
Retrato del diseñador Jean Paul Gaultier.
a su manera
Retrato del diseñador Jean Paul Gaultier.
a su manera
Cuando en 2020 anunció su retirada de las pasarelas, el mundo de la moda entristeció. Pronto hubo cierto alivio, porque no se trataba de una retirada completa, o al menos convencional. Era una decisión, como siempre, a su manera. Jean Paul Gaultier (París, 1952) nunca ha sido un creador al uso y se propuso entonces dejar de diseñar colecciones de costura para que fueran otros quienes interpretaran el universo que había creado desde su primer desfile, en 1976.
Invitó a Simone Rocha, a Sacai, a Julien Dossena o a Olivier Rousteing, entre otros, para que presentaran colecciones reinterpretando a Gaultier, revisitando hitos estéticos de su iconografía de décadas, de sus upside down (patas arriba) e inside out (de dentro afuera) creativos, de sus logros. Entre ellos, este botón: conseguir que la ropa interior femenina saliera a la calle, que el sujetador o el corsé empezaran a vestirse (y sigan vistiéndose) como prendas exteriores.
Con esta iniciativa, Gaultier ha hecho gala de una generosidad muy poco común en su gremio (los diseñadores son muy celosos de sus señas identitarias y poco propensos a compartir). Y también de una modestia e inteligencia igual de raras, ya que se ha liberado del ego de querer estar en primera línea de fuego para siempre y, sin embargo, ha hecho crecer su legado, con la revisión constante y el respeto de sus colegas.
Pero Gaultier es mucho Gaultier y esa misma idea de la haute la ha incorporado también a las colecciones de prêt-à-porter. Desde hace dos semanas, está a la venta la última Très Gaultier («muy Gaultier»), una propuesta que hace la diseñadora Florence Tétier de los códigos e identidad estética de la maison. En esta interesante colección hay prendas para todos los públicos y quehaceres cotidianos actuales: desde vaqueros y sudaderas, hasta vestidos, ropa de punto, de playa y de noche, además de accesorios.
Liberarse de la presión de crear varias colecciones cada seis meses, le permitió embarcarse en nuevas aventuras. Gaultier es un hombre inquieto y se propuso otra meta: crear un musical, la obra teatral de cabaret con la que había soñado siempre. «Desde los nueve años quería hacer un espectáculo en el Folies Bergère», nos asegura en Barcelona. En 2019, estrenó en París Fashion Freak Show, un desnudo personal y profesional, que se ha visto en Londres, Tokio, Lisboa, Barcelona... En todas partes ha conseguido un enorme éxito.
Mujerhoy. ¿Por qué ha decidido escribir y dirigir una obra de teatro en la que hace una revisión de su vida?
jean paul Gaultier. Yo no la escribí, porque no sé cómo hacerlo. Hice un proyecto visual. Imaginé secuencias visuales de toda mi vida. Y me animé porque la prensa y el público me preguntan siempre por mi abuela, por cosas personales. Y también añadí mi vida profesional, yuxtaponiéndolas. Monté tableaux [escenas], secuencias... Pero no es exactamente como si hubiera escrito un libro, algo imposible para mí. Si me pidieran que escribiera mi historia, no me resultaría nada fácil.
Fue como hacer un moodboard de moda...
Exactamente, como un moodboard. Son secuencias. Yo tenía la idea visual: primero mi adolescencia, cuando llevaba mis dibujos en la mochila, los inicios en la moda, el amor, Madonna, mi abuela... En el musical hay unos cuantos vídeos. En uno de ellos, la actriz que interpreta a mi abuela, Micheline Presle, es la misma que hizo Falbalas, la película por la que quise dedicarme al mundo de la moda.
Me encontré con ella y con su hija, que también era actriz. Quise que fuera ella, porque para mí era toda una inspiración. Murió poco después de hacer el vídeo, el pasado febrero, con 101 años. Una anécdota muy bella es que, cuando Micheline vino a ver una exposición mía, su hija, Tonie Marshall, que había fallecido poco tiempo antes, aparecía en una fotografía de la muestra saltando... Me preocupé mucho, por si le iba a afectar, pero había perdido la memoria y no la reconoció.
