Mountbatten-Windsor

La desconocida lucha de Felipe de Edimburgo para que sus hijos llevaran su apellido: «No soy más que una maldita ameba»

El duque de Edimburgo, fallecido el 9 de abril de 2021, fue un gran apoyo para la reina Isabel II. Pero Felipe tuvo que renunciar a muchas cosas, entre otras a que sus hijos llevaran su apellido.

El duque de Edimburgo y la reina Isabel, junto a sus cuatro hijos. / gtres

Elena Castelló
Elena Castelló

El príncipe Felipe, duque de Edimburgo, fue para la reina Isabel , según sus propias palabras, mi sostén y mi fuerza». Fue el consorte más longevo de la realeza británica. En sus casi setenta años de servicio, participó en 22.219 actos oficiales, sin contar los que presidió junto a la Reina y otros familiares. Y aguantó casi hasta el final de su vida, antes de retirarse en 2017.

Pero para convertirse en marido de Isabel, aquel joven lleno de energía y con un fuerte carácter, tuvo que renunciar a sus títulos, su religión y su nacionalidad. Mostró siempre una lealtad sin fisuras, a pesar de que le costó acostumbrarse a ese segundo lugar, unos pasos por detrás de la reina, y a unos funcionarios reales que no entendían que no solo era el consorte, sino también el esposo de la reina y el padre de sus hijos.

Felipe e Isabel se casaron el 20 de noviembre de 1947. Fue, sin, ninguna duda, un matrimonio por amor. Los comienzos, sin embargo, no fueron fáciles para Felipe. Una vez casados, se esperaba que el rey Jorge VI reinara otros veinte años más, lo que permitiría a Felipe seguir su carrera en la Royal Navy. Estaba considerado uno de los oficiales jóvenes más brillantes. Pero la muerte prematura del rey le obligó a abandonar la Marina y buscar un nuevo sentido a su vida. Fue una más de las renuncias que tuvo que hacer.

La renuncia a los títulos de Felipe de Edimburgo

Felipe era príncipe de Grecia y Dinamarca. Su padre era el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca, y de la princesa Alicia de Battenberg, bisnieta de la reina Victoria . Su familia abandonó Grecia por la inestabilidad política en varias ocasiones desde 1917. Se cuenta que Felipe, todavía un bebé, fue acomodado en un cajón de naranjas en una de las huidas.

Felipe adoptó entonces el apellido familiar –Battenberg– en su versión británica –Mountbatten–, al convertirse en súbdito británico. Se le concedió el título de duque de Edimburgo. Cuando Isabel ascendió al trono, proclamó que siempre tendría precedencia junto a ella y que sería el regente de Carlos, si ella fallecía.

Isabel II y Felipe de Edimburgo, junto a sus hijos. / gtres

Sin embargo, Felipe quería algo más y el conflicto estalló, en 1952, poco después del ascenso de Isabel al trono, cuando ésta, asesorada por sus consejeros y por el primer ministro Winston Churchill, dispuso que tanto ella como sus hijos serían conocidos como la Casa y la Familia Windsor. Lord Mountbatten, tío de Felipe, abogó por el nombre Casa de Mountbatten para la casa real, en lugar de casa de Windsor. Felipe sugirió, a su vez, Casa de Edimburgo.

Pero tanto Churchill como la reina María, abuela de Isabel, se echaron las manos a la cabeza. «La familia real no tiene un apellido», argumentaron. «Nunca lo necesitaron. Solo utilizaban el nombre de la dinastía o del territorio en el que gobernaban. Los Tudor y los Estuardo eran dinastías y sus soberanas no habían adoptado el apellido de sus maridos al casarse».

La Casa de Windsor, una invención de Jorge V

Isabel emitió una proclamación real declarando que la casa real seguiría siendo conocida como la Casa de Windsor, aunque este nombre había sido una invención de Jorge V durante la I Guerra Mundial para evitar el significado germánico de la Casa Sajonia-Coburgo-Gotha. Ni siquiera la reina Victoria había estado por encima de su marido en esto ya que este nombre se tomó por el príncipe Alberto, su esposo, que pertenecía a la casa de Sajonia-Coburgo y Gotha.

El rey Eduardo VII se convirtió en el primer monarca británico de este linaje tras la muerte, en 1901, de su madre, Victoria. En plena Primera Guerra Mundial, y dado el sentimiento antigermánico que existía en Gran Bretaña, Jorge V decidió sustituir el nombre familiar por el de Windsor, usando como referencia la denominación de la residencia real de Windsor .

Felipe de Edimburgo y la reina Isabel II, junto a sus hijos, la princesa Ana y el príncipe Carlos en la década de los cincuenta. / gtres

Aunque en público Felipe ocupaba un lugar menor junto a su esposa, en privado, ejercía de padre de familia y tomaba las decisiones. Por eso, no poder darle su apellido a sus hijos ofendió profundamente a Felipe. «No soy más que una maldita ameba», dijo. «Soy el único hombre en este país al que no se le permite darle su nombre a sus hijos». Hubo quien sugirió, sin embargo, que, al llevar el apellido materno de soltera, parecía que los príncipes nacidos de ese matrimonio no tenían padre o, peor aún, que eran ilegítimos.

Un certificado matrimonial

Sin embargo, poco después del nacimiento de Andrés, en 1960, la reina emitió una orden que declaraba que los descendientes masculinos de Felipe que no ostentaran el tratamiento de Alteza Real o el título de príncipe llevarían el apellido Mountbatten-Windsor. Sólo ella y sus cuatro hijos serían conocidos como Windsor, aunque, en caso de tener que hacer público su apellido, este sería Mountbatten-Windsor.

Isabel contó en privado que aquella decisión, aunque no satisfacía del todo a Felipe, le « había quitado un gran peso de encima». Así, la princesa Ana adoptó este apellido por decisión propia tras casarse con su primer marido, el capitán Mark Phillips , en 1973, a la hora de firmar el certificado matrimonial. Carlos III es un monarca de la casa de Windsor, pero sus nietos llevan todos los apellidos Mountbatten-Windsor.