Cuando los españoles querían más a la recatada Fabiola de Bélgica que a la reina Sofía: por qué la mujer de Juan Carlos no tenía éxito

Fabiola de Bélgica representaba en los 60 a la mujer con rebeca a los hombros, piadosa y dulce, lo que le daba puntos de cara a la opinión pública. La reina Sofía, reflexiva y más atrevida, se quedaba atrás.

Fabiola de Bélgica pasea en bicicleta. / gar

Claudia Vila
Claudia Vila

Hubo un tiempo en el que la reina Sofía despertaba poco interés entre los españoles. La estrella de entonces era Fabiola de Bélgica. Ella sí tenía todo aquello que se valoraba en los años 60, según compara Carmen Gallardo en La última reina. Fabiola de Mora y Aragón se mostraba como una persona dulce, pudorosa, católica y piadosa. Una mujer que incluso se planteó dedicar su vida a la religión. Un regalo del cielo que había elegido el taciturno rey Balduino «entre todas las mujeres».

Mientras, doña Sofía de Grecia era una mujer sensible, conciliadora, reflexiva. Se dedicó a leer las biografías de otras monarcas para no caer en los mismos errores y para mantener la cabeza sobre los hombros (literal y metafóricamente). Y, a grandes rasgos, era más atrevida, aunque no dominaba el español tanto como Fabiola.

La aritócrata y Balduino representaban el clásico cuento de hadas. «Sobre su historia de amor blanco y radiante crearon un relato que parecía casi un rezo. La española que conquistó a un rey», prosigue Gallardo. Llegados a este punto, las comparaciones son odiosas aunque evidentes.

Una sonriente reina Sofía saluda en su boda. / gtres

La boda de Fabiola fue en 1960 y estuvo colmada de regalos institucionales y de reconocimientos. Oficiada en Bruselas un año y medio antes que la de Juan Carlos y Sofía, se retransmitió y fue seguida por millones de personas. En cambio, de la celebración de los reyes de España se informó a deshora y mal, a las dos de la madrugada. «Nunca se hizo mala sangre por el boicot de la televisión», explica la escritora sobre Doña Sofía de Grecia .

Quién era Fabiola de Bélgica, la reina beata

Era muy difícil competir con Fabiola, la piadosa española que había escrito en sus diarios que la mismísima Virgen la había escogido para que se convirtiera en la esposa de Balduino de Bélgica. Su relación con la iglesia ayudó a que la imagen del monarca se elevara casi a la de un santo.

La imagen que daba era la de mujer recatada, con una rebeca perenne sobre los hombros, un collar de perlas y el pelo ligeramente cardado, al estilo de la época, como describe Gallardo. Su discreción y su apoyo al marido le otorgaban «la imagen de la feminidad que triunfó en el franquismo».

La reina consorte Fabiola de Bélgica solía llevar collares de perlas. / archivo abc

Su vida daba el mensaje de que una rica que fuera buena podría aspirar, como premio, a ser reina consorte. «Fue un referente, hasta tal punto que muchas niñas nacidas por entonces fueron bautizadas con el nombre de Fabiola», prosigue Gallardo.

Las pequeñas que se disfrazaban querían llevar corona, pero no la de Sofía. «En una España con las fronteras cerradas a cal y canto, la princesa griega resultaba una perfecta desconocida, una mujer lejana, proveniente de un mundo allende los mares, que había profesado una religión extraña, que ni siquiera hablaba español debidamente», describe la escritora.

«Cómo imaginar que con el transcurso de los años sería ella, la extranjera, el valor más sólido de la monarquía española», concluye.

Fabiola de Bélgica y el rey rey Balduino.

Por qué la reina Sofía era la menos querida

La vida privada de la realeza se miraba con lupa y entre divertirse de viaje o estar consagrado a Dios, ganaban las misas. Antes de casarse con el rey Juan Carlos, Sofía cometió la imprudencia de tener otro novio.

Tal y como cuenta Pilar Eyre, «se había enamorado como una tonta del apuesto, pero insípido, príncipe Harald de Noruega». La periodista añade que la relación se aireaba en la prensa; salían imágenes de los dos a bordo de una lancha motora en las regatas de Hankoe. «Los dos príncipes sostienen un tierno idilio con todo el esplendor de sus veinte años», se leía en los titulares.

En realidad, Harald la utilizaba como tapadera. Él de quien estaba realmente enamorado era de una modista de Oslo llamada Sonia. A la princesa griega le rompieron el corazón y, entre las opciones que le quedaban y animada por su familia, se decantó por «Juanito», como prosigue Eyre.

«¡Supongo que al final terminaré casándome con ella!», le llegó a decir Juan Carlos I a sus amigos. La princesa Sofía también parecía tenerlo en mente, y quizás eso era lo que la diferenciaba de la princesa Fabiola.

Una semana antes, el heredero se había acercado a darle dos besos y Sofía se había apartado, con picardía. Eyre describe que era porque olía a mujer, pero prudentemente le dijo que no le gustaba el bigote. «¿Qué quieres que hagamos?», preguntó él. La reina no dijo nada. Le cogió del brazo, lo llevó al baño y le puso una toalla. Ese día Sofía le afeitó los vellos de la cara.

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