El perfumista Serge Lutens posa en París. / D.R.

Creadores

Serge Lutens, el perfumista que convierte en oro todo lo que toca

De la fotografía al maquillaje, pasando, cómo no, por la perfumería: ninguna disciplina se le resiste. Su último perfume, La Fille Tour de Fer, es una delicia que rompe con todos los clichés.

Recordar los inicios del perfumista francés Serge Lutens (Lille, 1942) es rememorar la forma en la que nacieron básicos de maquillaje como el pintalabios nude o la época en la que se democratizaron estándares de belleza como el japonés. Su pasión, dice, viene de la necesidad de defender a una mujer, «para resaltar sus errores y así santificarlos». Aunque sus creaciones, por cierto, son de carácter unisex.

Un maestro perfumista que ha creado todo un lenguaje propio. Él mismo se compara con grandes de otras disciplinas: « Balenciaga creó un lenguaje a través de sus vestidos, de sus mujeres diría yo. Hizo realidad su sueño. Cualquier proceso creativo, si es verdadero, honesto y vivido, no puede explicarse», afirma categóricamente.

Su última creación, La Fille Tour de Fer, toma la fuerza y el poder de la mujer parisina y la libera de clichés. Las influencias árabes son palpables en la mezcla de la rosa –«que nos lleva a la infancia y está presente en muchas de mis creaciones», asegura– y las bayas rojas, para romper con la imagen encorsetada de la elegancia francesa.

Perfume 'La fille tour de fer', de Serge Lutens.

«La defensa más hermosa de las rosas no son sus espinas, sino su perfume; de ahí la imagen de la chica de la torre de hierro», señala sobre este especial perfume. Sobre la rosa de La fille tour de fer destaca: «es una rosa de nuestros jardines, no es un olor moderno». Esa es la razón por la que hay muchas rosas en sus perfumes: Sa Majesté la rose, La fille de Berlin, Rose de nuit, Cracheuse de flammes

Su carrera, sin embargo, no ha estado solo centrada en el mundo del perfume: Lutens se ha interesado a lo largo de su vida por otras disciplinas artísticas en las que también ha dejado su huella. Cada una de ellas tomaba como fuente de inspiración una cultura diferente, pero el resultado de todas eran creaciones especiales que hoy perduran en el tiempo.

De la cultura nipona bebe su maquillaje, así como su fotografía –también dominaba el arte de encuadrar con la lente–; mientras que de la cultura árabe nacieron los perfumes, que le convirtieron en un verdadero maestro. Uno de los mejores ejemplos es Fleurs d'oranger, que surge de un encuentro fortuito con mujeres en Marruecos: le sorprendieron al golpear un naranjo y recoger sus frutos con una sábana blanca, mientras reían sin parar. Lutens quiso enfrascar ese recuerdo feliz.

Sobre cómo le asalta la inspiración, reconoce que «no se trata de un lugar, sino un momento: ese que precede al sueño y y no me permite acceder a él. Puede durar horas, incluso toda la noche. No sería justo hablar de inspiración sino más bien de una máquina, una obsesión que sólo se suelta cuando se agota. Es a la vez escape y confrontación».

De hecho, su idea a la hora de crear va mucho más alla de lo conceptual: « No soy portador de ningún mensaje, ni siquiera de un estado de ánimo pasajero. Las cosas no me pertenecen. Crear un perfume es como crear una prenda de vestir, o te queda bien o te queda mal. Hay que ajustarlo hasta dar con el adecuado». ¿Y su fórmula para el éxito? « Que el trabajo sea una pasión y, por tanto, escape a la razón».