En 1955, la entonces actriz Grace Kelly, uno de los rostros míticos del director Alfred Hitchcock, rodó, junto a Cary Grant «Atrapa a un ladrón», en Mónaco. En una de las más famosas escenas de la película, conduce un descapotable por los acantilados del Principado. Fue en ese mismo camino, en el tramo de Cap d'Ail a La Turbie, donde perdió la vida 27 años después.
Desde hacía varios meses, la Princesa sufría de intensas migrañas, pero ese 13 de septiembre de 1982 es un día importante para ella. Tiene que acompañar a su hija Estefanía, de 17 años, a París, para que haga unas prácticas de estilismo en la Maison Dior. Grace abandona la propiedad familiar de RocAgel, donde pasaba el verano, al volante de su Rover 3500 con la princesa Estefanía. La parte trasera del coche está repleta de ropa, por lo que el automóvil solo puede llevar a dos pasajeros. Grace decide conducir ella misma, no acudir a su chófer. A su lado va Estefanía en el asiento del copiloto. La carretera hacia La Turbie es sinuosa. Un camión las sigue. En el informe oficial, el conductor dijo que vio al coche «hacer muchos zig-zags, chocando contra las rocas, antes de ganar velocidad y lanzarse al vacío 50 metros, estrellándose en el estacionamiento de una villa, tras caer 40 metros por la ladera». Eran las 9:54 de la mañana.
Estefanía sufrió un fuerte golpe en las cervicales, pero salió por su propio pie. Pero habrá que esperar la llegada de los bomberos, unos minutos más tarde, para que Grace, proyectada hacia el asiento trasero del coche, pueda ser liberada. Todavía está consciente y la llevan de urgencia al hospital, donde perdió el conocimiento dos veces durante la noche. El 14 de septiembre, por la mañana, la Princesa entró en coma. Al final de la tarde, los médicos le realizan una operación en el cráneo. Gracia está en muerte cerebral, la mantienen viva artificialmente. Será desconectada con el acuerdo de su familia. A las 10:30 de esa noche, la Princesa es declarada muerta, a la edad de 52 años. El informe de los expertos médicos asegura que la ex actriz sufrió dos lesiones cerebrales. La primera fue un ataque cerebrovascular, que le hizo perder el conocimiento brevemente mientras conducía. Sus migrañas eran ciertamente señales de advertencia de la enfermedad que había golpeado a su madre siete años antes, dejándola inválida. Las teorías de la conspiración que sacudieron a la familia monegasca durante los años ochenta quedan descartadas.
Grace pasó los últimos meses de su vida entregada a su labor como princesa y al cuidado de su familia, como siempre había hecho. Ese mes de junio, el día 5, acudió a visitar Baux-de -Provence, con su hijo Alberto, que llevaba el título de Marqués de Baux y a quien le entregan las llaves de la ciudad. Con gafas de sol, un traje color mostaza y un moño impecable, se acerca sonriente a los periodistas que la esperan. Grace había insistido en estar presente, porque la visita es todo un símbolo. Desde la Revolución, ningún Grimaldi había regresado a la ciudad provenzal. La visita duró dos días, en los que se celebraron numerosos actos, desde la inauguración de un museo a un concierto, una misa y bailes provenzales en la plaza principal. Para la segunda jornada, la princesa luce un elegante panamá. Pero, además de los actos de su agenda, en estas últimas semanas previas a su muerte, se produce un acontecimiento especial: la entrevista para la cadena estadounidense ABC que le hace el periodista Pierre Salinger, el 22 de junio. En ella hizo una confidencia que marcaría su recuerdo. Entrevistador y entrevistada, sin una gota de maquillaje, se sentaron en el jardín de palacio. Hablaron de las diferencias entre ser europeo y norteamericano o de la manera en que la princesa había educado a sus hijos y Grace se queja de la curiosidad malsana de los «paparazzi» con ellos.
Niega que desee volver al cine, «porque es un trabajo a tiempo completo», y asegura que sus proyectos pasan por seguir dedicándose a las numerosas fundaciones en las que participa. Pero, lo esencial llega en la parte final. La entrevista termina con una pregunta premonitoria de Pierre Salinger. ¿Cómo le gustaría ser recordada? Por primera vez, Grace hace una pausa antes de responder. «Supongo que se trata más de cómo me recordarán mis hijos y mis nietos. Ojalá me recuerden como alguien que trató de hacer bien su trabajo, comprensiva y amable», dijo finalmente.
Ese mes de julio, los Grimaldi participan, como siempre, en el Baile de la Cruz Roja. Organizado todos los años desde 1948, este evento benéfico es un orgullo para Grace, que ha sido la presidenta de la organización desde 1958, tras tomar el relevo de su esposo, el príncipe Rainiero. Pero esta edición es especial. Ese 30 de julio, la princesa Estefanía, de 17 años, asiste, por primera vez a la gala. Grace está feliz de estar rodeada por su esposo y sus tres hijos, por primera vez. Lleva unos pendientes de oro, un collar de perlas y un vestido blanco. Ante los fotógrafos, Grace, como madre protectora, pone su mano en la espalda de su hija menor, que la mira con admiración.
A principios de agosto, los príncipes de Mónaco se embarcan a bordo del «Mermoz» con sus dos hijos mayores, Carolina y Alberto, rumbo a Islandia. Son las cuatro de la tarde cuando el «Mermoz» atraca en Reykjavik el 14 de agosto. Por la noche, el presidente islandés Vigdís Finnbogadottir los espera en su residencia oficial en Bessastaðir. Al día siguiente, Grace visita un museo y pasea por la cresta de la roca de Almannagja, antes de una comida oficial de especialidades islandesas cerca de Gjabakki. Grace afirmó que era la comida más agradable en la que había participado, lo cual vuelve a resultar como una señal. Aprovechó, además, para tomar fotografías, una de sus aficiones favoritas.
Sin embargo, a pesar de la armonía que exhiben, los Grimaldi, y especialmente Grace, viven una grave crisis familiar. Carolina ha roto su matrimonio con Philippe Junot, dos años antes, pero todavía no se ha divorciado, a pesar de que sale en todas las portadas con el tenista argentino Guillermo Vilas. La princesa, ferviente católica, no puede entender la falta de contención de su hija, que ya se había casado en 1978 en contra de su voluntad, con solo 19 años. En Roc Agel, la casa de verano de la familia, Grace espera encontrar algo de paz. Allí se dirigen a la vuelta de Islandia, el 19 de agosto, los príncipes y sus hijos. Roc Agel es un verdadero remanso de paz para Grace, que aprovecha para leer, trabajar en el jardín y relajarse. «No había dejado de ir a lugares y hacer cosas en todo el verano. Había hecho demasiado. Sin embargo, nunca hablaba de eso ni se quejaba, aunque no estaba en buena forma», recordaba la princesa Carolina, después de su muerte, en una entrevista.
A su gran cansancio y estado de ánimo irritable, se suman fuertes migrañas, una señal de alerta de la tragedia que estaba por llegar y que la princesa desatendió. Quizá porque nunca se permitió una flaqueza. Durante sus últimos meses, como a lo largo de su vida, Grace cumplió disciplinadamente con su agenda y dejó una huella imborrable en todos los que la conocieron. Su memoria permanece intacta, casi cuarenta años después de su trágica muerte.