Es la frase que más se ha escuchado en las últimas 48 horas en los medios de comunicación: «Algo huele a podrido en Dinamarca ». La situación no es, sin embargo, shakesperiana. Al contrario. Estamos ante un escándalo de lo más vulgar y, por tanto, nada trágico. Eso sí: como en 'Hamlet', tenemos un príncipe danés atribulado y un trono amenazado. Una situación que, seguramente, la reina Margarita II pensaba haber dejado muy atrás.
Margarita de Dinamarca salió de la pandemia con el objetivo de reforzar la Corona al máximo y asegurar la sucesión, momento siempre delicado en las escasas (y quizá menguantes) monarquías europeas. Por eso tomó la decisión más controvertida: desposeer a cuatro de sus ocho nietos, los hijos del príncipe Joaquín, de sus títulos de príncipes. Se trataba de liberar de la responsabilidad de lo institucional a los ex miembros de la Casa Real al máximo y reservar privilegios y deberes solo para el heredero y su familia.
«Con su decisión, Su Majestad, la reina Margarita quiere crear el marco para que los cuatro nietos puedan moldear sus propias vidas en mayor medida sin verse limitados por las especiales consideraciones y obligaciones que implica una afiliación formal a la Casa Real como institución», rezó el comunicado oficial. El mensaje fue alto y claro: la Corona y sus privilegios conllevan una merma de libertad y exigen ejemplaridad.
Por si el cisma familiar fuera poco, una dolencia de espalda empeoró notablemente en 2022 y, en febrero de 2023, Margarita de Dinamarca terminó sobre la mesa de operaciones. Como si el refuerzo a la Corona se cobrara, paradójicamente, con una preocupante menoscabo de la salud real. Por suerte, el trance solo le pasó factura a la visita de Estado que habían programado los reyes Felipe y Letizia , que tuvo que retrasarse. Pero visibilizó la nueva delicadeza de una de las monarcas más consolidadas del continente.
Margarita de Dinamarca pasa por ser la monarca más inoxidable de Europa, la única realmente inexpugnable en un trono que detenta desde hace más de medio siglo. Su caso es único: se puso la simbólica corona y accedió al privilegio de la jefatura del Estado porque, a los 31 años, los daneses aprobaron en referéndum una nueva ley de sucesión que anulaba la preferencia de la primogenitura masculina. Más de un 85% de los votantes prefirieron a Margarita antes que a su tío Knud. En 2014, 82% de los participantes en un sondeo dijeron que no estaban de acuerdo en abolir la monarquía.
Margarita llegó al trono ya casada y loca de amor por el conde francés Enrique de Laborde de Monpezat , padre de sus dos hijos, Federico y Joaquín. En su juventud, dicen, le costó encontrar pretendiente por su sobresaliente envergadura: era la princesa más alta de Europa, de largo. De ahí que al conocer a Enrique en Londres, donde ella estudiaba y él trabajaba como tercer secretario en la embajada francesa, se prendó: Monpezat llegaba casi a los dos metros.
Decadente y caprichoso como buen aristócrata francés, criado además entre algodones en Indochina, el príncipe consorte Henrik aspiró durante toda su vida al título de rey, algo que la reina le negó una y otra vez. En Copenhague encontró más deberes que placeres, además de un orgullo herido. Empeñado en coronarse, en 2016 declaró: «Si la reina quiere que me entierren con ella, tendrá que nombrarme rey».
Lo menos que las crónicas llaman al padre de Federico y Joaquín es vanidoso y egoísta, capaz de dejar a al reina sola en fechas señaladas (cumpleaños, cenas oficiales) en represalia por condenarle a un segundo plano. En 2002 comenzó a amenazar con pedir el divorcio y se recluyó en su castillo en Caix, al sur de Francia. En 2009 se quejó por tener un estatus inferior al de su hijo Federico: Durante años he sido el número dos en Dinamarca y después de tantos años, no quiero verme relegado al tercer rango, yo soy el primer hombre, no mi hijo«.
Su estrategia siempre fue avergonzar a Margarita de Dinamarca con un comportamiento, digamos, errático. Le pillaron hablando por el móvil en un funeral, intentando meterle mano a un grupo de bailarinas o reconociendo su afición a las prostitutas. En 2007 sacó la lengua a los periodistas en el 70 cumpleaños de la reina Sonia. Aseguró en una entrevista que su carne favorita era la de perro en un país muy concienciado con el animalismo. Falleció en 2019: sufría demencia senil.
Dinamarca detestaba a Enrique, al que consideraban débil y ridículo. Por contra, Margarita es la primera monarca danesa con título universitario y la más culta e informada de su dinastía: estudió Ciencias Políticas en las universidades de Copenhague y Cambridge y Arqueología en la universidad de Arhus. Sus vastos conocimientos y su capacidad de comprender los sucesos geopolíticos de la actualidad han creado un serio problema para su hijo, el príncipe Federico: pocos creen que sea digno remplazo de su madre.
En realidad, ni Federico ni Joaquín han estado a la altura de su progenitora. Se parecen, más bien, a su padre. Tras su primer divorcio en 2004 por infidelidad de Alexandra Manley , supimos que Joaquín ahogaba los celos de su hermano en el alcohol. De hecho, procedió a echarse al monte con juergas, prostitutas y conducción temeraria que terminaron con su segunda matrimonio. Federico, sin embargo, fue fiestero sin coartadas. Le apodaron 'el príncipe turbo' y, además de noviazgos incómodos para la Corona, heredó de su padre el gusto por los clubes y la prostitución, según narraron las revistas danesas.
Margarita siempre respaldó a Mary Donaldson como heredera del ímprobo trabajo que supone controlar a los Monpezat. Desde la menor posición de consorte, debía lograr que Federico fuera percibido como digno heredero de su legado, convirtiéndose ella misma en una futura reina perfecta. Ella cumplió, sin duda, su papel. Pero con el escándalo provocado por sus fotos con Genoveva Casanova en Madrid , se desgarra el frágil velo de madurez con el que se había conseguido resguardar la reputación de Federico, de nuevo cuestionado.
Margarita II ha de temblar de rabia al ver cómo todo su esfuerzo, cinco décadas de contención de un marido frustrado y otras tres lidiando con príncipes fiesteros desbocados, termina en la basura. No se entiende cómo un príncipe heredero puede pasear sin escolta, sin control de la embajada y sin alojamiento reglamentario, una frivolidad imperdonable para un futuro jefe de Estado, suyos movimientos han de estar necesariamente tasados, incluso por los servicios secretos de su país.
Ahora mismo, el gran problema de la Corona danesa no tiene que ver tanto con la ortodoxia y solidez del matrimonio entre Federico y Mary , perfectamente capaces de mantener la pareja con fines únicamente representativos, como con la frivolidad de un futuro rey que aspira a conducirse como si fuera un ciudadano sin deber ni privilegio institucional. ¿Acaso no posee Federico recursos suficientes, económicos y cognitivos, para sufragar su privacidad? Resulta ridículo. Y ningún país puede respetar a un jefe de Estado que haga el ridículo.
20 de enero-18 de febrero
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