Hoy jueves, 15 de septiembre, es el cumpleaños de la reina Letizia. Y ese medio siglo que marca nueva etapa en cualquier existencia ha suscitado el previsible río de libros y reportajes de portada en los que se desgrana la vida reciente de la monarca. Es un buen momento, pues de esos 50 años que cumple la reina, 20 de ellos los ha pasado ya bajo la influencia de una institución, la monárquica, y de esa estructura de control férreo que llamamos Casa Real. Una frase se repite en unos y otros: la idea de Letizia, la reina, como un misterio. Enigma, la llaman. Como a una esfinge ibérica.

El reclamo implícito en ese supuesto misterio de Letizia es doble. Por un lado, están las voces que, lógicamente, demandan más sustancia de contenido y menos presencia muda tanto del rey Felipe VI como de Letizia. Pero, sobre todo, existe mucha curiosidad. Y aumenta conforme persiste el silencio de la reina. Aunque sepamos mucho más de ella de lo que jamás sabremos de la reina emérita Sofía.

En realidad, el misterio que rodea a la reina Letizia, una imposición de silencio cada año más extemporánea que el anterior, es una vieja estrategia que Hollywood llevó asu máxima expresión. Sus estrellas debían ocultar prácticamente todo de sí para alimentar el deseo de saber más de ellas. De alguna manera, el misterio es una fábrica de curiosidad, admiración y amor, algo que una reina no prevista necesita con desesperación.

La reina Letizia, con tiara real. Foto:GTRES.

En el mejor de los casos, el misterio suele encubrir una realidad tozuda: quien se envuelve en él no suele estar tan lejos del común de los mortales. En este caso, las mujeres de su edad y de su tiempo. De Letizia se repiten machaconamente algunas características: «Obsesiva, perfeccionista y controladora», escribe Carmen Duerto en 'Letizia, una mujer real' (Ed. Harper Collins). Ella misma dijo que no llegaba a la monarquía «para ser un florero».

El periodista José Antonio Zarzalejos, ex director de Abc y autor de 'Felipe VI. Un rey en la adversidad', define a la reina Letizia como: «Una mujer de personalidad compleja y de un temperamento indómito». Incontrolable y, aún así, dispuesta a ser «embridada» (tal es el término que utilizan fuentes próximas a Zarzuela) por una institución que no admite divergencias.

Suena a enorme sacrificio personal, y quizá por ello Leonardo Faccio escribió en su biografía 'Leticia. La reina impaciente' (2002) que veía a una mujer «atrapada entre la paradoja y la contradicción». La paradoja de elegir un destino que la ponía en contradicción con ella misma.

«¿Hasta dónde es Letizia dueña de sus actos», le preguntan a Carmen Duerto, que contesta: «Una reina es dueña de muy pocos». Imaginemos lo que esto debe significar para una mujer que, en 2001, recibe el premio Larra a la mejor periodisa menor de 30 años y está a punto de llegar a lo más alto de su profesión: presentar el informativo más prestigioso de la televisión nacional y cubrir consecutivamente los atentados del 11 de septiembre, el hundimiento del Prestige y la invasión de Irak.

«Letizia llega a la monarquía con 32 años, con un carácter muy marcado y unos valores contrarios a la institución. Es curioso cómo se ha amoldado», ha comentado Duerto. Por mucho que el sacrificio se acepte como renuncia personal, el ego debe resentirse al pasar de cabeza de león en su profesión a cola de ratón en la familia real española, donde desde el minuto uno se la reduce a figurante sin frase. De alguna manera, el ego debe resarcirse. Ahí surgen sus pequeñas rebeldías: puros mecanismos de compensación.

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En su primera etapa como princesa de Asturias primeriza se le consentían pequeñas rebeldías, como aparecer en restaurantes, tiendas, cines o conciertos. «Muchas veces se quejaba de que solo podía hacer lo que le autorizaran. Como princesa de Asturias estaba a las órdenes del rey Juan Carlos, quien tenía la última palabra», escribe Mabel Galaz en 'Letizia Real' (Ed. La esfera de los libros).

«Cuanto más encorsetada se sentía, más salía a relucir sus rebeldía. Hay anécdotas, situaciones que reflejan ese carácter provocador que afloraba si se sentía contrariada», explica Galaz. Los conocemos. «Nada de seguir la estela de las señoras marquesas de la alta socciedad, con sus mesas petitorias, tardes de merienda, exposiciones y beneficencia», señala Carmen Duerto.

«Letizia obvia el uso de mantilla y traje largo en los actos castrenses», explica Duerto en su biografía. «También varía la composición de su agenda: si la reina Sofía se ha dedicado más a labores sociales o musicales, la reina Letizia va a optar por un papel más 'ejecutivo', como ser embajadora especial de la FAO para la nutrición. Tampoco parece que le guste mucho que hinquen la rodilla ante ella. Y, desde luego, a Letizia no le gusta hacerlo».

El paso de princesa de Asturias a reina en 2014 marca de alguna manera el final de las rebeldías de Letizia, que alcanza por fin su deseada autonomía. De hecho, desde ese momento defiende su territorio con firmeza e incluso con dominancia, como pudimos ver en el famoso rifirrafe entre ella y la reina Sofía, en la catedral de Palma. No debió producirse tal despliegue de su ego, herido durante años y, además, por su propia mano.

Ha sido uno de los pocos momentos en los que no funcionó el intrincado, largo y poderoso trabajo de inversión que ha realizado Letizia durante todos estos años. Aceptó entrar en una institución que reduce a la mujer a receptáculo de la continuidad dinástica para dar a luz a una reina: una mujer que tendrá todo el poder real. La tacharon de inapropiada por plebeya e hizo bandera de la excelencia. Apuntaron su anorexia pero luce músculos de acero. Llegó como la mejor periodista y, a los 50, parece que se convertirá en la mejor reina.