UN REGALO ENVENENADO
UN REGALO ENVENENADO
Ha sido el mejor regalo de cumpleaños que el rey Carlos III podía hacerle a su hermano, el príncipe Eduardo: darle el título de Duque de Edimburgo. Era algo que ya se esperaba desde que el príncipe Felipe falleció, el pasado año, porque fue una de sus últimas voluntades. Felipe de Edimburgo, título que le otorgó su suegro, el rey Jorge VI, padre de la reina Isabel cuando se casaron, dejó muy alto el pabellón del ducado y lo convirtió en sinónimo de lealtad, trabajo y compromiso.
Eduardo llevará el título mientras vivía y, después, pasará de nuevo a la Corona. Al aceptar el nuevo título, su hijo, James, el vizconde de Severn, de 15 años, pasará a llevar el título que ostentaba hasta ahora su padre, el de conde de Wessex. Sophie, la esposa de Eduardo es también duquesa de Edimburgo. Su otra hija, Lady Louise Mountbatten-Windsor no llevará ningún título.
Pero el Ducado de Edimburgo arrastra una larga historia de muerte y locura. El primer duque de Edimburgo fue, en el siglo XVIII, el príncipe Federico, hijo del rey Jorge II y de la princesa Augusta. Era un personaje odiado por sus propios padres, con el que apenas hablaban, y murió con solo 44 años por el golpe de una pelota de cricket.
«Es el mayor estúpido y el mayor mentiroso, el mayor canalla y el mayor bestia que hay en todo el mundo», dejó escrito su madre. Le llamaba monstruo y llegó a desear que la tierra se abriera y él cayera en el mayor de los abismos. Jorge, que no reconocía a Federico como hijo suyo, y Augusta preferían a su segundo hijo, el Duque de Cumberland, pero que se ganó el apodo de «el carnicero» por la manera en la que se deshizo de todos los que quisieron hacerse con el trono en 1746.
Sin embargo, ese primer duque de Edimburgo fue un hombre de talento. Coleccionaba arte, escribía canciones y poemas, tocaba el cello y amaba la música. También era un gran cazador y pescador y fue el capitán del equipo de cricket de Surrey. A pesar de su preparación y su riqueza, fue un hombre inquieto e infeliz.
Reclamaba más dinero a su padre, algo a lo que éste se negó siempre. Acudió incluso al Parlamento, pero su respuesta también fue negativa. Él alimentaba su propia corte y numerosas intrigas contra el Gobierno de su padre. Fue padre de nueve hijos con su esposa, la princesa Augusta. Falleció en 1751 por el golpe de una pelota de cricket que le causó una herida que acabó infectándose.
El ducado pasó entonces a su hijo, el futuro Jorge III, que parece que murió tras largos años de enfermedad mental. Pero lo llevó solo nueve años, hasta que se convirtió en rey, en 1760. Pasó a la historia como el rey que perdió la guerra de independencia de los Estados Unidos.
Fundó la Royal Academy y compró el palacio de Buckingham como regalo para su esposa. De miras muy liberales, especialmente con respecto a la esclavitud, estableció esta práctica como ilegal en 1807. Pero, Jorge fue perdiendo poco a poco el juicio, se dice que por causa de la tristeza que le causó la muerte de su hija Amelia.
El siguiente duque de Edimburgo, fue el príncipe Alfredo, segundo hijo de la reina Victoria, que le concedió el título el día de su cumpleaños, en 1886. El tenía apenas 20 años. Había servido en la Royal Navy durante seis años, labrándose una prestigiosa carrera. Fue el primer miembro de la familia real en visitar Australia.
Pero fue allí donde se encontró con su destino, en 1968, en Sidney, donde fue atacado por un hombre con un revólver. Le disparó por la espalda, pero sobrevivió. Tuvo cinco hijos con la gran duquesa María Alexandrovna, a pesar de que era un matrimonio sin amor. Su hijo mayor, el príncipe Alfred, murió tras dispararse a sí mismo, lo que llevó al duque de Edimburgo a un gran sufrimiento que le caso la muerte 18 meses después.
El príncipe Felipe fue investido Duque en 1947, el día de su boda con la reina Isabel. Sus credenciales como consorte eran impecables. Había desarrollado una carrera de éxito en la la Royal Navy, como Teniente y había participado en la batalla de Creta, siendo condecorado por sus victorias militares.
También era un talentoso piloto: tenía a sus espaldas casi 6000 horas de vuelo. La Fundación Duque de Edimburgo, en 1956, ayudó a más de 6 millones de jóvenes en 140 países.