Sin embargo, cuando le comenté que en el vídeo de Fashion Freak Show era ella la que hacía de mi abuela Marie, de repente se dio cuenta de quién era y ¡recordó el texto que decía interpretando a mi abuela Marie, su último papel! ¡Fue muy emocionante! Sin tener memoria, se acordaba de todo. Me impresionó ver el impacto que pueden tener los textos en los actores. Todo es ficción, pero la ficción puede ser más fuerte que la realidad. ¡Cómo es la vida!
¿Por qué teatro y no cine, que le influyó tanto?
Hacer cine es demasiado complejo. [Risas] La moda es como una obra de teatro, es un pase en directo. Luces, música, modelos... Es como la vida. Me gustan las películas, pero son demasiado complicadas, mi cerebro no da para tanto. [Risas] Un montaje teatral se parece más al desfile.
También supone más riesgo, puede cambiar cada noche...
¡Sí, exactamente! Quise hacer moda porque vi la película Falbalas en la televisión, pero mi primera impresión de la ficción fue, en realidad, en un teatro, cuando tenía 13 o 14 años, con mi abuela, en el teatro del Châtelet, donde veía operetas con Luis Mariano. Mi primera emoción fue con una escena con André Dassary, un actor vasco-francés. En un momento dado, sobre el escenario, había camas volando, era todo muy loco, esa escena me encantó y me impactó.
¿Por qué lo llamó Fashion Freak Show?
Entiendo como freak como diferente, y cada función, cada día es diferente, y también como una paradoja.
En el mundo de la moda, freak es lo más temido...
[Risas] Exacto. Por eso he escogido a algunos modelos profesionales y a personalidades con un físico distinto que me gusta, como Rossy de Palma. Me interesa mostrar ese tipo de belleza, porque creo que la belleza es múltiple.
Hoy no podemos dejar de hablar de inclusión y diversidad, pero usted ya mostraba muchos estereotipos distintos hace décadas, aunque no siempre fue del todo comprendido. ¿Qué pretendía entonces?
En cierta medida buscaba un modelo de vida. No quería el dinero o el éxito, hice lo que sentí. Siempre he sido muy libre. Nunca he aceptado que me dijeran si podía hacer esto o lo otro. Cuando hice mi primer desfile, sin dinero, los modelos que eran mis amigos y ni siquiera iban vestidos. Fue una completa confusión. [Risas] ¿Por qué iba a decir que estaba todo intelectualizado?
En aquel momento le etiquetaron como enfant terrible ¿Le molesta?
No, no, me gusta. Sí, lo prefiero. Yo adoro la moda porque vi el vestuario de Falbalas; después descubrí a Yves Saint Laurent, al que adoraba, y a Pierre Cardin, con quien empecé. No fui a una escuela, no me formé, era un electrón libre, un autodidacta. Y lo sigo siendo. Aprendí todo aquello que me interesaba, porque me apasionaba. También creo que aprendí mucho de lo que leía en las revistas, porque en esa época explicaban las colecciones, era una forma de aprender, de conocer.
¿Le dificultó eso que reconocieran sus logros y aciertos?
Es algo que no me importa. [Risas] Ni siquiera me daba cuenta. Era muy inocente y tímido, la verdad. Soñaba con esta profesión cuando estaba todavía en el Instituto. Mandaba dibujos a todos los modistas: Courrèges, Saint-Laurent, Cardin... Un día, cuando ya tenía 18 años y regresaba del instituto, recibí una llamada de Pierre Cardin. No sabía muy bien qué hacer: si ir antes a una escuela de costura, de diseño... Pero empecé a trabajar.
Usted ha roto muchas reglas. Ha sacado al exterior la lencería, por ejemplo. Hoy está incorporada al vestuario diario, aunque no sé si hemos mejorado en sexismo.
Para ser honesto, eso tuvo que ver con muchas cosas que me pasaron en aquel momento y gracias a que tenía los ojos muy abiertos. Por ejemplo, el tema de la lencería fue porque vi a mi abuela, que era enfermera, un día que tenía que ir a poner una inyección a una paciente y llegaba tarde. Tenía entonces 75 años, casi la edad que tengo yo ahora. [Risas] Se puso una combinación en satén negro y un jersey, pero tenía tanta prisa que se le olvidó ponerse la falda. Me pareció tan divertido, no le dije nada y se fue así a la calle.
