Si no va a estar el día de la fiesta nacional de Mónaco, que no se moleste en volver. Ese era el espíritu reinante en el principado antes de saber la buena nueva: que la princesa Charlène ya está de vuelta en Mónaco tras ocho meses de ausencia. A pie de pista de helipuerto monegasco el príncipe Alberto II, el príncipe heredero Jaime y la princesa Gabriella recibieron a Charlène con un gigantesco ramo de flores. Durante el último par de semanas el siempre discreto y callado príncipe Alberto II de Mónaco , el mismo que lleva a su hijos a la cumbre de clima de Glasgow antes que ha Sudáfrica a ver a su madre, había hablado largo y tendido de su mujer. Y lo más importante de todo parecía ser dos cosas: lo mucho que la echaba de menos y que sí o sí la princesa iba a asistir a las ceremonias del día nacional de Mónaco el próximo 19 de noviembre.
Teniendo en cuenta que Charlène en estos meses de ausencia y enfermedad en solitario se ha perdido su décimo aniversario de boda, la recaudación de fondos de la fundación que lleva su nombre y la escolarización de sus propios hijos, ¿por qué el príncipe de Mónaco consideraba que el paseo de los Grimaldi por la rue Colonel de Castro entre la catedral monegasca y el palacio de los balcones era «la cita» a la que Charlène no debía renunciar?
Para la corte monegasca y los afortunados millonarios que viven en el principado más adinerado y seguro del mundo, el paseíllo de apenas 170 metros entre la catedral de La Roca y su palacio, con su la misa anterior y los saludos posteriores desde los balcones palaciegos son el abc de su orgullo nacional. Es difícil de entender que en un país donde conviven personas de hasta 180 nacionalidades distintas unidas por el hecho de no pagar impuestos se tenga necesidad de crear toda una simbología nacional, pero así es.
Cada 19 de noviembre Mónaco se engalana de rojo y blanco (los colores de la bandera) y los Grimaldi reciben el caluroso aplauso de sus súbditos/iguales. Es una tradición de las pocas que tienen en el Principado que no conlleva una cena benéfica o una prueba deportiva y se usa lo mismo para demostrar la lealtad al jefe de estado como para cotillear y hacer teorías locas sobre quién se lleva mal con quién simplemente contemplando la posición de cada Grimaldi en cada ventana de palacio en el saludito final.
Así es el principado en el que le ha tocado vivir a la princesa Charlène que esta misma mañana a podido pisar de nuevo territorio monegasco, vestida con un conjunto marrón y un abrigo negro y trayendo un nuevo perrito llamado Khan como regalo sudafricano y ofrenda a sus hijos. Ese mismo principado que ha estado a punto de retirarle la confianza si no aparecía por allí para desfilar al lado de Beatrice Borromeo, Carolina de Mónaco y demás ilustres y estilosas damas monegascas. Pero el problema de fondo es más serio. La revista alemana Bunte apunta a que nadie, ni dentro del principado ni fuera de él, apuesta por el matrimonio de Charlène y Alberto de Mónaco tras permanecer ocho meses separados.
Por muchas declaraciones que el hijo de Grace Kelly ha hecho recientemente la realidad sigue siendo que en más de medio año Alberto de Mónaco ha acudido al lado de su mujer enferma en dos ocasiones y en ninguna de esas ocasiones ha permanecido junto a ella más de tres días. ¿Conseguirán las fotos del reencuentro de la princesa y su marido en el Monaco Matin acallar los rumores? De lo que estamos seguros es que en Mónaco hay gente que sí esperaba ansiosa el regreso de la princesa: sus hijos, por supuesto, y sus hermanos, Gareth y Sean Wittstock , que no se pierden una sola fiesta de Mónaco y sí quieren celebrar el 19 de noviembre como se merece.
20 de enero-18 de febrero
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