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Barbour, todo queda en casa

Dama del Imperio Británico, Margaret Barbour se hizo cargo de la firma familiar en 1972 y, con su hija Helen, la ha convertido en icono british y objeto de deseo en todo el mundo.

Maxine Benson, Margaret Barbour y Karen Gill en los premios NatWest everywoman en Londres / Cordon press

Claudia Croft

Cuando decimos Barbour, pensamos sin duda en la reina Isabel II de Inglaterra en el campo, con el pañuelo anudado a la cabeza, contemplando el paisaje rodeada de perros... o en esos hipsters urbanitas que no son nadie sin su vaso de café. Y sí, los dos ejemplos son igual de Barbour. En los años 80, la marca era sinónimo del lujo, pero hoy, y pese a ser merecedora de tres órdenes reales, despierta el mismo entusiasmo en Brooklyn que en la campiña británica.

La mujer que está al frente de la compañía, Margaret Barbour, es dama del Imperio Británico y tomó las riendas del negocio en 1972. Ella logró que la firma dejara de ser una marca asociada a abrigos para perros y botas de agua y se convirtiera en un fenómeno de la moda british que factura 167 millones de libras (unos 220 millones de euros) anuales.

En la sede de la compañía, una placa recuerda la visita que hizo la reina madre en 1988 y en todos los pasillos se exhiben fotografías que reflejan la historia de la firma. El despacho de dame Margaret (recibió el título honorífico en 2001) es grande pero nada ostentoso. Sobre la mesa, las fotos de su familia recuerdan que el negocio sigue en manos del clan Barbour. Con 75 años, Margaret transmite fuerza y determinación. Luce un cuidado cabello, pendientes de perlas negras y, en la muñeca, un discreto reloj de diamantes. Steve Buck, el director ejecutivo, está al frente del día a día, mientras que ella acude a la oficina tres días a la semana para supervisar la marcha del negocio.

Un destino inesperado

Fue a principios de los años 60, mientras trabajaba como profesora en Londres, cuando conoció a su primer marido, un hombre apuesto y moreno llamado John Barbour, que le dijo que era viajante de comercio. Ella no tenía la más remota idea de que, en realidad, se trataba del heredero de una gran empresa familiar hasta que se acercó a visitar una exposición en el Centro de Exhibiciones Earls Court (en Chelsea, en el centro londinense) y se topó con un stand de Barbour.

La pareja contrajo matrimonio en 1964, y tuvo una convivencia feliz y hogareña. En 1968 ya tenían una hija de dos años, Helen, y se acababan de comprar una casa grande, con la idea de aumentar la familia. Pero John falleció de forma inesperada a causa de un aneurisma. Solo tenía 29 años. Margaret tuvo que hacer frente a la educación de su hija en solitario y también se vio obligada a tomar una difícil decisión: vender el negocio o implicarse de lleno. Optó por lo segundo.

Desde el 89 hemos donado 20 millones para la mujer. Supongo que soy feminista.

Margaret Barbour

Margaret, una persona que dice lo que piensa, con las ideas muy claras y un sexto sentido para distinguir a la gente con talento, se destapó como un hacha para los negocios. En unos meses, pasó de ser ama de casa a un activo miembro de la junta directiva, a cuya presidencia llegó con un ambicioso proyecto de crecimiento, en 1972. Pero el suyo no fue un camino de rosas: en 1974, poco después de recibir de manos del príncipe Felipe su primera orden real, los impuestos de sucesión tras la muerte de John dejaron a la empresa en números rojos.

Margaret rememora hoy cómo escribió personalmente a cada miembro de la compañía comunicándole que ese año no habría ninguna bonificación extra y diciéndoles "que solo podíamos ir a mejor; que nuestro empeño solo podía llevarnos a progresar más y más. Y eso fue lo que hicimos", recuerda. Con su visión para los cálculos y los márgenes de maniobra, Margaret decidió invertir en publicidad y se lanzó a crear artículos innovadores, como la cazadora de equitación Bendale. "Y también concebí la chaqueta de caza Beaufort, que sigue siendo una de las más vendidas".

A finales de los 80, la empresa marchaba tan bien que Margaret y su hija decidieron destinar el 20% de los beneficios a una fundación. "Estábamos ganando mucho dinero y no queríamos malgastarlo", reconoce. Hasta hoy, han donado casi 20 millones de euros, la mayor parte para organizaciones de ayuda a la mujer. "Siendo las dos mujeres, nos sentimos especialmente inclinadas a la hora de contribuir a hacerles más fácil la vida a otras mujeres asegura. Hay unas cifras tan altas de desempleo, que muchas mujeres se ven obligadas a luchar sin tregua para mantener a flote el hogar. Supongo que, en el fondo, soy feminista".

Mirando al futuro

Su hija Helen, que estudió en la Escuela de Arte de Chelsea, asumió la vicepresidencia de la empresa en 1997. Tiene tres hijos, el mayor de los cuales trabaja también para Barbour. A Margaret le encantaría que sus nietos formasen parte de la firma, pero no quiere presionarlos.

Si dieran el paso, lo harían en un negocio que ha cambiado sensiblemente con respecto al que conoció Margaret en los 70. La ropa de caza, tiro y pesca representa hoy solo una pequeña parte de la empresa. Las colecciones urbanas son las más vendidas y, el año pasado firmaron un acuerdo de colaboración con la firma japonesa White Mountaineering.

Barbour Internacional, la línea de prendas para amantes de la motocicleta, también está de regreso: ideada por Duncan, vivió su momento de gloria entre los años 30 y principios de los 70, y en 2014 se rescató. Barbour es hoy una empresa cuyas ventas no dejan de aumentar. ¿Seguirá creciendo indefinidamente? Según Margaret, no. "Para nosotras es fundamental la calidad, no la cantidad". La familia es la piedra angular de Barbour y dame Margaret desea que así continúe.

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