición religiosa para ser princesa. Grace llevó un traje sastre de color lila, con encaje de motivos florales, obra de la diseñadora de vestuario de la Metro Goldwyn Mayer, Helen Rose, su íntima amiga, y conjuntado con una capelina y un tocado «julieta» con lazada bajo una mejilla. Fue una ceremonia íntima a la que solo asistieron las familias , unas ochenta personas, pero seguida de un cóctel multitudinario para los monegascos, al que asistieron 3.000 personas. En la filmación de ese día es fácil ver cómo la pareja mantiene la compostura con absoluta profesionalidad ante una multitud que alza sus copas en su honor, casi empujándolos. Esa misma noche se celebró un baile de gala, tras un espectáculo de Opera, al que Grace asistió con un deslumbrante diseño de Lanvin de seda blanca.

La boda religiosa tuvo lugar al día siguiente, en la catedral de San Nicolás, decorada con enormes ramos de lilas y lirios. Grace se convertía por fin en su Alteza Serenísima la Princesa Grace de Mónaco, pero fue un acontecimiento tan mediático, después de tantos días de actos y celebraciones, que la actriz casi no pudo esconder el estrés que le produjo. Tampoco Rainiero recordaría, más tarde, aquel día como feliz. «Para ser sincero hubiera preferido una boda más íntima, en la capilla de algún pueblo perdido», reveló en una entrevista durante su luna de miel, entre sonrisas.

Grace llevó un traje sastre de color lila, con encaje de motivos florales, obra de la diseñadora de vestuario de la Metro Goldwyn Mayer, Helen Rose, su íntima amiga. / getty images

Grace tenía 26 años y estaba acostumbrada al fervor de los fans, al acoso de los periodistas y a las exigencias de los estudios, que, en aquella época, manejaban a las estrellas como si fueran posesiones. Las dos semanas previas al viaje a Mónaco, Grace las pasó reuniendo las piezas de su «trousseau» con las marcas norteamericanas más importantes del momento, todo un montaje publicitario. Pero lo que vivió en Mónaco tras descender del trasatlántico «SS Constitution», con 65 familiares y amigos, cuatro baúles y 56 piezas más de equipaje, ocho días antes de la boda, sobrepasó todos sus temores.

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Veinte mil personas se agolpaban en los muelles del puerto. Todo el mundo quería verla. Los paparazzi –unos 1.500– estaban por todas partes. Fue necesaria la intervención de la gendarmería francesa en más de una ocasión. Las imágenes de esos días muestran a la pareja principesca intentado avanzar a duras penas entre mareas de gente.

Las celebraciones duraron tres días que, sumados a la semana que Grace paso en Mónaco antes de las ceremonias, se convirtieron en un agotador maratón orquestado, en parte, por los estudios estadounidenses, porque Grace estaba todavía bajo contrato con la MGM. Fiestas, recepciones, tés y espectáculos de ballet y fuegos artificiales: los novios no tuvieron apenas tiempo de estar juntos en la intimidad. Las dos ceremonias, la civil y la religiosa, fueron filmadas por los estudios, como parte del contrato de Grace que así se daba por finalizado.

La primera, la civil, tuvo que repetirse entera para las cámaras, una vez terminada y enunciados los más de 140 títulos nobiliarios del novio y de su nueva consorte, Grace Kelly se resintió físicamente. En la ceremonia religiosa, se la ve extremadamente pálida y ojerosa, muy delgada, triste. Su «sí quiero», en medio de una larguísima ceremonia oficiada en francés, fue casi inaudible. Tras la ceremonia, los novios recorrieron Montecarlo en un Rolls-Royce obsequio de los monegascos.

La MGM le regaló el vestido de novia también diseñado por Helen Rose, una obra maestra de costura, pero en la que apenas ella pudo intervenir. Mandaba el estudio y el vestido hizo historia: con cuerpo de encaje de Bruselas, bordados a mano con miles de madreperlas y una cola de tafetán de más de cuatro metros, se convirtió en el vestido de novia más imitado de la historia.

Los invitados fueron 700, entre ellos estrellas de Hollywood como Ava Gardner, Cary Grant o Gloria Swanson, y amigos del novio como el naviero Aristóteles Onassis, a quien se atribuye la idea de un matrimonio monegasco con una estrella de cine. De la tarta de boda, de más de seis pisos, regalo del Hotel Montecarlo a los novios, salieron dos tórtolas, cuando Rainiero empezó a cortarla con su espada. Finalmente, el viaje de novios, de siete semanas, transcurrió por el Mediterráneo a bordo del yate Deo Juvante II, regalo de Onassis. Recorrieron la costa española y Córcega. A su vuelta, comenzó la nueva vida de la actriz, una mezcla de realidad y ficción, de publicidad e intimidad, de la que la boda había sido el primer capítulo.

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