La estrategia de Charlène de Mónaco para recuperar territorio tras su larga ausencia del Principado va viento en popa. Puede que los diez meses que estuvo en Sudáfrica, donde recibió tratamiento de una misteriosa infección en el aparato respiratorio y auditivo, supusieran una pérdida de poder en la jerarquía simbólica de la familia Grimaldi. De hecho, hay quien indica que Carolina de Mónaco recuperó visibilidad como primera dama suplente. Todo parece cambiar ahora, con una Charlene más en forma que nunca y decidida a reclamar su protagonismo hasta en el Vaticano.
Lo estamos viendo: la campaña de Charlène de Mónaco para reclamar su espacio y su título es inteligente y efectiva. No conocemos los movimientos que enfrentan a la primera dama de Mónaco y su cuñada y rival Carolina en el interior el palacio Grimaldi, pero sí podemos observar cómo se manifiestan en la agenda oficial de ambas. El ejemplo más patente de esta guerra silenciosa lo comprobamos este mismo mes de julio, en dos eventos benéficos clave.
No fue ninguna sorpresa que la princesa Charlène rehusara asistir al legendario Baile de la Rosa, una fiesta que hasta este año figuraba en el calendario primaveral y que, debido a la covid, se trasladó a julio. Fue una exhibición total del poder de Carolina y sus cuatro hijos, con la nueva generación del clan (Carlota Casiraghi, Alexandra de Hannover, Beatrice Borromeo y Tatiana Santo Domingo) vestida para brillar.
Efectivamente: Charlène no validó ni rivalizó con Carolina de Mónaco en el tradicional Baile de la Rosa y, en cambio, presidió el Baile de la Cruz Roja, un evento muy querido por Rainiero y Grace Kelly, junto al príncipe Alberto y su sobrina, Camille Gottlieb, hija menor de Estefanía de Mónaco. Se visibiliza así la grieta familiar: Alberto como bisagra entre Carolina y sus hijos y Charlène y Estefanía y su prole.
Quien pensara que esta diferencia en cuanto a los bailes iba a quedar en mera anécdota, ha podido comprobar ahora que, al contrario, confirma una rivalidad real. Y que, de hecho, una recuperadísima Charléne de Mónaco aprovecha cada ocasión para marcar distancias con Carolina, convertida en una proverbial archienemiga. Nos referimos a la visita de Charléne al Vaticano.
La primera dama de Mónaco, al fin libre de infecciones en nariz, gargante y oídos, y visitó al papa Francisco, en una recepción especialmente importante al ser el Principado uno de los pocos países que aún se afirma como estado confesional en su Constitución. El catolicismo de Estado en Mónaco permite a Charlène vestir de blanco ante el papa Francisco, un privilegio que solo ostentan diez mujeres en el mundo. El resto debe vestir de riguroso negro.
Para sorpresa general, Charlène de Mónaco ha decidido no utilizar su privilegio ante el Santo Padre y ha elegido un vestido negro con sutil estampado relieve y escote palabra de honor bajo otro vestido de tul con escote barco y manga larga. Un look que se puede tachar de demasiado sofisticado (con los hombros parcialmente descubiertos y unos zapatos 'nude' también demasiado altos) para visitar al papa Francisco, pero que iba acompañado por un rosario y mantilla de encaje.
No es, sin embargo, la idoneidad del look lo que envía un mensaje alto y claro a la princesa de Hannover y sus defensores, sino el hecho de que Charlène haya querido vestirse como una mujer sin privilegios ante el Papa Francisco. ¿Por qué ahora, cuando en otras ocasiones sí llevó el excepcional blanco? Este gesto de humildad no ha pasado inadvertido, dada la peculiar relación de la familia Grimaldi con el Vaticano. En especial de Carolina de Mónaco.
La primogénita de Rainiero de Mónaco y la princesa Grace le dio muchísimos quebraderos de cabeza a su padre, pero ninguno como su boda en 1979 con el playboy y financiero Philippe Junot cuando solo tenía 21 años. Se casaron siguiendo el obligado rito católico en los jardines del Palacio de Montecarlo, pero el matrimonio apenas superó los dos años.
La Iglesia, contrariada por este divorcio anunciado, no concedió la nulidad, así que el segundo matrimonio de Carolina de Mónaco con Stefani Casiraghi, en 1983, fue civil. Lógicamente, sus tres hijos, Carlota, Andrea y Pierre, fueron considerados ilegítimos y excluidos de la línea sucesoria. Tras el trágico fallecimiento de Casiraghi, la princesa de Hannover tuvo que emplearse a fondo y jugar todos sus privilegios para revertir esta situación.
En 1992, Juan Pablo II le concedió finalmente la nulidad de su primer matrimonio y, al año siguiente, reconoció a sus tres hijos como legítimos. Entre otras gestiones, Carolina envió una carta en la que «desde la profundidad de mi corazón» le pedía al Papa que le «concediera la gracia» de legalizar a sus hijos en la Iglesia. Sintomáticamente, ahora Charlène renuncia a su privilegio y se presenta como una más, de negro, ante el papa Francisco. Una manera más de trasladar el mensaje de que no tiene nada que ver con la princesa de Hannover.