Si 1992 fue el 'annus horribilis' para Isabel II y su monarquía, 2021 lleva camino de convertirse en el año más complicado y polémico para el príncipe Alberto de Mónaco , cada vez más cuestionado por la gestión de una crisis familiar que puede terminar teniendo trascendencia más allá de lo privado. Todo se torció en el mes de abril, cuando la princesa Charlène desapareció de la vida pública para reaparecer en Sudáfrica, su país natal, enferma y aparentemente incapacitada para volver a palacio con sus dos hijos de seis años, los gemelos Jacques y Gabriella. La extrañísima situación generó todo tipo de rumores que, desafortunadamente, no se acallaron con la vuelta a casa de la esposa pródiga. De hecho, debido a la política de opacidad de los Grimaldi, los asuntos íntimos de Charlène y Alberto se han convertido en gasolina para la maquinaria mediática global. Cada detalle alimenta la fábrica de viralidad: gestos, declaraciones, medias verdades, rumores o, directamente, elucubraciones.
Ante lo insostenible de la situación, esta semana el príncipe Alberto ha tenido que salir, por fin, al paso de rumores y especulaciones. «Porque sé que hay muchísimos rumores, dejadme que diga esto: no es covid», ha dicho de manera contundente. «La enfermedad de Charlène tampoco no tienen nada que ver con el cáncer. No está relacionada con nuestra relación personal. Y si queréis que continúe con las especulaciones, también diré que no tiene nada que ver con una cirugía estética ni con un retoque facial». El hartazgo del príncipe era evidente, pero sus explicaciones no terminan de satisfacer la sed de verdad de la audiencia global, deseosa de averiguar por qué la princesa de Mónaco estuvo siete meses separada de sus hijos y por qué, ahora que ha vuelto por fin al Principado, ha tenido que ingresar en una clínica para recuperarse de un agotamiento, físico y mental, incomprensible. ¿Porqué no sirven, ahora, las explicaciones?
Lo cierto es que la gestión de esta crisis no sólo ha mellado la reputación del príncipe Alberto, sino también su credibilidad. Toda su versión de la larga enfermedad de Charlène se ha puesto en cuestión tras las revelaciones de una fuente anónima al medio estadounidense 'Page Six'. En ellas, se relata una situación que no tiene nada que ver con lo que dan a entender los parcos comunicados de los Grimaldi. De hecho, describen una situación terrorífica: Charlène lleva «más de seis meses sin poder ingerir sólidos debido a todas las cirugías que se le han realizado desde entonces. Únicamente ha podido ingerir líquidos a través de una pajita, por lo que ha perdido casi la mitad de su peso corporal. Se siente exhausta después de seis meses de cirugías y a su incapacidad para alimentarse adecuadamente como resultado de las mismas».
¿Cómo entender las ambiguas palabras del príncipe Alberto, quien se ha limitado a hablar de «cansancio», «necesidad de descanso» y «una infección»? La abismal distancia entre una versión y la otra no queda salvada por un mero deseo de privacidad y dispara la sospecha de que, ocultando la gravedad de la enfermedad de Charlène, Alberto quedaba relevado de acompañar de una manera más consistente a su esposa. La misma fuente anónima se quejó de cómo se ha manejado la situación desde palacio. «Resulta injusto que se la esté retratando como alguien con algún tipo de problema mental o emocional. No sabemos por qué se le está restando importancia desde palacio al hecho de que casi se muere en Sudáfrica».
Convertir a Mónaco en un país éticamente irreprochable fue el objetivo del príncipe Alberto cuando se coronó como príncipe soberano de Mónaco y jefe del Estado, allá en 2005. Lo que ahora tiene entre manos es una especie de culebrón en tiempo real, en el que su figura queda reducida a los penosos avatares de una caótica vida sentimental, amenazada constantemente por la aparición de infidelidades e hijos ilegítimos. Hoy, toda la prensa global sigue al minuto los movimientos de Charlène, irresistible víctima de una enfermedad misteriosa en la que es fácil proyectar todas las fallas del cuestionado príncipe. A la pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí, podríamos apuntar a la cerrazón de la casa Grimaldi como una de las principales causas de este destrozo reputacional.
La opacidad a la hora de explicar la larga ausencia de la princesa no tuvo el esperado efecto apaciguador, al contrario. Multiplicó las teorías, rumores y sospechas que, convertidos en contenido, llevan inundando las redes y los medios de comunicación desde hace siete meses. Ahora, el príncipe Alberto pide que les dejen en paz. «Charlène necesita calma, descanso, tranquilidad y apaciguamiento. Necesitamos que todo el mundo lo entienda. Lo digo amablemente: déjenla en paz. Déjennos solos». Su ruego, que es más bien una orden, constata las dificultades que los Grimaldi y, en general, las familias reales tienen para aterrizar en el siglo XXI. Hoy las redes no se serenan con el silencio y los discursos ambiguos, sino con la transparencia. O, en su defecto, la simulación de la misma.