Educación, hobbies, responsabilidades y fe: todo lo que separa a Carolina de Mónaco y la princesa Charlène

Dos mujeres completamente opuestas conviven en Mónaco: la princesa Charlène y Carolina de Hannover.

La princesa Charlène de Mónaco, Alberto de Mónaco y Carolina de Hannover. / gtres

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Si algo tienen en común Carolina de Mónaco y la princesa Charlène es que ambas pueden hacer un campeonato sobre cómo mantener la actitud de «princesa distante» en público y quedar empatadas. Y hasta ahí llegarían las similitudes entre ambas, todo lo demás las separa.

El baño de frialdad y distancia que ambas mujeres lucen en público lo han aprendido a golpe de desgracias: la muerte prematura de su madre y su esposo en el caso de Carolina; su lucha contra los rumores y la enfermedad en el de Charlène.

Pero aparte de por su hieratismo a Carolina de Hannover y Charlène de Mónaco se las podría considerar opuestas. Por ejemplo, Charlène llegó al principado discretamente y sin hablar francés, Carolina de Mónaco, obviamente, siempre estuvo allí posando para los fotógrafos desde su nacimiento.

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Charlène poseía el encanto de la chica sana y ajena al artificio, el ejercicio era su único hobby conocido (a pesar de que la prensa en Sudáfrica la consideraban «una rubia con cerebro») y se notaba que sentía un destacado rechazo a cualquier tipo de sofisticación.

Ni sus modales, ni su origen (con un episodio como refugiada), ni su actitud empalagosa con el príncipe Alberto (al que llamó en su primer discurso oficial en francés «el príncipe de mi corazón»), ni su incapacidad para acertar con el dress code cuadraban con la copia de Grace Kelly que todo el mundo esperaba como esposa del príncipe Alberto.

Por su parte Carolina de Mónaco, esa cuyo hijo mayor hubiera heredado el principado de no haber existido Charlène y sus mellizos, era el epítome de la perfección principesca. Más princesa incluso que todos los príncipes monegascos por obra y gracia de su matrimonio con Ernesto de Hannover. El contraste entre ambas mujeres no había hecho más que empezar.

Charlène y Carolina de Mónaco, dos princesas opuestas en todo

Se dice que Charlène intentó huir de la única boda que ha tenido en su vida, la que la unió hace una década a Alberto de Mónaco. Carolina de Mónaco no ha rehuido jamás un matrimonio: hasta tres veces ha dado ya el «sí quiero».

En los compromisos de ambas también se nota la distancia. La princesa Charlène ha desempeñado con altibajos sus compromisos oficiales. Desde 2012 está al frente (junto a sus hermanos y cuñadas) de la Fundación Princesa Charlène. Sus actividades tienen lugar mayoritariamente en África y están centradas en la ayuda a la infancia.

Para ampliar sus labores (que no sus apariciones públicas) recientemente Alberto de Mónaco la ha nombrado presidenta de otra asociación: la Sociedad para la Protección de Animales que se está construyendo en Peille.

Por su parte Carolina de Mónaco no hay nada que no haya hecho o dirigido en el principado. Ha sido presidenta del Festival de las Artes, de los Ballets de Montecarlo, de la Fundación Princesa-Gracia, de la Escuela de Danza, de la Academia de Música-Fundación Príncipe Rainiero III y de los premios literarios monegascos.

Además es embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO y ha sido galardonada por Francia como comandante de la orden de las Artes y las Letras. Y, por supuesto, el alma del famosísimo Baile de la Rosa, su do de pecho social anual.

Las aficiones de las dos mujeres fuertes de Mónaco también son opuestos. Con tan solo 16 años Carolina de Mónaco ya estaba interesada en la cultura y la moda y se hace íntima de quién sería su mejor amigo y diseñador de cabecera, Karl Lagerfeld. Juntos compartieron pasarelas, anécdotas, sentido del humor y el gusto por la música clásica y la literatura.

Por su parte Charlène de Mónaco es la princesa europea que más invierte en moda (más de 100.000 euros se gastó en 2020) pero no ha trascendido que disfrute de front rows ni pasarelas. Tampoco su listado de amigos: su familia es su única compañera y sus hijos su afición.

Charlène y Carolina de Mónaco enfrentadas hasta en la religión

Su más reciente exhibición de a qué dedica el tiempo libre la esposa de Alberto de Mónaco son sus propias confesiones sobre lo importante que es la fe en su vida. Este mismo año ha visitado al Papa.

Las relaciones de Carolina de Mónaco con el Vaticano son más distantes. Si bien nació católica (al contrario que Charlène, que se convirtió al catolicismo para poder casarse con Alberto), los rifirrafes que ha mantenido con la Santa Sede son famosos. El peor de ellos tuvo lugar con su divorcio de su primer marido, Philippe Junot, y su boda con Casiraghi.

En los años 80 esta decisión de Carolina de unirse a Stefano Casiraghi en un matrimonio civil (y tener tres hijos de esa unión) sin esperar al beneplácito de la Santa Sede a esa unión supuso todo un escándalo. A ojos de Roma su enlace con Casiraghi era un «vulgar concubinato» y todos sus hijos eran considerados ilegítimos, nacidos fuera del matrimonio.

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Hasta 1992 el Vaticano no concedió la anulación de su primer matrimonio a la princesa y hasta 1993 el Papa no firmó el acta que convirtió a sus tres hijos en legítimos. Para entonces Carolina de Mónaco ya era una viuda de 33 años. Desde entonces no ha vuelto a volver los ojos hacia al Vaticano aunque se considera una católica practicante.

Como ella misma declaró en una entrevista a ¡Hola!: « La religión ha sido sustituida por los medios. Antes la religión dictaba las nociones de bien y de mal. Temblábamos ante el sacerdote, el confesor o los padres. Ahora, a la gente le importa un comino eso. Tienden a temblar ante la idea de que su acción será mal vista por la prensa o por la televisión».

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