Natalia Paléi, la princesa Romanov prima del último zar (y pariente de Isabel II) que fue modelo, fracasó como actriz y pasó sus últimos años enferma y recluida

Escapó a la ejecución de los Romanov, fue célebre en París y millonaria en Estados Unidos. Natalia Paléi tuvo una vida de novela con un final muy triste.

Natalia Pavlovna Paléi tuvo una vida de extremos. Prima del último zar de Rusia, Nicolás, y del padre de la reina Isabel II, el rey Jorge VI, escapó a las ejecuciones de los Romanov (aunque no a los abusos de los soldados) dando un periplo por Rusia, Finlandia o Suecia. En París disfrutó del lujo y se codeó con lo más granado de la sociedad y la intelectualidad de la época. Intentó ser actriz, pero acabó siendo millonaria por casamiento. Terminó sus días en una situación deplorable, sin amigos, familia y sin apenas abandonar su apartamento de Manhattan.

Natalia nació cuando el antiguo régimen aún parecía inquebrantable. En París, 1905, hija de un matrimonio morganático. Su padre era el Gran Duque de Rusia (Pablo, hijo menor del zar Alejandro II) que se casó en segundas nupcias con Olga Karnovich en medio de un gran escándalo. El zar, después, crearía el título de príncipes Paléi para concederle estatus a los hijos del matrimonio: Vladimir, Irina y la benjamina, Natalia.

Natalia se crió junto con sus hermanos en París, en una casa repleta de arte y personal de servicio. Su padre había huido a Francia y desobedecido al zar, sí, pero se había llevado unos cuantos millones de rublos consigo. En 1914, la familia fue perdonada y regresó a Rusia para instalarse en un hogar aún más impresionante: el palacio de Tsarkoe Selo, a las afueras de San Petersburgo.

Tras la revolución de 1917, los padres de Natalia no vieron ninguna razón para irse de Rusia, y permanecieron en su mansión hasta que dejaron de poder permitirse la calefacción. El edificio se convirtió en un museo. La suerte de los Paléi fue empeorando. En 1918 encarcelaron al hermano mayor de Natalia, Vladimir, que fue ejecutado poco después. Al año siguiente su padre corrió la misma suerte. La madre de Natalia consiguió trazar un plan de fuga para sus dos hijas supervivientes, que caminaron durante más de 30 horas hasta llegar a la frontera de Finlandia.

Tras un breve paso por Suecia, las Paléi volvieron a Francia. Vendiendo su anterior mansión parisina y algunas joyas con las que había escapado, Olga fue capaz de hacerse con otra casa en un buen barrio de París, comprar una propiedad en Biarritz y mandar a sus hijas a un internado de Suiza, en el que Natalia empezó a procesar el trauma de haber visto morir a sus familiares y haber estado a punto de hacerlo ella misma. En ese momento empezó su intenso amor por la lectura.

Natalia (izquierda) y su hermana mayor Irina hacia 1920.

De vuelta a París, ya casadera -su hermana había contraído matrimonio con su primo, el príncipe Feodor Alexandrovich-, en un evento de caridad conoció al rico heredero Lucien Lelong, propietario de una casa de moda. Él ya estaba casado y tenía una hija, pero se fijó en Natalia y la contrató para trabajar en su departamento de perfumería y luego como modelo.

Esta sería la primera relación platónica que la princesa Paléi tendría en su vida. Ambos se casaron en 1927, pero nunca tuvieron relaciones íntimas; Lelong era homosexual. Sin embargo, le ofrecía estabilidad, riqueza y contactos. Ella a él, estatus y reputación. Durante su matrimonio, Natalia cimentó su posición en la alta sociedad parisina, inició una aventura con el bailarín Serge Lifar que acabó cuando se enamoró de Jean Cocteau. Ambos, como muchos de los hombres con los que se relacionaría emocionalmente Natalia, también eran homosexuales.

En 1933 empezó a interesarse por la actuación, y participó en varias películas en Francia y en Hollywood, donde viajó por recomendación de su amiga Marlene Dietrich y donde conoció a Katherine Hepburn, con quien también trabó una amistad que duró toda la vida. Rodó su última película en 1937.

Ese año, en un viaje a Nueva York, conoció al productor teatral John C. Wilson, con quien se casó ese mismo año. Otro matrimonio 'blanco': Wilson era gay, pero también rico, inteligente y con sentido del humor. Natalia, con su nombre y sus contactos, era perfecta para sus negocios en Broadway. Al parecer, la princesa rusa sentía una aversión por el contacto sexual, que puede deberse a acontecimientos traumáticos durante los años de la revolución en Rusia.

Con su nuevo marido se instaló en un apartamento de lujo en Manhattan, disfrutó de viajes incesantes y de casas de campo en Connecticut o Jamaica. En los años 40 se nacionalizó americana, e inició su carrera como relaciones públicas de marcas de lujo y socialité. En esta década y hasta principios de los 50, mantuvo una relación con el escritor alemán Erich Maria Remarque, que había tenido affairs con Hedy Lamarr, la Dietrich y acabaría sus días casado con Pauline Goddard. La huella de este amor perduró en la memoria de Remarque: en su última novela, publicada post mortem, inmortaliza a Natalia con un personaje inspirado en ella llamado Natasha.

A partir de mediados del siglo XX, la vida de Natalia pierde todo su brillo. Su marido comienza a enfermar, física y mentalmente, y fallece en 1961. Tras enviudar, Natalia se recluye en su apartamento de Manhattan, y allí pasará las últimas dos décadas de su vida. Prácticamente sin salir, solo acompañada de sus mascotas y con una salud cada vez más frágil (su diabetes empezó a causarle ceguera). Apenas mantenía contacto con su hermana, Irina, que vivía en Francia, y cuando intentaban visitarla rechazaba el encuentro: no quería que nadie viera cómo vivía. Murió en 1981, a los 76 años, en una mesa de operaciones tras caerse en el baño y fracturarse la pierna.