Se esperaba que el Día Nacional de Mónaco (19 de noviembre) fuera un escenario de tensiones entre los Grimaldi, y acabó por convertirse en la jornada del amor monegasco. El príncipe Alberto y Charlène Wittstock sacaron a pasear su cariño, que falta les hacía para acallar los rumores de tensiones que poblaban el papel couché.
Sonrisas, miradas de reojo, carcajadas y gestos que evidenciaban que querían estar juntos, más pegados. Cualquiera diría que el matrimonio real vuelve a ese 2014, cuando se lanzaron a los brazos del otro y protagonizaron la instantánea más comentada: un beso entregado en el balcón. Fue el inicio de una nueva etapa, faltaban días para que nacieran sus mellizos, Jacques y Gabriella.
El arrebato de pasión ya predecía que iban a dar rienda suelta a sus afectos. Se alejaron de la imagen más fría y protocolaria que adoptan otras familias reales, como Felipe VI y la reina Letizia, a los que solo hemos visto amorosos con sus hijas, las princesas Leonor y Sofía (como la despedida cuando la heredera se fue a su internado).
La ternura entre Charlène y Alberto de Mónaco se percibe desde los gestos más inofesivos. Como lo que pasó en la cita del Día Nacional del año pasado, que será recordada por la ausencia de la princesa a causa de su grave enfermedad (estaba ingresada en Suiza para reponerse de su fatiga crónica). El recuerdo que más marcó fue la manera en la que su familia la hizo presente.
Alberto de Mónaco, Charlène y sus hijos.
Aparecieron los hijos de siete años, que casi no alcanzaban a mirar por la ventana. Se veían sus pelos dorados, sus pequeñas manos y unos carteles: «Te echamos de menos mamá» y « Te queremos, mami». Detrás de ellos, un padre orgulloso y con la mirada tan ausente como su mujer.
Desde el principio, Charlene y Alberto vaticinaron un romance feliz. Ella, una nadadora olímpica sudafricana y él un heredero codiciado. Huyeron del flechazo y se tomaron su tiempo: anunciaron que se querían en 2006 y se casaron en 2011.
El esperado día quedó enfangado por las lágrimas de la atleta vestida de blanco. ¿Eran de felicidad o síntoma profunda tristeza? A la sociedad le costó asumir que era una mujer con una vida antes y después de su compromiso. Se la midió por sus cortes de pelo, como si fueran un grito de auxilio a lo Britney Spears. Mientras la llamaban verso libre o desubicada, ella se pegaba a su marido en abrazos y dejaba esas instantáneas sobre la mesa, para que todos las vieran.
Mirar y puntuar el amor ajeno es una pretensión que solo puede salvarse cuando las muestras son muy evidentes, como es el caso de la pareja monegasca. La enfermedad es una de las tragedias que presionan las relaciones y pueden significar una ruptura total, sin entendimiento; o el apoyo absoluto. Alberto de Mónaco se ha sumado a la segunda corriente.
En su última aparición, la nadadora bajaba sostenida por el brazp de su pareja, a ritmo lento. Los espectadores estaban atentos y ansiosos por esa gran vuelta a la vida pública. Charlène, entristecida, reconoció que su recuperación era «un camino largo, difícil y doloroso», en conversación con la revista sudafricana News24. «Pasé por un momento muy difícil, pero tuve la suerte de ser apoyada y querida por mi esposo, mis hijos y mi familia, de quienes saco todas mis fuerzas».
El príncipe Alberto besa la mejilla de su mujer, Charlène de Mónaco.
Su infección otorrinolaringóloga la postró en cama hasta en tres operaciones. Se quedó atrapada en su Sudáfrica natal más de seis meses. Fueron los 15 meses del terror. Y ra de esperar que esa cuestión copara la tradicional entrevista que concede todos los años para el diario Monaco Matin.
El marido de Charlène reconoció que ella todavía está cansada, pero regaló un poco de esperanza: «Su salud ha mejorado y puede estar presente en muchos actos». ¿Y él? Pues se siente y se ve «muy feliz» por poder dar tan buena noticia.
Después de la grave convalecencia de su mujer, la mayor preocupación de Alberto es la educación de sus niños, Jacques y Gabrielle, que cumplirán ocho años en diciembre. Existe una lucha al estilo Juego de Tronos , sin sangre, pero con una tensión entre Charlène y Carolina de Mónaco, la hermana de Alberto.
El padre de los mellizos confiesa la unión de los menores, con satisfacción. «Están muy unidos, son muy cómplices y progresan muy rápido en términos de madurez», ha dicho en la entrevista anual. Verles crecer le parece una experiencia «extraordinaria».
Vídeo. Las razones por las que Charlene no quería volver a Mónaco.
Tanto Alberto como Charlène tienen en mente un aspecto crucial para la educación: Inculcarles los valores que creen esenciales. Traducido al papel quiere decir que, por el momento, les transmiten la misma educación y obvian que solo el pequeño vaya a ser el sucesor.
¿Por qué? Porque «la princesa también tendrá un papel destacado y tiene que estar lo más preparada posible para poder ayudar a su hermano», señala el padre. Su misión es intentar calmar todas las aguas; las de separación con su mujer, las de tensiones por la corona y la crispación de hielo entre Charlene y Carolina.
Alberto da puntada a cada hilo que se le suelta. Ha aprovechado su entrevista para agradecer el apoyo y la implicación de sus hermanas, las princesas Carolina (para zanjar) y Estefanía. Ya de paso, ha mencionado la aportación de sus sobrinos: «Sé que puedo contar con ellos y que mis hijos también podrán contar con ellos». El príncipe está decidido: quiere acabar con la leyenda de la maldición de los Grimaldi.
20 de enero-18 de febrero
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