Con la perspectiva de los 20 años que nos separan de aquella presentación, pedida o anuncio de compromiso , una escenificación del amor según el guión prefijado de Casa Real que vimos en las infantas Elena y Cristina, varias evidencias saltan a la vista. La primera, la triste manera en la que aquella pizpireta Letizia del traje blanco se fue difuminando conforme trataba de integrarse en la familia real. La segunda, cómo ha cambiado la opinión publicada sobre la entonces periodista prometida.
Nadie puede negar el arrojo de Letizia Ortiz, periodista famosa, divorciada y, como se dijo hasta la saciedad, «nieta de taxista», para atreverse con un noviazgo que la haría reina . Ciertamente el príncipe Felipe debió advertirle sobre lo que se le venía encima pero, sin duda, pudo el amor. Solo una mujer muy segura de su felicidad salta al ruedo más cruel con la guardia tan baja. Cuando, entusiasmada, Letizia le dijo al futuro rey «déjame terminar», ella misma se ofreció, incauta, al rejoneo.
Recordemos la escena. Cogidos de la mano, sin poder dejar de sonreír y, seguramente, con esa euforia de quien sabe que ha ganado una batalla, Letizia y Felipe posaron ante los fotógrafos en el jardín de Zarzuela. Se contó que los reyes trataron de impedir el compromiso, pero que el príncipe de Asturias amenazó con 'vivir en pecado' si no aceptaban a su elegida. Los periodistas preguntaron qué iba a pasar con su carrera y fue entonces cuando ella, de blanco , al ser interrumpida por el novio, le dijo: «Déjame terminar».
Ahí empezó la leyenda de una mujer soberbia, con ansias de protagonismo y mandona, con un carácter impropio de una reina, que continúa al fondo de las críticas que se le dedican a Letizia . No son nada nuevo, pues las mujeres con poder, con autoridad, con presencia pública o claramente asertivas suelen ser censuradas por tomar la palabra como lo haría un hombre. Esta especie de censura previa que afecta a las mujeres viene de lejos, como explica la historiadora Mary Beard en su superventas «Mujeres y poder. Un manifiesto».
«La 'Odisea', en los comienzos de la literatura occidental, nos dio un modelo para silenciar la voz de las mujeres», explica la historiadora británica. Se refiere a lo que le dice Telémaco, hijo de Ulises y Penelope, a su madre: «Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío».
San Pablo también defendió el silencio de las mujeres en la Primera carta a los Corintios en un texto, la Biblia, que puede considerarse el más influyente de nuestra cultura. «Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice», escribió. Para reforzar estas instrucciones culturales, también se hizo verdad popular de un mito: el que dice que las mujeres no podemos parar de hablar. O, mejor dicho, de parlotear.
Dos ensayos que han sido superventas, 'Los hombres me explican cosas' y 'Cállate: el poder de mantener la boca cerrada', explican hoy que las mujeres no solo no hablan más que los hombres, sino que son más interrumpidas en las reuniones y hasta es habitual que les roben las ideas sus compañeros de trabajo. Dan Lyons, autor del segundo, acude a un estudio que demuestra que cuando las chicas de una clase hablaban el 50% del tiempo, se percibía que eran ellas las que dominaban la conversación. Incluso cuando las mujeres hablan menos que los hombres, los hombres dicen que hablan demasiado.
Uno de los capítulos de su libro se llama «Mansplaining, manterrupting y manalogues», o sea, el hábito masculino de explicar cosas a las mujeres, de interrumpirlas o de monologar, como si ellas no tuvieran nada que decir. Allí cuenta que las mujeres sufren 'mansplainig' hasta seis veces a la semana . Cita un experimento de la lingüista Kieran Snyder: analizó 15 horas de reuniones y contó 314 interrupciones, dos tercios realizadas por hombres, el 70% a mujeres. Del tercio realizadas por ellas, el 89% era a otra mujer.
Ninguno de estos libros, ni de los miles de artículos que se les han dedicado, existían en 2003, cuando Letizia pidió a un hombre que sería rey que no la interrumpiera. Tampoco había irrumpido en 2003 el feminismo del 8M español, el Ni una menos de Latinoamérica o el #MeToo de Hollywood . Estos movimientos lograron que ciertas ideas feministas entraran en el sentido común, de forma que los marcos de interpretación acerca de las mujeres se modificaron.
Pero no solo el feminismo ha afectado a la consideración de la figura de la reina Letizia. También todo lo sucedido con posterioridad, los sucesivos escándalos protagonizados por Iñaki Urdangarin y el rey Juan Carlos, han influido. Más aún: hoy sabemos que, cuando más arreciaban los insultos y críticas en la prensa hacia la princesa de Asturias, mayor era el temor en Casa Real de que trascendiera la situación matrimonial del rey Juan Carlos. Mientras se señalaba a Letizia como una 'malvada bruja', nadie se percataba de la existencia de Corinna Larsen.
Veinte años después, el relato alrededor de la figura de Letizia ha girado 180 grados. Paradójicamente, la reina lo ha logrado gracias a su silencio, pues mientras duró aquella tormenta de críticas estereotipadas se limitó a encajarlas sin decir esta boca es mía. Resistió, persistió y venció. Obviamente, todo cambió en 2014, con su proclamación. El poder le sienta bien a Leticia . Le ha permitido resarcirse, demostrar que sí tiene el carácter que requiere una reina. Y ahí están sus hijas, una de ellas futura reina, para probarlo.
20 de enero-18 de febrero
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