Carlos III y sus hermanos, la princesa Ana, el príncipe Andrés, duque de York y Eduardo de Wessex, durante el funeral de Isabel II. /
No solo de Meghan Markle, Lady Susan Hussey y series de Netflix se alimentan los dolores de cabeza del nuevo rey británico, Carlos III . Sus propios hermanos se han convertido en un auténtico quebradero de cabeza, y es que las relaciones entre la princesa Ana, Andrés de York y Eduardo de Wessex representan un conflicto dentro y fuera de palacio.
De hecho, uno de los primeros planes puestos en marcha por el rey Carlos III, el de convertir a Andrés de York en un paria royal invisible, ha sido boicoteado por sus otros hermanos provocando revuelo en la prensa (que siguen considerando al duque de York como un acusado de un delito sexual) y el enfado del marido de Camilla Parker Bowles .
En honor a la verdad, Carlos III sabía desde mucho antes de que muriera la reina Isabel II que si quería gozar de un reinado tranquilo debía anular por completo la imagen de su hermano más polémico, el caído en desgracia príncipe Andrés. Pero de forma inesperada y reciente la princesa Ana y el siempre gris príncipe Eduardo también se han convertido en una decepción para el nuevo rey.
Después de que el duque de York fuera relacionado con el caso Epstein, la imagen pública del que fuera el ojito derecho de la reina Isabel II ha quedado reducida a cenizas para siempre y nada parece indicar que Carlos III esté por la labor de reivindicarla.
De hecho, los medios apuntan a que fue Carlos quién evitó que su madre devolviera a Andrés a la vida pública en el último año y ahora que ya es rey ha sido Carlos quién le ha expulsado para siempre de las actividades de la familia real británica de cara a la galería (quitándole incluso su equipo de seguridad). Los rumores de palacio afirman que llegó a decir que nunca jamás dejaría que el príncipe Andrés volviera a poner «un pie cerca de la familia real».
La debacle Epstein podría estar detrás de esta tajante decisión, pero muchos cronistas reales apuntan a que la falta de entendimiento entre los dos hermanos viene desde mucho tiempo atrás. Se llevan diez años de diferencia, nunca fueron cercanos y parece que su relación jamás ha sido excesivamente fluida.
La reina Isabel II con su marido, el duque de Edimburgo, y sus cuatro hijos: los mayores, la princesa Ana y el príncipe Carlos, y los pequeños, el príncipe Eduardo (de bebé en el carrito) y el príncipe Andrés. /
Hasta una de las biógrafas de Camilla Parker Bowles, Angela Levin, ha afirmado recientemente que Andrés presionó a la reina Isabel II para evitar que Carlos llegara a convertirse rey si se casaba con Camilla Parker Bowles. Pero en los Windsor, donde las dan, las toman. Han pasado décadas de aquel frustrado complot de Andrés y ahora es él quién está alejado para siempre del poder.
El caso de la princesa Ana es completamente opuesto. El actual rey y su hermana se criaron juntos, ambos eran apenas unos niños cuando Isabel II llegó al trono y siempre han sido confidentes, incluso en los tiempos en los que ambos sobrevivían a sus matrimonios fallidos.
El huerto que cultivaba junto a su hermana (sin éxito alguno) en el jardín de Buckingham cuando eran niños es uno de los recuerdos de infancia más valorados por el rey Carlos III. Un recuerdo quizá un tanto edulcorado, porque hasta la propia Ana ha asegurado que de pequeños se llevaban como el perro y el gato y discutían muchísimo.
A pesar de tener personalidades opuestas (ella directa y en ciertos momentos irreflexiva y él mucho más comedido y tendente a la autocompasión), se puede asegurar que la princesa Ana siempre ha estado del lado de Carlos y así lo ha demostrado en múltiples ocasiones, por ejemplo, cuando fue la única de sus hermanos que acudió a la fiesta con la que Carlos celebró el 50 aniversario de su nombramiento como heredero del trono. También fue quien le acompañó en el coche que lo llevó a su ceremonia de investidura como príncipe de Gales en 1969.
Para muchos la jugada de sustituir a Enrique de Sussex y el duque de York del listado de consejeros de estado del rey por su hermana y su hermano Eduardo es una forma más de reconocer de qué miembros de su familia se fía el nuevo rey (y cuáles acaban de ser expulsados del paraíso).
El problema para Carlos III es que su manifiesto favoritismo por la princesa Ana puede enviciar aún más su relación con su hermano más pequeño: Eduardo de Wessex. Cuando Eduardo llegó al mundo, la princesa Ana había cumplido los 13 años y Carlos III tenía ya 15. No estaban muy interesados en el nuevo bebé.
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Su reciente decisión de no respetar la voluntad de su madre, que prometió en 1999 a Eduardo de Wessex que sería el próximo duque de Edimburgo (título que Carlos quiere conceder a la princesa Charlotte) ha sido interpretado como un ejemplo más de que para Carlos no todos sus hermanos son, ni mucho menos iguales, y estas desigualdades llaman la atención de la prensa que está pendiente de cualquier movimiento de los «hermanísimos». No han tardado mucho en dar con un filón en las tensiones fraternales de los Windsor.
Apenas un par de días antes del cumpleaños de Carlos III, la princesa Ana y Eduardo de Wessex organizaron una cacería en Windsor para comprobar cómo estaba Andrés de ánimo. El problema es que la cacería era pública, todos podían fotografiar a los nuevos consejeros reales con el acusado de abusos sexuales.
Por supuesto el rey Carlos decidió en el último minuto no asistir para no coincidir públicamente con Andrés. Que la princesa Ana y Eduardo de Wessex, sus nuevos consejeros, se reunieran con él hizo que trascendiera a los medios que «su majestad no estaba emocionado en absoluto». Habrá que ver si sus hermanos se ciñen a su siguiente plan: que todos acudan en navidades a Sandringham, pero que Andrés no participe en la caminata del día de Navidad para que no salga en las fotos.