LUJO EN CASA
LUJO EN CASA
«Mi casa es refugio, hogar, oasis, familia y esencia». Así define el mejor interiorista catalán del siglo XXI su señorial piso en el Eixample barcelonés. Suelos de mosaico, vidrieras de colores y techos estucados enmarcan un espacio que lleva, indudablemente, el sello del creador de los hoteles y restaurantes más chic de las últimas décadas . Suyos son los icónicos Amazónico, pero también la cafetería Les Chouettes y el refugio gastronómico Lafayette's, tan de moda en París, la coctelería Nuts en Barcelona o el bar del hotel St. Regis Mardevall en Mallorca.
Todos han salido de su potente y cosmopolita imaginación, que se refugia en su piso de la Ciudad Condal, donde también está ubicado su estudio, donde trabajan más de 200 personas. «En mi hogar pasa mucho y nada a la vez. Es donde estar con los míos, recibir amigos e incluso clientes. Refleja mis inquietudes, pero también es el lugar donde desconecto y disfruto de mis perros, que son los verdaderos reyes del lugar», asegura Lázaro Rosa-Violán (Tánger, 1965). Lo que está claro es que la vivienda «está conectada a la ciudad que la acoge y al eclecticismo que representa Barcelona », añade.
La encontró hace una década, en un imponente edificio modernista diseñado en 1902 por el arquitecto Juli Batllevell i Arús. Le gustó porque mantenía casi intactos sus elementos arquitectónicos y decorativos originales. «El gran reto fue conjugar eso con el mobiliario y los objetos contemporáneos, pero finalmente el contraste es lo que le da ese componente surrealista que todavía la hace más especial», explica Lázaro.
El diseñador, nació en Tánger de familia catalana, creció en Neguri (Getxo, Bizkaia) y ha vivido y trabajado en medio mundo. «Quizás suene un poco pretencioso, pero esas vivencias me han aportado un ángulo de visión global. Esos contrastes estéticos y de lenguaje visual crearon el germen de mi falta de complejos a la hora de mezclar estilos y conseguir combinaciones audaces», reconoce.
Rosa-Violán se aficionó a la pintura siendo un niño y con apenas ocho años ya asistía a la Academia de Bellas Artes como alumno visitante. «Es cierto que pinto y hago escultura desde pequeño. Pero también que desde muy joven me llamaban la atención otras cosas, como la escenografía, que en parte es mi iniciación al interiorismo, el paisajismo y la búsqueda de piezas singulares, algo que me fascina. Así que he conseguido hacer de mis pasiones infantiles mi modo de vida».
Estudió Arquitectura en Madrid, sin verdadera intención de dedicarse a ello, casi por placer. Pero la decoración se cruzó en su camino muy pronto, en Formentera, donde transformó un restaurante, el Can Vent, en 1998. «Fue de casualidad y representó una pausa en mi carrera de pintor. Era consiente de que el interiorismo era un campo en el que había que ser valiente y apostar por crear un lenguaje diferente y personal, en un momento en el que lo que se hacía me resultaba muy lineal e impersonal. Ese local en la isla constituyó un cambio de 180 grados en mi vida y el principio de mucho. Me tiré a la piscina casi con los ojos cerrados. Y tuve la suerte de que lo que hice gustó. Abrió una nueva puerta que explorar. Y 26 años después, aquí sigo, explorando», bromea.
Luego llegó el DiverXo de Dabiz Muñoz en Madrid, otro templo gastronómico y un nuevo desafío que le obligó a «volverme un poco loco», afirma. Al catalán no le gusta que le hablen de sello de autor: «Al final, siempre hay cierto ADN que queda en todo lo que tocas. Pero huyo de la tendencia y de la repetición, porque la primera es pasajera y la segunda puede llegar a cansar».
A Rosa-Violán no sólo no le preocupa la llegada de la Inteligencia Artificial, sino que piensa incorporarla en su trabajo, como ya hizo, de forma pionera, con la renderización, que convirtió en una de sus herramientas imprescindibles. «La IA funcionará si el criterio de la persona que la maneja es el adecuado, como todo», remata.
Lo importante de un espacio es, para él, la síntesis de los mil ángulos que componen un ambiente. «Un interior es un todo. Alma, esencia, sorpresa, gente, funcionalidad, sentido y luz. Hay que entender el producto, la localización, cómo interactúa con la gente y la zona en la que está situado. Hay que trabajarlo para que sea único y reconocible, siguiendo las consignas que comentaba antes: la mezcla sin pudor y un cierto sentido del humor».
De vuelta a su domicilio barcelonés, confiesa que uno de sus objetos predilectos es su vajilla, formada por piezas de Vallauris de los años 50 y 60 –«mis preferidas»–, los platos de la gallega Sargadelos, las porcelanas sicilianas, ampurdanesas y portuguesas, y las vajillas clásicas chinas, que sintetizan ese cosmopolitismo que le viene de cuna.
«Mi referencia en Italia es Venecia, en la que he tenido la suerte de pasar grandes temporadas y de hacer amigos que me han hecho vivir la ciudad como un veneciano. Pero además me inspiran Nueva York, París o Nápoles, aunque también en Seúl y Tel Aviv me siento como en casa», concluye. Por suerte, su ancla sigue estando muy cerca, en Barcelona.
20 de enero-18 de febrero
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