Si existe una década en la que merece la pena analizar de arriba abajo nuestro armario y darle una vuelta de estilo, esa son los 50. En esa frontera, tenemos ya las cosas bastante claras y podemos darle más definición a lo que nos ponemos. Dicho de otra manera: podemos afirmar un estilo sin que descartar prendas y tendencias nos parezca una pérdida. Esta seguridad tiene que ver, sin duda, con un estilo de vida ya encauzado y, también, por un superación de cierta dependencia de la moda como divertimento, vía de escape o distracción. Si existe una edad en la que comprar responsablemente no pesa, empieza alrededor de los 50.
Además de plantearnos seriamente la cuestión del consumo de moda, a partir de los 50 es probable que tomemos la decisión de tener un armario más pequeño. Ya lo sabes: cuanta más ropa guardamos, menos opciones parece que tenemos a la hora de vestir. ¿Cómo es posible no encontrar nada en roperos abarrotados y que haya quien hace virguerías a partir de un vestuario con las piezas contadas? Probablemente, porque muchas de las prendas que guardamos ya no nos las pondríamos, por lo que sea. Muchas de las compradas por impulso no nos quedan, en realidad, tan bien. Otras son difíciles de combinar o la calidad no nos convence. Y están tan nuevas, que ni pensamos en donarlas.
La frontera de los 50 favorece replantearse el armario e incluso darse el gusto de renovarlo por completo. Te proponemos trazar un plan de compras para todo el año 2024 que tenga como objetivo vestir tu nuevo yo, más sabio e inteligente. No solo para dejar de comprar por puro aburrimiento, sino con el propósito de adquirir prendas que nos vamos a poner una y otra vez, porque nos encantan.
De hecho, te proponemos un calendario de compras que requiere, sí o sí, asumir dos compromisos: donar todas las prendas que no nos pongamos al menos cuatro veces al mes y dejar de comprar ropa online automáticamente. Siempre que sea posible, sobre todo si vives en una ciudad con una oferta suficiente de tiendas de moda, volvamos a hacer de la actividad de comprar moda una experiencia analógica.
Al replantear totalmente nuestro armario, el primer mandamiento de estilo después de los 50 años es reunir un mínimo vestuario de piezas clave de la máxima calidad. Este punto es relativo, pues es perfectamente posible encontrar una factura impecable en marcas accesibles para la mayoría. Pongamos un ejemplo práctico para explicar esto con la primera prenda que deberíamos replantear: el abrigo. Podemos fijarnos en un diseño clásico de Max Mara, una de las firmas que sí produce abrigos eternos, o detenernos en un abrigo de Zara confeccionado con lana Manteco, o sea, el proveedor de firmas del lujo como Prada o Gucci. Hablamos de comprar un abrigo de unos 2.000 euros o uno de 200, sin que la distancia entre ambos sea tan abismal.
Sea cual sea la horquilla de precio en la que nos movemos, nos interesa fijar dos desembolsos importantes al año en moda, que podemos reservar para la época de rebajas. Si acudimos a las rebajas de enero y julio, nos interesa explorar las grandes firmas de moda en busca de piezas importantes que se beneficien de grandes descuentos. El abrigo puede ser una, favoreciendo diseños de fondo de armario y colores altamente combinables (negro, camel, azul marino). La otra puede ser un bolso, idealmente un diseño clásico de color negro que no tengan fecha de caducidad. Atrévete a adentrarte en esas marcas que jamás tienes en cuenta: puedes acceder online a las tiendas multimarca internacionales. Y compara precios, porque puedes encontrar diferencias importantes entre unas e-tiendas y otras.
Evidentemente, realizar dos grandes desembolsos de moda al año requerirá cierta contención del consumo de moda habitual, pero no cerrar el grifo completamente. Además de esas dos compras anuales importantes, podemos plantearnos una compra relevante por estación. Por ejemplo, en prendas menos costosas pero que también tengan que mantenerse muchos años en las perchas. Pensemos en la gabardina (que puede ser de Burberry o de Cos), los mocasines (quizá de Gucci) o los salones (por qué no de Chanel); el cabán, perfecto si es de Barbour; el jersey de cachemira de Loro Piana o Sezáne o las botas altas de Adolfo Domínguez, como las que lleva la reina Letizia. Incluso podemos pensar en un esmoquin (incluso blanco, como el que puedas comprar en Stella McCartney, Nina Ricci o H&M) o un total look de tweed o de piel.
