piezas brillantes
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«Se ha convertido en una palabra casi sin sentido, que cubre una amplia gama de posibles procesos y actividades, en una variedad múltiple y confusa de sectores. El diseño abarca la ingeniería, la decoración y la organización de sistemas, pero en principio debería ser una forma de mejorar las cosas», explica a Mujerhoy uno de los más reconocidos diseñadores del mundo, Tom Dixon (1959, Sfax, Túnez).
Sir Tom Dixon, desde que, en 2000, la reina Isabel II le otorgara la Orden del Imperio Británico. Todo en su planteamiento constituye una rareza dentro del universo design, ya que él mismo se encarga –ahora y desde sus inicios– de cada aspecto del proceso: desde la idea al producto, sin separar la parte comercial de la creativa.
Mientras la mayoría de los creadores delegan la ejecución y la distribución en grandes firmas especializadas, este talento autodidacta es uno de los escasos diseñadores que también fabrica, transporta y vende desde su cuartel general, The Dock: un espacio (casi) tan multidisciplinar como él, ubicado en un edificio industrial victoriano al oeste de Londres, que alberga las oficinas, los talleres, la tienda y un restaurante en cuya cocina es posible encontrar a Dixon como ayudante del chef.
La cocina no es el único de los talentos inesperados de un inquieto creador que, a pesar de haber llegado al diseño casi por accidente, ha sido reconocido con los más prestigiosos galardones que otorga la industria, como el Creador del Año en la edición de 2014 de Maison & Objet, el Oro en los iF Design Awards, la London Design Medal, el Premio Compasso d'Oro en Italia o el Premio Design Plus en Alemania. «Yo era un niño desordenado e introvertido: desastroso, con mala letra, una habitación siempre revuelta y rodillas raspadas. Me gustaba hacer cosas, pero no tenía la ambición de ser diseñador. Quienes me conocen pueden decir que no ha cambiado mucho», escribió en su libro Dixonary.
A finales de los años 70, Tom Dixon dejaba la Escuela de Arte de Chelsea, después de sólo cuatro meses. En parte porque, a excepción de la cerámica, ninguna de las asignaturas le resultaba interesante. Y, en parte, para poder dedicar más tiempo a la música. En aquella época, tocaba el bajo en Funkapolitan, la banda telonera de The Clash o Simple Minds en sus giras por Estados Unidos, un grupo que llegó a ser bastante conocido en la escena punk londinense. Ayudaba a su estética la imagen del desgarbado bajista quien, en esa época, compaginaba la música con casi cualquier trabajo que estuviera a su alcance.
Trabajó limpiando las máquinas de una imprenta, también como diseñador de portadas de videos en una distribuidora de películas pornográficas y de terror. Además, aprendió a soldar en el taller mecánico de un amigo para arreglar su moto: «Fue como adquirir un superpoder que me permitía hacer cosas muy rápido y con mucha flexibilidad». Así empezó a crear las extrañas escenografías de los conciertos de Funkapolitan.
Siguió indagando y empezó a ensamblar piezas recicladas para crear unos extraños híbridos entre la escultura y el mobiliario. De esta forma orgánica e intuitiva empezó a diseñar. Su inquietud y su talento expeditivo no han cambiado: «Cada proyecto tiene su propia historia y sus inspiraciones, pero las mismas obsesiones han sustentado siempre mis ideas: una obsesión por los materiales, una curiosidad por explorar los procesos artesanos o las técnicas de fabricación, y unas formas influenciadas por la escultura, la geometría, la arquitectura y la ingeniería», confiesa.
La necesidad y el ingenio no sólo le permitieron crear un lenguaje propio, también adelantarse décadas a la cuestión que hoy obsesiona a la industria y a los consumidores: la sostenibilidad. «Si hacemos nuestro trabajo correctamente, los productos se usarán, se transmitirán y se reutilizarán. Las cosas no deben estar hechas para ser desechables, sino que deberían servir durante mucho tiempo... Por otro lado, la gente es adicta a las cosas baratas. Podemos hablar y hablar sobre sostenibilidad, pero la mayoría no puede permitírselo ni comprender la profundidad de su significado. La única solución es producir y consumir menos», aseguraba hace un par de años en una conferencia.
Como miembro del colectivo de diseño The Creative Salvage Company, su reputación en la década de los 80 empezó a crecer rápidamente. Uno de sus primeros clientes fue un entonces desconocido pero prometedor fotógrafo llamado Mario Testino, que le pidió unas sillas para su primera sesión para Lanvin. En 1987 creó una de sus piezas más icónicas y trascendentes, la silla S , que hoy se exhibe en todos los museos de diseño del mundo, del MoMA al Victoria and Albert.
«Raramente me siento orgulloso de mis proyectos, soy más bien crítico. Muy rara vez estoy satisfecho, pero tal vez la silla S haya sido la pieza más significativa de mi carrera. Comenzó como un diseño hecho de material de desecho y, más tarde, pasó a realizarse con materiales naturales. En los 90 se encargó de su fabricación la marca de lujo italiana Cappellini, pero con el tiempo volvimos a fabricarla en exclusiva en mi empresa. Todavía estoy experimentando con ella», explica a Mujerhoy sobre su sinuosa creación.
Entre 1998 y 2004 ejerció como director creativo de Habitat, una de las firmas enseña del diseño británico que por aquella época acababa de comprar la multinacional sueca Ikea. Dixon devolvió a Habitat la pátina made in UK y la experiencia le permitió aprender ese lado del negocio más alejado de la esfera creativa, desde la gestión de personal hasta los costes de producción y transporte.
Una valiosa enseñanza que le serviría para fundar la firma de diseño que lleva su nombre y que, el pasado año, celebró en el Salone del Mobile de Milán su 20 aniversario con una retrospectiva llamada precisamente Twenty. Fue la forma más simbólica de hacer balance de su trayectoria y de mostrar sus ambiciones de un futuro no exento de preocupaciones, ya que a la medioambiental, se suman otras muchas: «¡Encontrar mano de obra dispuesta! ¡El coste de los materiales y el transporte! ¡Hiperinflación! ¡La inestabilidad en el mundo!», exclama al enumerarlas.
Hoy lidera a un equipo de más de 100 personas, realiza proyectos de interiorismo, como el del restaurante Eclectic de París o el del hotel Mondrian de Londres, y diseña piezas audaces de formas inimitables y en materiales inusuales. Fue él quien puso de moda el cobre y el latón, y ahora reivindica el aluminio en los muebles y una amplia gama de innovaciones en lámparas, como las que ha presentado en Euroluce 2023.
«Durante mucho tiempo, hemos hecho que la iluminación se concentre en las lámparas de techo. Este año, queremos mirar al suelo y a la mesa e incorporar las últimas tendencias en iluminación portátil y recargable. Por eso, estamos produciendo una base cónica muy simple, en tres tamaños, sobre la que apoyar pantallas más esculturales», explica un inclasificable genio que define su proceso creativo como «la teoría del caos: hago muchos modelos, tengo muchas ideas, creo mucho desorden y experimento hasta que surge un patrón que puedo reconocer».
20 de enero-18 de febrero
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