Mustique, con solo tres millas de largo y una milla y media de ancho, pertenece al estado de San Vincete y las Granadinas, en las Antillas menores. Es un exclusivo enclave , refugio de los muy adinerados que buscan un hedonismo discreto, pero de gran calidad. Desde la llegada de la princesa Margarita , en los años setenta, ha tenido fama de atraer gente inusual, llamativa y excéntrica, tanto aristócratas como celebridades .
Mustique era un secreto hasta que su existencia se dio a conocer en todo el mundo en 1976, cuando aparecieron publicadas en la prensa sensacionalista británica fotografías tomadas allí de Margaret y Roddy Llewellyn, el hombre con el que la princesa tuvo una relación de ocho años, desde 1973. Margarita todavía estaba casada con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, Lord Snowdon, y Llewellyn era un jardinero paisajista 17 años menor que ella. La exposición pública de su romance precipitó el divorcio de la princesa, dos años después. Tras terminar con Margarita, Llewellyn se casó en 1981 con Tatiana Soskin, pero ambos siguieron siendo amigos hasta la muerte de Margarita, a los 71 años, en 2002.
A pesar del escándalo, Margarita sintió adoración por Mustique hasta el final de su vida. Lo calificó como el único lugar en el que podía ser libre. Su casa en la isla, llamada «Les Jolies Eaux», con cinco habitaciones, fue construida en una finca de cinco hectáreas que le había entregado Colin Tennant, tercer barón Glenconner, como regalo de bodas. Tennant, había comprado la isla en 1958 por el equivalente a 120.000 dólares y fundó la Compañía Mustique, para gestionarla. Estaba casado con Lady Anne Coke, amiga íntima de Margarita y su dama de honor. Fue ella quien presentó a Margarita y Rody Llewellyn. En 1996, cinco años antes de morir, Margarita le regaló «Les Jolies Eaux» a su hijo, Sir David Linley, que vendió la propiedad en 2001 al empresario estadounidense Jim Murray.
Margarita viajaba a Mustique dos veces al año, en octubre o noviembre y en febrero. Le encantaba la isla y la vida que podía hacer allí. «Les Jolies Eaux» era la única propiedad que había tenido en toda su vida. Era solo suya y eso la hacía sentir orgullosa, porque no pertenecía a la familia real, no era de su hermana, ni tampoco producto de una gracia o favor. Allí podía ser ella misma, bailar y divertirse bebiendo su wisky favorito, hasta altas horas de la madrugada. Sus amigos y vecinos de entonces.
La recuerdan cálida y amigable, aunque no renunciaba a ser tratada como Alteza Real ni a la reverencia propia de su rango en plena playa. Nada de abrazos o besos. Pero, si se sentía bien cuidada, era muy divertida. Eso sí, prefería la compañía de los hombres a la de las mujeres, preferentemente guapos.
En aquella época, la electricidad y el agua llegaban con dificultad, y se bajaba al puerto para comprar comida directamente del barco cuando llegaba. Una duquesa podía bailar con los pescadores en el pequeño bar del puerto. Algo impensable hoy. Dos décadas más tarde, la isla ha perdido algo de su clásico «glamour», aunque sigue siendo un refugio exclusivo. Hay en ella alrededor de 100 propiedades y ahora vale cientos de millones de dólares. Se puede alquilar «Les Jolies Eaux» por entre 21.000 euros a la semana en temporada baja y 62.000 en temporada alta, incluyendo su propio personal de cinco asistentes y un chef.
Desde la época de Margarita, otros rostros en busca de su paraíso han llenado la isla. Mick Jagger, Bryan Adams y Tommy Hilfiger tienen casas allí. También la han visitado Taylor Swift, Bill Gates, Victoria Beckham, Katy Perry, Orlando Bloom y Daniel Craig. Incluso hay una nueva generación de miembros de la realeza que ha empezado a disfrutarla: el príncipe Guillermo y Kate Middleton, con sus hijos, pasaron varios días, a finales de agosto, en 2018 y 2019. Se alojaron en Villa Antibes, propiedad de un amigo de Guillermo, Andrew Dunn. Villa Antibes es una construcción como las de la isla, de estilo colonial, con cinco habitaciones, y cuatro empleados, incluido un chef.
La privacidad sigue siendo su mayor atractivo, algo cada vez más difícil de encontrar. Si los Duques de Cambridge y los niños quieren ir a la playa, sus vecinos se retiran y les dejan solos. La seguridad es otra de las grandes ventajas de este enclave caribeño. Cada visitante se registra antes de llegar, para garantizar que el equipo de seguridad sabe quién está en la isla en cualquier momento.
Aún así, la isla ya no es lo que fue. A principios de la década de 1980, había menos casas y solo unos pocos coches, la mayoría de la gente se movía usando unos vehículos estilo «buggy» de golf llamados «mules», no había campo de golf, solo algunas tiendas y se celebraban constantes cenas, con vistas al mar y las estrellas. Los residentes se invitaban unos a otros, pero no hacía falta enviar invitaciones, bastaba con correr la voz. Pero ahora que la isla tiene alrededor de 1.200 residentes, con 600 a 700 invitados, no es posible remedar las antiguas cenas. Hoy, además, todo es más familiar. Las celebridades modernas y la realeza ya no buscan escaparse y divertirse, sino pasar un buen rato con sus hijos.
20 de enero-18 de febrero
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