nadie entiende nada
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Ahora mismo, solo una mujer podría disputar a Donald Trump el título de personaje más odiado del planeta. Nos referimos a Meghan Markle, protagonista de una docuserie de estilo de vida en Netflix que ha puesto en alerta a la humanidad que presta atención a la duquesa de Sussex. Pese a lo que pueda parecer, este segmento poblacional existe y abunda: Con amor, Meghan entró en el ranking de los shows más vistos de Netflix en prácticamente todos los países. En Estados Unidos alcanzó la quinta posición.
Netflix lo tiene claro: lo que hace Meghan provoca morbo en los espectadores y las críticas, positivas o negativas, se engullen igualmente como engagement. Así son las cosas en estos tiempos a ritmo de algoritmo: da igual que todo el mundo ponga verde un contenido y que las críticas sean horribles. Lo importante es que se vea, se comente y se recomiende . Que es lo que está ocurriendo con Con amor, Meghan. Sobre todo en Reino Unido, donde las ventas de algunos productos gourmet que Meghan recomienda en sus recetas han multiplicado por mil sus búsquedas en supermercados, según The Telegraph.
«Perdí las ganas de vivir después del episodio sobre cómo hacer cubitos de hielo», escribió Rebecca English, periodista de Daily Mail, uno de los tabloides más beligerantes con la duquesa de Sussex. «El problema es que nadie quiere ver a Meghan preparando crostini decorados con forma de mariquita. Es el tipo de relleno de estilo de vida tonto», remató 'The Guardian'. «Si pensabas que sería un programa empalagoso y presuntuoso, y que preferirías quemarte los ojos antes que verlo, tengo noticias para ti: es mucho peor que eso», se leyó en 'The Times'.
Lo cierto es que la duquesa de Sussex ha puesto de su parte para provocar las críticas, hasta un punto de ridículo que deja en el aire la posibilidad de que todo sea una gigantesca parodia. Una parodia de la perfecta ama de casa, la hoy llamada 'tradwife', que nada tiene que ver con la mujer independiente y hecha a sí misma que la misma Markle vendía antes de convertirse en aristócrata y pariente política de los Windsor. Si estas nuevas retro-amas-de-casa son un montaje de las redes, la que interpreta Meghan resulta tan falsa como el tinte de pelo de Trump.
Con amor, Meghan pretende mostrar el estilo de vida de los duques de Sussex en su mansión de Montecito, sus artes de anfitriones y, sobre todo, la afición a la cocina, el jardín y la apicultura de Markle. Recordemos: la antaño actriz hoy se dedica exclusivamente a sus labores. Aunque sus pretendidas artes domésticas parecen plagadas de trampas.
Además de lo evidente, que es que no sabe cocinar, pues se dedica a cortar verduras o a adornar con flores todo tipo de platos, las conversaciones que mantiene con los amigos que invita a su casa para cocinar o arreglar el jardín son del todo inanes. Ni cuenta ni se cuentan nada honesto, real o de interés: se limitan a dorarle la píldora a Meghan Markle y a pretender que sabe que lo hace. La anfitriona, llena de ella misma, se atreve a corregir a la actriz Mindy Kaling cuando esta utiliza su apellido de soltera. Prefiere que usen Sussex, su título de duquesa.
Meghan Markle con la actriz Mindy Kaling, invitada a su 'show'. /
Hablemos de Kaling, pues aunque la presenta como una buena amiga, durante el episodio se desliza que solo han intercambiado correos electrónicos. ¿De verdad son estas las amistades americanas de las que puede presumir la duquesa de Sussex? Lo mismo ocurre con otro de sus invitados, su maquillador y 'buen amigo' Daniel. Dice que se conocen desde hace 15 años, pero no sabe si es alérgico a algún alimento ni que es zurdo ni se acuerda de cuándo se conocieron o de la última vez que la maquilló. ¿Es todo esto un montaje?
Las incongruencias que plagan el guión de 'Con amor, Meghan' hacen dudar de que realmente existiera un guión durante la grabación. En el mismo episodio, la duquesa de Sussex es capaz de admitir que no le gusta la repostería para, a renglón seguido, anunciar que va a hacer una tarta o donuts. Tampoco se sonroja cuando, en un programa de estilo de vida que aboga por lo artesano y natural, saca unos pretzels recién comprados de su envase original y los coloca en otro, para fingir que son caseros.
Meghan presume de llevar un año entregada a la apicultura y las delicias de la miel casera, pero admite ante las cámaras que no sabe cuánto tiempo vive una abeja o se sorprende de lo pesado que es un panal de miel al sujetarlo, parece, por primera vez. Tampoco como operación comercial, como gigantesco anuncio de los productos que venderá con su marca, parece servir Con amor, Meghan. Ninguno de los múltiples delantales que Markle luce a lo largo de ocho episodios es de su marca, As Ever. Tampoco se sabe exactamente qué venderá, más allá de las conocidas mermeladas.
¿Qué lleva a Meghan Markle, una mujer en principio con experiencia en el negocio audiovisual, a mostrarse de manera tan vacía ante los ojos del mundo? Esta es la cruda realidad: las peores críticas a Con amor, Meghan no son una exageración. «Es un viaje al ego que no merece la pena», dice Variety. «Lo que choca es la sonrisa incesante, el optimismo desesperado de esta producción lujosa y de alta calidad. Meghan debe haber tenido dolor de cara con tanta sonrisa», proclama The Times. Coincide con The Economist: «Meghan Markle sonríe a las cosas de Montecito. En el primer episodio sonríe a las frambuesas de un pastel. En otro episodio sonríe a las hortensias. También sonríe a las abejas».
Lancemos una hipótesis ante este despropósito. Una que no pase por admitir que la duquesa de Sussex está tan pagada de sí misma que no sabe detectar cuándo hace el ridículo. Dicho de otra manera: que se la ha comido la aristócrata que jamás será. ¿Qué otra razón puede haber para producir un espectáculo tan polémico como este? La de siempre: dinero. Los duques de Sussex debían sí o sí servir un éxito de taquilla a Netflix, después de los descalabros de Heart of Invictus, Polo y Live to Lead. Recordemos las críticas que recibieron por embolsarse 20 millones de dólares de Spotify pese a no ser capaces de producir ni un buen podcast.
Netflix pagó 100 millones de dólares a Meghan y Harry por cinco años de contrato para el desarrollo de una serie de shows de los que, de momento, solo han funcionado dos: la docuserie que contó la historia de la salida de los duques de Sussex de la familia real británica y esta centrada en el estilo de vida californiano de la pareja. El príncipe Harry, por cierto, sale brevemente en el último de los ocho episodios de la primera temporada. Los niños, Lilibet y Archie, aparecen aquí y allá pero no se muestran sus rostros.
No se esperan mejoras de cara a la segunda temporada de 'Con amor, Meghan', ya anunciada. De hecho, se grabó antes del estreno de la primera y, se supone, sin la certeza de que Netflix la emitiría. O, quizá, con la total seguridad de que levantaría tanta polvadera que no tendrían más remedio que hacerlo. Se sospecha que la producción no paró ni durante los terribles incendios que asolaron Los Ángeles. La maquinaria Sussex no se detiene ante nada.