Así fue la macro boda de Marie Chantal Miller y Pablo de Grecia: 1300 invitados, 300 tartas y cero lágrimas por orden de Isabel II

En Londres, vestida de Valentino y del brazo de Pablo de Grecia, Marie Chantal Miller pasó el 1 de julio de 1995 de plebeya a princesa gracias a una macro boda digna de una reina.

Marie-Chantal Miller y el príncipe Pablo de Grecia el día de su boda. / gtres

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Han pasado 28 años desde que Marie Chantal Miller sustituyó su estatus de rica heredera plebeya por el mucho más lucido de princesa consorte de Grecia y duquesa de Esparta. Lo hizo, como no podía ser de otra forma, con una boda por todo lo alto capaz de rivalizar con la de la mismísima reina Letizia.

La ceremonia que unió al sobrino mayor de la reina Sofía, Pablo de Grecia y Dinamarca, con Marie Chantal Miller se celebró en julio de 1995 y desde aquel vestido principesco y disneano de Valentino no se ha visto cosa igual en un enlace de dos aspirantes a un trono que no existe.

En honor a la verdad hay que decir que la pareja formada por Pablo y Marie Chantal lo tenía todo para triunfar en los photocalls del momento: eran jóvenes (26 años ella, 28 él), guapos, poseían el exotismo domesticado y trágico del los príncipes exiliados y contaban con una agenda de contactos vertiginosa.

El tiempo y el lugar escogido para la ceremonia también jugó a su favor. Desde el enlace de Carlos y Lady Di no se casaba en Londres un príncipe con una rubia elegante (obviamente, el enlace de la pelirrojísima Sarah Ferguson y el príncipe Andrés con sus apenas 500 invitados no juega en esta liga).

La boda, que financió al completo el padre de la novia (a la que dotó, además, con 200 millones de libras de la época para que afrontara su vida de casada), paralizó la capital de Reino Unido.

No era para menos, todas las realezas europeas enviaron a sus representantes endomingados para mostrar un apoyo incondicional a Constantino de Grecia. Los que no mostraron su apoyo fueron los políticos griegos (y republicanos) de la época, que fueron invitados pero declinaron la invitación en masa.

Felipe de Borbón, que había sido cómplice del idilio entre su primo y la millonaria, fue el encargado de sostener la corona sobre la cabeza de Pablo de Grecia durante la ceremonia ortodoxa y proporcionar a los novios los anillos.

Pero no fue, ni mucho menos, el único representante de la familia real española que acudió al evento: el rey Juan Carlos (que se escabulle de estos saraos en cuanto puede), la reina Sofía, sus hermanas las infantas y su tía Irene de Grecia también estuvieron allí.

Fue un día «royals everywhere». La tía del novio, la reina Margarita de Dinamarca, había atracado su yate en el Támesis el día anterior, en las filas del fondo era posible contemplar a Simeón de Bulgaria y los ex monarcas rumanos y la corte hachemita se codeaba con los monarcas suecos. Por supuesto también asistieron, y en primera fila, la reina Isabel II y su hijo y heredero al trono Carlos de Gales (eso sí, sin Diana porque por esas fechas ni se hablaban).

La presencia de los británicos no sólo aumentó el caché de la ceremonia, también impuso el protocolo de la misma. La reina debía sentarse en primera fila en el retrato final y durante la boda se impuso el acartonado protocolo británico: se pidió a novios y familiares que fueran poco efusivos (para disgusto del padre de la novia). Para compensar el disgusto se pudo ver a la propia reina Isabel arreglando el velo de la novia para que estuviera perfecta en las fotos.

La ceremonia fue oficiada en la catedral ortodoxa de Santa Sofía, construida por inmigrantes griegos en el siglo XIX. La novia llegó tan solo cuatro minutos tarde con su tiara de diamantes, su velo de cuatro metros de largo y su vestido de 225.000 dólares.

Vídeo. Marie-Chantal Miller: así pasó de ser millonaria a converirse en princesa de Grecia

Tras la ceremonia religiosa, una lluvia de pétalos de rosa sobre la novia y el posado en la escalinata de la iglesia rodeados de una guardia de honor compuesta por gente vestida de trajes tradicionales griegos, llegaría la recepción en el Hampton Court Palace donde a los novios les esperaba un gaitero y una alfombra azul en vez de roja y a los 1300 invitados un menú que finalizaba con 301 tartas creadas por una diseñadora de Tiffany & Co. Sin duda, la boda más excesiva, chic y memorable de los 90.