Parece que el matrimonio de Charlène Wittstock y Alberto II de Mónaco nunca ha contado con el beneplácito de la prensa rosa. Diez años más tarde de haberse casado los rumores de crisis y desencuentros entre la pareja real del pequeño principado siguen copando los titulares de todo tipo de publicaciones y no hace ni un mes se volvía hablar de la princesa Charlène como una novia a la fuga refugiada en Sudáfrica víctima de un matrimonio desafortunado. ¿Pero cómo comenzó este rumor y qué ha hecho la pareja para intentar combatirlo?
Cuenta la mitología rosa que una semana antes de casarse Charlène Wittstock cogió sus bártulos y se presentó en el aeropuerto de Niza dispuesta a dejar atrás a Alberto II y su boda real. Al parecer la rubia sudafricana había descubierto que la vida amorosa de su prometido no era tal y como se la había descrito y, harta de todo y de todos, quería volver a su hogar. La narración se completa con la policía interceptándola en el aeropuerto.
Esta es la historia que más o menos se fabuló en torno a una noticia que publicó el L' Express tres días antes del enlace monegasco en la que afirmaba que Charlène había intentado abandonar Mónaco sin éxito. En realidad, no era la primera vez que se hablaba de ello, el rumor que convertía a Charlène en la novia a la fuga ideal llevaba circulando semanas por todo tipo de cabeceras más o menos importantes, especialmente alemanas. Pero cuando se publicó en francés fue cuando la historia empezó a cobrar peso tanto que los abogados de la pareja real actuaron.
Imagen de Charlène de Mónaco llorando el día de su boda. /
Para completar el círculo el periódico The Sunday Times publicó una truculenta historia en la que Charlène se había enterado de que el príncipe había tenido un tercer hijo fuera del matrimonio y le planteó la anulación del compromiso. El malvado en esta ocasión fue el propio Alberto de Mónaco que para impedir que su prometida huyera le requisó el pasaporte para después hacerla firmar un contrato que la obligaría a estar casada con él durante una cierta cantidad de tiempo a cambio de una cuantiosa cantidad de dinero.
Thierry Lacoste, el abogado e íntimo amigo de Alberto II de Mónaco, usó un medio de confianza, Le Figaro, para intentar combatir el rumor. Lacoste ya había ejercido de portavoz de la casa real monegasca, y en concreto de Alberto, cuando en una entrevista en 2006 en ese mismo periódico francés habló de la paternidad del entonces príncipe de una joven californiana de 14 años.
Lacoste fue tajante sobre las intenciones de Charlène de abandonar a su novio y darle plantón: «Esto es un rumor, una ilusión en la que todo está mal. es como el SIDA de Isabelle Adjani». El abogado advirtió que tomaría medidas legales contra ambos medios de comunicación. L'Express retiró el artículo para evitarse el disgusto… haciendo un poco de trampa porque todavía se podía consultar en la web del semanario. De todas formas, el daño ya estaba hecho y la bola de nieve siguió creciendo y creciendo.
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Entre que el rumor seguía vivo, coleando y creciendo cuando se vistió de blanco y que cuando se casó no podía parar de llorar, los adeptos a las teorías de la conspiración rosa gozaron la boda más que nadie. Charlène, visiblemente ofendida, intentó calmar a las malas lenguas días más tarde en una entrevista concedida al Vogue estadounidense. «Es una vergüenza que este tipo de rumores salgan en tan mal momento, creo que el objetivo era sabotear una ocasión grandiosa. Son mentiras descaradas», afirmó… y nadie la creyó.
Años más tarde lo intentaría de nuevo, esta vez desde las páginas de Paris Match en la que quedó claro que la noticia publicada por L'Express y sus consecuencias quedaron para siempre grabadas en su mente. Se enteró de su supuesta huída mientras estaba de compras para su boda y empezó a recibir llamadas de sus mejores amigos preguntándole si efectivamente se había echado atrás en su compromiso.
Incluso dio explicaciones sobre por qué viajó a París los días previos al enlace: para conseguir un par de zapatos para su madre con los que asistiría a la boda de su hija. Pero ni las explicaciones de Charlène, ni la química de la pareja en el balcón de palacio el día de su boda, ni el comunicado oficial de la Casa Real monegasca, ni los 360.000 euros que tuvo que pagar The Sunday Times como indemnización a la pareja por difamación han conseguido que 10 años más tarde aún persista la imagen de Charlène como la novia real que nunca quiso estar ahí.