Pero usted era consciente que sería algo revolucionario.
Para mí no era nada revolucionario. Yo tenía los ojos abiertos y veía a algunas chicas que ya vestían de esa manera. Por ejemplo, a las discotecas ya iban algunas con el sujetador a la vista. En aquel momento, mostrar el sujetador era un gesto de liberación de la mujer, lo usaban como una provocación.
La mentalidad estaba cambiando, yo no inventé nada. Conocí a una amiga que trabajaba en Chanel y por las noches, para salir, llevaba una chaqueta de Chanel y un sujetador negro debajo, pero a la vista. Me encantaba, porque era una especie de rebelión: quería ser sexy y destacar sobre las chicas bien. Por eso no fue una creación, sino que capté que las mujeres estaban cambiando.
Es como si las mujeres dijeran: «Puedo ser seductora, pero ahora soy yo la que seduzco. Soy lo que quiero ser. Puedo ser un objeto si quiero, pero no lo soy». La androginia también era una provocación, era un movimiento que cambiaba las mentalidades. Y como incorporé primero esa idea a mis colecciones, después pude permitirme hacer de los hombres un objeto. [Risas] Eran pequeños detalles, gestos para reclamar la igualdad entre hombres y mujeres.
La moda en general es un arma para cambiar las cosas, las ideas...
Sí, pero no llega a la gente si va en la dirección equivocada. Tiene que reflejar a la sociedad, las distintas opciones, y por eso pueden aparecer grupos que la hagan evolucionar y avanzar.
Aunque la moda se tache de frívola y superficial, nunca he entendido por qué hay entonces tantas prohibiciones, tantos tabúes. Si es algo tan inofensivo, ¿por qué provoca tantos miedos? Veo eso en su carrera, en su trayectoria, en sus prendas.
Enseñaría todo eso si tuviera la posibilidad de tener una segunda parte de mi carrera. Porque no lo he enseñado todo. Aunque es posible que lo haya mostrado –usted puede decírmelo mejor que yo mismo–, no sé si es todo tan visible. Ya no me planteo si hubiera debido hacer esto o lo otro. Por ejemplo, en mis colecciones he utilizado algunos elementos que proceden de la religión. Pero cuando lo he hecho, tuve problemas: la prensa italiana se puso totalmente en contra, sufrí un boicot... Por eso, utilizo esas armas de una manera sutil.
Creo que usted es un creador muy generoso, que se retiró para invitar a otros a reinventar su universo. Cuénteme la razón.
Siempre me he tomado mi profesión como algo muy serio, pero también como un juego. Para mí, dibujar era jugar. Puedo parecer un poco pretencioso, pero creo que he aportado otro punto de vista a la moda: yo quería mostrar que soy libre y estaba interesado en mostrar la calle, pero rompiendo con las normas de lo que era elegante y lo que no lo era.
Esa libertad me la enseñó Pierre Cardin, mi maestro. No pasé mucho tiempo con él, menos de un año, pero me mostró la libertad. Quería romper las normas, pero hace tiempo pensé: «¿Qué puedo romper? Ya soy mayor, siento que ya no estoy tanto en el centro de la acción...» Y no quiero seguir y seguir y seguir.
¿Qué siente cuando ve cómo otros reinterpretan su trabajo?
Me siento orgulloso, creo que he tenido una cierta influencia en la moda. Aunque quizá es pretencioso pretender aún que puedo romper las reglas. El mundo cambia y quizá lo hace volviendo hacia atrás, aunque éste tiempo es diferente del que yo viví. Otros tienen que seguir rompiendo las reglas, porque quizá yo soy un poco mayor para seguir jugando ese juego. Hasta ahora, he sido muy afortunado por ser libre. Sigo jugando, pero de otra manera: con Fashion Freak Show, que habla de un joven que quiere dedicarse a la moda porque ha visto la película Falbalas.