«Me veo trabajando en publicidad, pero seguramente más concentrada en mi vida familiar, casada, más alejada de los eventos. Más relajada. Ahora mis objetivos son otros: los viajes, los contratos. Pero creo que lo importante es el equilibrio. Sí, me veo como madre de familia, pero trabajando». Así respondía Tamara Falcó a una pregunta sobre cómo veía el futuro en una entrevista que concedió en 2015 a XLSemanal.
Tamara vivía de los contratos publicitarios, de marcas como Folli Follie, Inneov o Pronovias, lo que ella llamaba «merchandising» y ya había protagonizado un primer «reality», We love Tamara», en Cosmopolitan TV en 2013. Pero, aunque ya había mostrado su naturalidad y su sentido del humor a la hora de responder preguntar embarazosas sobre su conversión religiosa o su condición de pija, la marquesa de Griñón seguía siendo entonces solo «la hija de Isabel Preysler».
Deseaba conseguir contratos como los que había tenido su madre y dedicarse a la moda, pero no parecía encontrar su camino. No imaginaba que, pocos años después, tras ganar un «reality show» culinario, MasterChef Celebrity, en 2019, se convertiría en una «influencer» con mayúscula y en un personaje televisivo de primera fila. Para muchos, incluso por delante del éxito de su madre, en una época donde lo que importan son las redes sociales.
Tamara nació en Madrid el 20 de noviembre de 1981. Fue la única hija del segundo matrimonio de Isabel Preysler –que ya tenía tres hijos más de su primer matrimonio con Julio Iglesias– y Carlos Falcó, marqués de Griñón, padre de dos, entonces.
Desde el principio se convirtió en una «socialité» que destacaba por su naturalidad y por una inusual capacidad para reírse de sí misma. Convirtió su personalidad de niña mimada e incluso su forma de hablar en una marca. Sin embargo, Tamara tiene poco de niña mimada. Ha valorado siempre la independencia.
Tras formarse en un colegio británico, estudió en Massachusetts, Estados Unidos, desde adolescente, y allí continuó estudiando la carrera de Comunicación en la Universidad de Chicago. Estuvo lejos de casa desde los 15 a los 23 años y, cuando regresó, no se sentía a gusto viviendo con su madre.
Por eso se instaló por su cuenta, primero en el barrio de Ópera, en el centro de Madrid, y, más tarde, en un coqueto ático del exclusivo barrio de Salamanca. Ha sido solo en los últimos años, cuando ha regresado a la casa de su madre, en Puerta de Hierro. Su próximo plan era instalarse en el ático que compró en el mismo barrio, en una promoción de lujo de la promotora Kronos, de la que es imagen. Iba a ser su casa de casada.
Tras terminar los estudios en Estados Unidos, pasó una temporada de becaria en la revista ¡Hola! y luego se concentró en la moda y se marchó a Milán a estudiar en la prestigiosa Escuela de Moda Marangoni.
Hizo prácticas en Inditex (pasó por Zara, por la sede central de Arteixo y por Massimo Dutti, entre otros puestos) y, más tarde, obtuvo un master en Fashion Business en el ISEM (Instituto de Empresa y Moda) de la Universidad de Navarra, en Madrid.
Al tiempo que prestaba su imagen para algunas marcas, entre ellas Porcelanosa o Pandora, Tamara daba vueltas a la idea de diseñar su propia marca de ropa. Antes de lanzar su firma, en 2018, TFPbyTamaraFalcó, que hoy está unida a Pedro del Hierro, estuvo entre los fundadores de la marca The 2nd Skin.
Coincidió con Antonio Burillo en la Escuela Marangoni, y, después, él le presentó a Juan Carlos Fernández y juntos lanzaron el proyecto. Aunque en ese momento se encargaba más de labores de comunicación que del aspecto creativo. Poco después vendió su participación en la marca e hizo una pequeña colección para Barbour, que duró dos años.
Tamara reconoce su gran éxito, por el que da gracias, pero también que pasó algún que otro bache. 2016, por ejemplo, no fue un buen año: subió de peso, por un problema de tiroides, y perdió un diario que escribía para ¡Hola! Nunca ha tenido una verdadera vocación (profesional), salvo la de la publicidad y el «merchandising».
Sin embargo, además de las marcas, Tamara supo ver que, si lo hacía bien, podría vivir de ser quien es. Y la oportunidad de verdad llegó con MasterChef Celebrity, en 2019. Reconoció sin pestañear que no sabía ni freir un huevo y confesó que lo más sorprendente de su experiencia fue descubrir que después de cocinar había que limpiar.
A partir de entonces empezó a rentabilizar, muy por encima de lo que podría haber esperado, su imagen y sus posados. Ya no es solo una «celebrity». Es una estrella. Su talento con los medios y los avatares de su vida personal, que ha sabido manejar con un gran talento, la han propulsado a la estratosfera de la fama.