Es una princesa heredera sin trono, puesto que Grecia renunció a la monarquía, en un referéndum, en 1974, y los reyes Constantino y Ana María, sus suegros, tuvieron que permanecer en el exilio con todos sus hijos. Pero, Marie-Chantal Miller, hija del creador de los comercios Duty Free de los aeropuertos, Robert Warren Miller, y de la «socialité» ecuatoriana María Clara Pesantes Becerra, tiene una íntima relación con todas las casas reales europeas (menos con la reina Letizia) y sabe lucir con aire regio las tiaras más espectaculares del joyero real griego.
Empresaria de éxito con su marca de ropa de lujo para niños, que se llama como ella, conjuga a la perfección nobleza y riqueza, protocolo y vida social (aunque ninguna fiesta iguala al Baile de la Rosa de Carolina de Mónaco). Pero, ¿sería su ritmo de vida compatible con el de una reina en ejercicio?
Marie Chantal –MC para sus amigos– nació en Londres, pero se crio en Hong Kong y se formó en los mejores colegios del mundo: el Peak School, en Hong Kong, hasta los nueve años, y luego en el prestigioso internado suizo de Le Rosey. Con 14 años se trasladó a París para estudiar el bachillerato y siguió cursos de cocina en el Instituto École Ritz Escoffier.
Mas tarde estudio arte en Nueva York y se convirtió, junto a sus dos hermanas, Pia y Alexandra, en una de las «it girls» del momento. Musa de Andy Warhol, invitada de Valentino, era la reina de la alta sociedad de Manhattan y se casó con un «rey», el príncipe Pablo.
Su hermana Pia, la mayor, lo hizo con Jean Paul Getty, nieto del multimillonario magnate del petróleo (aunque se acabarían divorciando en 2005), y Alexandra, la pequeña, con el príncipe Alexander von Fürstenberg, hijo de la diseñadora de moda Diane von Fürstenberg, del que también está divorciada.
Marie-Chantal es, sin duda, una princesa de la alta sociedad. ¿Pero es realmente una princesa del Gotha? Sabemos que es una gran anfitriona, discreta e imaginativa, en cuyo círculo alternan los Rothschild, el Aga Khan o los Niarchos, una madre de familia entregada, una esposa enamorada y una nuera cariñosa, muy amante de la familia y de las tradiciones.
¿Qué pasaría si ella, que se permitió el lujo de criticar públicamente a doña Letizia, llegara al trono? ¿Podría seguir conservando su estilo de vida? Pocas casas reales pueden permitirse el lujo de mantener casa en Londres, en el exclusivo barrio de Chelsea, decorada por François Catroux, una mansión en Los Hamptons, diseñada por el arquitecto Peter Schulte, valorada en 16 millones de euros.
Una casa en el Upper East Side de Manhattan, llena de obras de Basquiat, Damien Hirst o Rob Pruitt y Warhol, dos mansiones en Inglaterra, una en Yorkshire, donde Pablo acostumbra a cazar y a manejar la barbacoa, y otra en los Costwolds, rodeada de jardines, además de otra mansión «de vacaciones» en Harbour Island, en las Bahamas, y de su residencia en Grecia, en Porto Heli.
Su boda con Pablo de Grecia, celebrada en la catedral ortodoxa de Santa Sofía, en Londres, el 1 de julio de 1995, reunió a la mayor cantidad de miembros de la realeza desde la boda de la princesa Diana y el príncipe Carlos, junto con los multimillonarios más poderosos del planeta, de Richard Branson a Rupert Murdoch.
Su vestido de novia, un impresionante diseño de Valentino Alta Costura, de seda color marfil, tenía un aire decimonónico, al estilo de las royal victorianas. El cuerpo era ajustado, de encaje, con un bordado de flores sobre redecilla y la falda en forma de tulipa, con bordados artesanales en la parte inferior. Veinticinco costureras tardaron más de cuatro meses en confeccionarlo.
El velo, de cuatro metros y medio, llevaba bordados de arcos y mariposas e iba sujeto por la tiara Corsario, compuesta por diamantes y perlas, que perteneció a la reina Victoria de Suecia, bisabuela de Ana María. Fue una boda real, pero, sobre todo, una boda en la que brilló el dinero: 1300 invitados, 30.000 flores, una dote de 350 millones de euros, un banquete en Hampton Court. Y una foto de familia con la reina de Inglaterra.
Marie-Chantal nunca ha conocido la austeridad. Es una princesa de Park Avenue. Su divisa, heredada de su madre y transmitida a su hija Maria Olympia sigue siendo: «Es mejor vestirse de más que de menos, nunca se sabe a quien te vas a encontrar».
En realidad, sus deberes como miembro de la realeza se limitan a dejarse acompañar por un guardaespaldas. Adora Grecia, y mantiene algunas de sus tradiciones, pero no habla griego. Tampoco debe dar explicaciones, más allá de algún seguidor de Instagram que se sorprende de que celebre la semana santa católica con sus padres, siendo ortodoxa desde su matrimonio con el príncipe Pablo.
Su otra divisa: «No voy a disculparme por ser como soy». Se lo puede permitir siendo guapa, privilegiada y muy rica. El resto llega con una agenda en la que figuran fortunas, diseñadores de alta costura, asesores financieros y reyes. Para celebrar la mayoría de edad de su hija Maria Olympia, los Grecia organizaron una impresionante fiesta en su casa de los Costwold, en la que Marie Chantal lució un modelo con falda de tul, pedrería plateada y un tocado en forma de pinchos decorado con flores rosas.
El bufé incluía macarons, torres de profiteroles y estaba iluminado con candelabros. Maria Olympia sopló las velas en una tarta de crema rosa. La pista de baile estaba decorada con enormes bolas de plata y la fachada de la mansión con decenas de globos de colores. Entre los invitados, el rey Felipe VI, al que casi nadie reconoció, sin la reina Letizia.
Su relación con la realeza es asidua, teniendo en cuenta que está relacionada por matrimonio con casi todas las familias del Gotha. Pudimos verla, por ejemplo, en la boda de la princesa Eugenia con Jack Brooksbank, en Windsor, en 2018. Ese mismo año, en primavera, asistió a la cena de gala celebrada en el palacio de Christiansborg, en Dinamarca, para celebrar el cincuenta cumpleaños del príncipe Federico, primo de Pablo.
Lucio para la ocasión una tiara, la histórica tiara prusiana, de diamantes, que perteneció a Sofía de Grecia, que se convirtió en reina de los Helenos en 1913. Hacía 48 años que nadie la lucía, se llegó incluso a dar por perdida. Su última aparición fue en la celebración de la mayoría de edad de la princesa Ingrid de Noruega, de verde, y con la misma tiara.
Cuando no exhibe el tesoro que la hace princesa, Marie Chantal viaja de mansión en mansión cada verano y escoge con esmero sus vestidos para ser la invitada perfecta a las bodas de la nobleza. Reina en su mundo de lujo y belleza. Es la última heredera de una tradición monárquica que desapareció hace tiempo en la vida real y que difícilmente le permitiría exhibir su ritmo de vida.