La emperatriz Eugenia de Montijo tuvo una larga vida entre 1826 y 1920. De ellos, pasó cuarenta de luto. / getty

ÍCONO DE MODA

La trágica vida de Eugenia de Montijo, la emperatriz española que se convirtió en leyenda: exilio, infidelidades y un luto de 40 años

No solo una leyenda, Eugenia de Montijo vivió una vida apasionante, pero que se le predijo desde joven. Su futuro estaba pensado para que fuera la Emperatriz de los Franceses. Sin embargo, su matrimonio estuvo lleno de infidelidades.

Convirtió Biarritz en el lugar de veraneo de la nobleza, cuando en 1854 construyó el Palacio que hoy se conoce como Hôtel du Palais. Lanzó la industria de la alta costura parisina, de la que era una clienta asidua, y se dice que fue quien contó a Prosper Mérimée la historia que dio lugar a su novela «Carmen», luego convertida en una ópera por Bizet.

Incluso un asteroide con su nombre, el 45 Eugenia. Eugenia de Montijo es, sin duda, la noble española que más ha alimentado las leyendas. Su destino excepcional, su belleza y su inteligencia marcaron la Francia del II Imperio, aunque hoy ha quedado algo olvidada. Pero fue una brillante mecenas, fundó numerosas organizaciones caritativas y ejerció su olfato político en varios periodos como regente.

El nacimiento y juventud Eugenia de Montijo

María Eugenia Ignacia Agustina de Palafox-Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick nació en Granada, el 5 de mayo de 1826. Era la segunda hija de Cipriano Palafox y Portocarrero-Idiaquez, duque de Peñaranda, conde de Montijo y de Teba y grande de España, militar y político liberal, y de Enriqueta María Manuela KirkPatrick de Closeburn y de Grevignée, aristócrata española hija del escocés William KirkPatrick, exiliado por apoyar a la casa de Estuardo, que hizo fortuna con los vinos de Jerez.

El nacimiento de Eugenia ya fue una aventura. Se adelantó por el susto de su madre a un terremoto que asoló Granada en esa fecha, y llegó al mundo en una tienda de campaña habilitada en el exterior del palacio en el que residía la familia, por temor a un derrumbe. Tiene un hermana mayor, María Francisca, Paca, futura duquesa de Alba por su matrimonio con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia.

Con nueve años, Eugenia fue enviada a Francia, a estudiar en el Convento del Sagrado Corazón y luego en el Gymnase Normale, en los que recibió una profunda formación católica. Con 11 años pasó una corta estancia en un internado en Bristol, en Inglaterra, de la que guardó muy mal recuerdo. Ya entonces empieza la leyenda: se dice que, cuando contaba 12 años, una gitana del Albaicín de Granada le leyó las líneas de la mano y le pronosticó que iba a ser reina.

Diez años más tarde, en París, un abad quiromante vio en su mano una Corona Imperial. A pesar del conservadurismo religioso, su educación fue cosmopolita. Por la casa familiar, tanto en España como en Francia, pasaban grandes intelectuales del momento, diplomáticos, músicos o escritores. Su padre murió en 1839, cuando era adolescente, y Eugenia y su hermana se instalaron en Madrid. Su madre quería, sobre todo, una buena boda para ambas. En 1844, Paca cumplió con las expectativas y contrajo matrimonio con el duque de Alba.

Su futuro destinado a ser Emperatriz

Eugenia recorrió Europa con su madre. Viajaron a Italia, Francia, Inglaterra y Alemania hasta que, en 1849, cuando Eugenia tiene 24 años, madre e hija fijan su residencia en París. Los rumores sobre las ambiciones matrimoniales de su madre también la alcanzan a ella, acusándola de libertina. La llaman «la señorita de Montijo» de forma despectiva, en las reuniones y bailes de la alta sociedad. Pero su destino estaba a punto de cambiar. El 12 de abril de 1849, en una recepción en el Palacio del Elíseo, Eugenia fue presentada a Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I. Dicen que quedó fascinado por su belleza y su inteligencia.

