La reina Sofía junto a Harald de Noruega. /
Harald de Noruega, que esta misma semana ha estado ingresado tres días en el Hospital Nacional de Oslo por culpa de una infección que se complicó, fue el primer amor de juventud de juventud de nuestra emérita. Todos los que fueron testigos de sus intereacciones en aquel momento (menos los verdaderos implicados) querían que aquello terminara en boda. Doña Sofía se lo comentó a su biógrafa, la periodista Pilar Urbano: «Sé que hubo muchos intereses para casarnos, se provocaron encuentros, se hicieron cábalas… pero el resultado de ese emparejamiento forzoso fue nulo».
Era finales de los años cincuenta y Harald de Noruega era un joven príncipe heredero de apenas veinte años, alto, rubio, de ojos azules y deportista –había sido olímpico en vela, como Constantino de Grecia, hermano de doña Sofía. La prensa de la época lo consideraba un «soltero de oro». Y la reina Federica , la madre de doña Sofía, lo tuvo claro desde el primer momento: era el candidato perfecto para su hija.
Aunque lo mismo pensaban la reina Ingrid de Dinamarca con respecto a su hija Margarita –futura reina de Dinamarca– y Sibila de Suecia para sus hijas, las princesas Birgitta y Desirée. Harald era primer soberano nacido en Noruega desde hacía más de 500 años. Su llegada al mundo fue un acontecimiento para sus padres, Olav V y Marta de Suecia, puesto que nació tras dos niñas, las princesas Ragnhild y Astrid, y suponía la continuidad de la dinastía Glücksburg, de la que descendía también la princesa Sofía de Grecia.
El primer encuentro entre Harald y Sofía tuvo lugar durante un viaje a Noruega de los reyes de Grecia, en el que les acompañó Sofía. Los dos jóvenes compartieron baile y muchas publicaciones se encandilaron con la posibilidad de que de allí surgiera un romance. Pero no fue así. Un año después se organizó un «baile de juventud» en Dinamarca, en el castillo de Fredensborg. La pareja que se enamoró, sin embargo, no fueron Sofía y Harald, sino su hermano Constantino, heredero del trono griego, y la princesa Ana María de Dinamarca, entonces casi una niña.
Pero la reina Federica volvió a intentarlo. En el verano de 1960 invitó a Harald a pasar unos días en Corfú, en la residencia de verano de la familia real griega, «Mon repos». Sofía y Harald pasearon juntos por la playa y navegaron, durante quince días. La familia daba el compromiso por hecho, pero la relación tampoco llegó a puerto.
La razón fue, en esta ocasión, un problema económico, según la periodista Françoise Loat: el Parlamento griego no quiso conceder al rey Pablo los 50 millones de francos de la época que habría solicitado como dote para su hija Sofía. Solo accedían a otorgar la mitad. El padre de Harald, Olav de Noruega, consideró que aquella cantidad era insuficiente y no hubo compromiso.
Sofía de Grecia y Harald de Noruega, en compañía de Ana María de Grecia. /
Se dice que a la entonces princesa Sofía de Grecia le gustaba Harald y que la decisión del Parlamento fue una humillación para ella. Sin embargo, era imposible que aquella relación cuajara, y Sofía debía saberlo, porque Harald estaba profundamente enamorado, aunque en secreto.
El príncipe había conocido a su amada cuando ambos tenían 15 años, en un campamento de verano, en el fiordo de Oslo. Se llamaba Sonja Haraldsen y era inteligente, bondadosa y atractiva. Sólo tenía un defecto: era una chica plebeya , hija de un próspero comerciante de tejidos de Oslo, que se estaba formando como costurera, para trabajar en el negocio familiar. Pero la cosa iba en serio.
En 1959, Sonja acudió a la graduación de Harald. Cuando éste le contó a su padre, Olav, que estaba enamorado –y todavía se hablaba de un posible matrimonio con Sofía de Grecia– , este se opuso tajantemente. «No permitiré que una costurera sea reina de Noruega», dijo. Entonces el rey decidió enviar a su hijo a estudiar a Oxford, donde se matriculó en Economía, Ciencia Política e Historia. Sonja fue enviada a Ginebra para especializarse en diseño. Los dos enamorados tuvieron que luchar contra la distancia.
Harald de Noruega y Sonja Haraldsen el día de su compromiso. /
Poco tiempo después, en 1962, Harald supo que Sonja, desesperada, había intentado quitarse la vida en Suiza. El heredero hizo toda la presión que pudo para que su noviazgo fuera aceptado. Amenazó a su padre con renunciar al trono, lo que suponía una clara amenaza para el futuro de la dinastía, independiente de Suecia desde 1905.
El escándalo en la sociedad noruega fue mayúsculo. Era la primera vez que un príncipe heredero quería casarse con una chica sin sangre real, de clase media. Entre tanto, en 1962, Sofía se casó con el príncipe Juan Carlos , en una lujosa ceremonia en Atenas. La reina Federica había conseguido otro futuro rey para su hija.
El rey Olav y el Parlamento dieron finalmente su aprobación. Habían pasado diez años desde que Harald y Sonja se habían enamorado. La boda tuvo lugar el 29 de agosto de 1968, en la catedral de Oslo. La novia fue la diseñadora de su propio vestido, en satén blanco y pedrería, y llevó unos sencillos lirios del valle sujetando el velo. Aquel fue un día histórico para Noruega, pero también para las monarquías europeas, en las que los herederos vieron factible la posibilidad de casarse por amor.
Se abrió el camino para una nueva generación de princesas y reinas, cultas, profesionales, independientes y de clase media. El resultado hasta el momento no parece haber sido negativo, ni para Harald y Sonja, ni para la nueva generación de herederas. Sonja se convirtió en reina en 1991, cuando falleció Olav V. Harald y Sofía han seguido coincidiendo en reuniones familiares y en visitas oficiales a lo largo de estos años. La última vez que se vieron fue en el funeral de la reina Isabel en la abadía de Westminster, donde se sentaron juntos. Conservan una estrecha amistad.