Cómo se enamoraron Stefano Casiraghi y Carolina de Mónaco: infidelidades, una boda por sorpresa y tres hijos ilegítimos

La relación de Stefano Casiraghi y Carolina de Mónaco fue la más pasional, escandalosa y glamourosa de los 80, la que marcaría el canon de las historias de amor trágicas y principescas.

Stefano Casiraghi y Carolina de Mónaco en un desfile en Nueva York / getty images

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Carolina de Monaco y Stefano Casiraghi se conocieron, oficialmente, en un crucero organizado por un amigo común, Francesco Caltagirone, en el verano de 1983. En algún punto entre Córcega y Cerdeña, posiblemente en la casita secreta que Carolina de Mónaco posee en la isla de los multimillonarios, la isla de Cavallo, a ambos se les olvidó que tenían pareja y empezaron la gran historia de amor y muerte de los 80-90.

En aquel verano ella era la pareja oficial de Robertino Rossellini . Él, por su parte, tenía una novia anónima y desconocida a la que dejó plantada y esperándolo con sus padres en una isla mediterránea a la que el italiano no tenía prisa de desembarcar. La muchacha se llamaba Pinuccia Macheda.

Fuera del tema de la infidelidad mutua a sus parejas, el idilio entre Casiraghi y la hermana mayor de Alberto de Mónaco no podía haber llegado en mejor momento tanto para ellos mismos como para las siempre hambrientas portadas de las revistas del corazón.

Tras la química (y se supone que más cosas) que la pareja compartió en el Mediterráneo, Carolina y Stefano hicieron lo impensable y saltaron al vacío escapándose juntos durante dos semanas frenéticas en las que recorrerían Nueva York y París para acabar recalando en casa de la «mamma» de Stefano en Milán.

Puestos a escoger plebeyos Stefano Casiraghi era, a priori, mucho mejor candidato a convertirse en príncipe monegasco que el enamorado hijo de Ingrid Bergman. A pesar de que Robertino Rossellini había estado al lado de Carolina durante el entierro de Grace Kelly y que desde 1981 el todopoderoso ¡Hola! le consideraba el prometido de la princesa, el destino le otorgó el papel de eterno secundario en la historia sentimental de Carolina.

En su contra tenía a un italiano recién llegado con percha de príncipe Disney, currículum de deportista amante del riesgo y lo que era aún más importante, un emporio familiar que gestionar y ojos solo para Carolina. La relación iba tan viento en popa que tras su tournée por las capitales más chic del mundo, la princesa y plebeyo decidieron que era hora de recibir el visto bueno de sus respectivas familias. No hacía ni dos meses que se habían conocido.

El visto bueno llegaba tarde, las portadas del corazón ya se habían llenado de titulares del tipo « Carolina y Stéfano, dos enamorados por las calles de París», con interesantes fotos documentando el evento, pero sus respectivas familias agradecieron el gesto. Tras el beneplácito obtenido por la princesa haciendo gala de humildad en la villa La Cicogna de los Casiraghi, donde la recibieron Fernanda Biffi y Giancarlo CasiraghI, les quedaba el trago de conocer a Rainiero III de Mónaco.

Para sorpresa de todos Stefano y su proverbial timidez agradaron a Rainiero, que inicia entonces una lucha con la Santa Sede para que declarara el primer matrimonio de Carolina con el emperador de la noche, Phillippe Junot, nulo. La empresa del príncipe regente de Mónaco podía parecer precipitada, al fin y al cabo, la pareja se acababa de presentar en sociedad, pero Rainiero sabía lo que se hacía.

Para sorpresa de todos (y especialmente de Robertino Rossellini que fue presentado en sucesivos bailes y galas de oficiales monegascos durante años para no pisar el altar nunca junto a Carolina), a tan solo seis meses de conocerse Carolina y Stéfano anunciaron su compromiso. La boda llegó en un tiempo aún más récord: apenas diez días después del anuncio de compromiso.

En un golpe de efecto, la novia abandonada de Stefano Casiraghi, esa de la que ya nadie se acordaba, concede un par de entrevistas retratando a Carolina como la coqueta y a Casiraghi como el enamorado. Pero su momento de gloria es robado, de nuevo, por la propia princesa de Mónaco: Carolina se casa embarazada de su primer hijo, Andrea, que nace cinco meses después del enlace.

Esta situación, que en cualquier otro momento habría amargado la ceremonia a Rainiero, es aceptada con naturalidad por los Grimaldi en pleno. La boda es civil, porque desde el Vaticano se niegan a que pueda ser religiosa, y tiene lugar en el salón de espejos del Palacio de Mónaco, en vez de en el salón del trono, convirtiéndose en el primer matrimonio ilegítimo del católico Principado.

Ajena a las circunstancias la pareja sonríe feliz y cursi en las fotos oficiales. Carolina aparece radiante en su elegante vestido de satén diseñado por Marc Bohan y mucho más cómoda como princesa embarazada que como la princesita Disney boho chic de su primera boda. En esta ceremonia solo hubo 30 invitados y duró apenas 20 minutos. La ceremonia, con embarazo incluido, debió de dejarle un buen recuerdo porque repitió la dinámica con Ernesto de Hannover.

Vídeo. Carolina de Hannover, la vida de la princesa marcada por la tragedia

Desafortunadamente, el matrimonio sólo duraría siete años, de 1984 y 1990. Durante todo ese tiempo los tres hijos que tuvo la pareja, Andrea, Pierre y Charlotte Casiraghi, eran considerados ante la ley monegasca y la católica hijos tan ilegítimos como el matrimonio de sus progenitores. Carolina tuvo que esperar hasta 1993 a que el Papa Juan Pablo II anulara su unión con Phillippe Junot para que sus hijos pudieran ser incluidos en la lista de sucesión al trono del Principado.

No sabemos si para entonces le importaba ese detalle: el amor de su vida, Stefano Casiraghi, llevaba tres años muerto. El día que falleció, ella estaba de compras en París con su amiga Inés de la Fressange. Las imágenes de la princesa doliente tras la muerte de su esposo también dieron la vuelta al mundo.