El 30 de enero de 1853, Eugenia de Montijo se convertía en Emperatriz de Francia. (GTRES)

Él era presidente de la República Francesa, y finalmente se convirtió en Emperador. En una recepción en el Palacio de las Tullerías, Napoleón anunció su decisión de casarse con ella, en enero de 1853, ante el Consejo de Estado. Napoléon III tenía 45 años y ella 26. La boda civil se celebró el 29 de enero de 1853, en el palacio de las Tullerías. Eugenia vestía de satén rosa y llevaba un tocado de jazmines.

A la mañana siguiente, 30 de enero, Eugenia de Montijo se convertía en la emperatriz de los franceses ante el Altar Mayor de la catedral de Notre-Dame, en una ceremonia oficiada por el Arzobispo de París. Eugenia llevaba un vestido de satén blanco y una diadema de brillantes y zafiros que había pertenecido a las emperatrices Josefina y María Luisa. Se dice que, una vez pronunciada la bendición, y para ganarse el respeto de los franceses, Eugenia se volvió hacia los asistentes y se inclinó con una elegante reverencia. Además, donó a la caridad los 600.000 francos que le había regalado para joyas el Ayuntamiento de París y fundó una institución de jóvenes huérfanas.

Eugenia de Montijo: abortos, solidaria y mecenas

El matrimonio, sin embargo, no resulta fácil para Eugenia. Sufre varios abortos antes de quedar embarazada de su único hijo, Napoleón Luis Eugenio Juan José Bonaparte, el príncipe imperial, que nació el 16 de marzo de 1856 tras un parto largo y difícil. El emperador le fue infiel casi desde el primer momento, y Eugenia lo soportaba con paciencia. Empezó a participar de forma activa en la política. Fue una parte importante, por ejemplo, en la construcción del Canal de Suez, y asistió a su inauguración el 17 de noviembre de 1869.

Fundó asilos, orfanatos y hospitales. Apoyó las investigaciones de Louis Pasteur, que acabarían en la vacuna contra la rabia. Su personalidad marcó, sobre todo, la moda y las costumbres de la época. Su forma de vestir era alabada e imitada en toda Europa. Apoyó al modista Charles Frederick Worth, que propuso abandonar el miriñaque y sustituirlo por el polisón. Puso de moda el sombrero Eugenia, inclinado sobre un ojo y decorado con una pluma. Protegió a escritores y artistas de la época y aumentó de forma considerable el esplendor de una Corte decadente y casi siempre hostil hacia. La llamaban «la española».

Un final desdichado y triste

Sin embargo, los días del Imperio estaban contados. En septiembre de 1870 finalizó la guerra franco-prusiana, que culminó con el desastre de la Batalla de Sedán, en la que fue capturado el ejército francés junto con el emperador, que estuvo prisionero en el castillo de Wilhelmhöhe, aunque fue posteriormente liberado. Napoleón fue destronado y Eugenia dejó Francia de camino al exilio. En medio de una gran tormenta, llegó a Inglaterra, donde se estableció junto a su hijo, en la finca de Camden House, en Chislehurst, en Kent.

El emperador viajó con ellos más tarde. Pero los sinsabores no habían terminado para Eugenia. Napoléon falleció el 9 de enero de 1873 y su hijo murió, con solo 23 años, durante la Guerra anglo-zulú, en una emboscada, el 1 de junio de 1879. Tras perder a su hijo, vistió de luto el resto de su vida, que duró cuarenta años más. Viajaba de vez en cuando a España. Se la veía pasear por Madrid o frecuentar el palacio de Liria, la residencia madrileña de los Alba, aunque su hermana ya había fallecido.

Eran también frecuentes sus visitas a la reina Victoria Eugenia de Battenberg, de quien era madrina de bautismo y una gran amiga. Casi olvidada, murió en España, en el Palacio de Liria, el 11 de julio de 1920, a los 94 años, durante una de sus visitas, mientras se preparaba para regresar a Inglaterra. Fue enterrada en la Cripta Imperial de la Abadía de Saint Michael, en Farnborough (Inglaterra), al lado de su esposo y de su hijo.

Dejó una rica colección de arte algunos cuadros se conservan en el Palacio de Liria–,y otra fabulosa de joyas, que fue subastada, aunque una parte permanece en el museo del Louvre, en París. Entre las piezas de las que se deshizo destacaban dos hileras de grandes perlas finas, sus favoritas, y, sobre todo, un espectacular conjunto de diamantes y esmeraldas.