Un buen propósito para la gran compra estacional de nuestro calendario es acudir a las boutiques de confianza de nuestra ciudad favorita, en vez de limitarnos a escudriñar páginas web en la intimidad de nuestro portátil. Esto nos permitirá probarnos la prenda, comprobar el ajuste, tocar la calidad del textil y, si es necesario, pactar arreglos. Volver a comprar como antes, dedicando tiempo a llegar a la tienda, hablar con las vendedoras e incluso comprar prendas en distintos comercios, convierte el 'shopping' en una actividad más rica, superior a la automática pero limitada descarga de adrenalina que sentimos cada vez que el mensajero nos trae un paquete. Ten en cuenta que en esta horquilla de precios estarán las prendas que más cerca están de la piel, como las camisas. Te interesa tocarlas para certificar que los textiles y acabados son de máxima calidad.
No vamos a poder evitar acudir al low cost incluso cuando no necesitemos nada: las compras pertenecen ya al ADN del urbanita del siglo XXI. Sin embargo, podemos replantearlas para que sean más conscientes y más útiles, y no un impulso disparado por el aburrimiento o la recomendación de una influencer que termina vendiendo eso que tanto celebra en su cuenta de Wallapop o Vinted. Lo ideal es aprovechar las recaídas en el low cost para adquirir más piezas fundamentales en un armario manejable, sobre todo esos básicos que requieren cierta renovación. Pensemos en un eterno vaquero: camisa, pantalón y cazadora en denim. O en camisetas de algodón pesado para el invierno y muy ligero para el verano.
Son bastantes las prendas que podemos comprar en las tiendas del low cost accesible, aunque lo ideal es adquirirlas en aquellas que se preocupan por la sostenibilidad y no tanto en las que importan a larga distancia piezas de calidad mínima. Apostemos por marcas como Mango, Inditex, Uniqlo o H&M para comprar ropa interior, pijamas o chándales, por ejemplo. Si no vamos a poder evitar comprar cada semana, intentemos llevarnos a casa una prenda que vayamos a usar intensamente y cuyo precio incluya el buen trato a empleados y al planeta mismo. Después de los 50, acumular prendas baratas que no vamos a ponernos más que una o dos veces tiene menos sentido que nunca.
Como no somos ángeles ni podemos aspirar a la perfección, habrá momentos en los que necesitemos comprar e incluso adquirir una prenda de tendencia. ¿Qué hacemos, nos fustigamos por ello? Pues no. Mejor intentemos engañar al cerebro con ciertos subterfugios de compradora experta. El más efectivo y recomendable tiene que ser acudir al circuito de segunda mano, esta vez sí en terreno digital. Cada vez más tiendas abren sus plataformas de compra para que las clientas puedan revender en ellas sus prendas, muchas mínimamente usadas. Es el caso de Zara: entra en 2024 con una tienda paralela que ofrece una segunda vida a sus diseños. Desviar el deseo de consumir moda hacia el circuito de la ropa usada no solo es interesante económicamente, sino satisfactorio éticamente.
Más trucos para enseñar al cerebro adicto a las compras: llevar a cabo toda la experiencia de compra, pero sin pasar por caja. Nos interesa recorrer muchas tiendas caras o muy caras y probarnos mucha de su ropa, tomando nota de tejidos, acabados y precios. Toda esa información será valiosísima cuando nos lancemos a comprar en las rebajas o aprovechando los descuentos puntuales en las tiendas online: sabremos exactamente qué prendas nos interesan. Lo importante es no caer por las atiborradas tiendas del low cost donde todo cuesta casi nada: allí, comprar se convierte en un automatismo, justo lo que no queremos. De hecho, si vas a comprar low cost sí o sí, lánzate al terreno de la cosmética. Plántate en Sephora o Primor y quítate el mono de comprar con un labial, un iluminador o una buena crema. Productos que no vas a acumular, sino a agotar.