Sus agujas no solo han hecho historia; a veces, la han vestido. Inalcanzables para la mayoría e inspiración para otros diseñadores, hablamos de modistos que han sabido coser un punto y aparte en cuestión de moda nupcial, habitando ese complicado espacio que se encuentra entre el propio estilo y los deseos de sus novias.
Sus vestidos, producto de larguísimos y elaborados procesos, funcionan porque diseñador y clienta alcanzan una sintonía especial, un momento de comunión mágica imposible de reproducir en una tienda: la identificación entre creador y musa se produce en tiempo y presencia real.
Tiempo: unos cuatro meses si el vestido elegido procede de la colección y no se solicitan modificaciones importantes, y al menos el doble si el diseño es exclusivo. En lo que va de un diseño terminado a otro que hay que imaginar, lo que marca la diferencia es el presupuesto: de unos 10.000€ a casi el infinito. Para las novias que pueden permitírselo no hay fronteras.
Con 40 años fundó su propia firma, que despegó en los felices 80 y triunfó en los minimalistas 90. Viste a las grandes estrellas del showbusiness, aunque solo desde 2005, año de la creación de Armani Privé, cose alta costura para sus clientas más exclusivas.
La primera boda súper mediática vestida por Armani (con permiso de la de Mira Sorvino, en 2004) fue la de Katie Holmes y Tom Cruise, en 2006. El vestido de seda color marfil, adornado con encaje valenciano y cristales de Swarovski, necesitó 400 horas de trabajo.
Dos bodas playeras encontraron en diseños de Armani la elegancia sencilla que requiere un escenario de mar y arena: la de Elsa Pataki con Chris Hemsworth en Indonesia, en 2010; y la de Megan Fox con Austin Green en Hawai, ese mismo año. Fox rizó el rizo: ir descalza sobre la arena con una cola de casi cinco metros de largo.
La princesa de Mónaco Charlène Wittstock permitió al creador italiano vestir una boda casi real en 2011. La crítica aplaudió la sencillez y depuradas líneas de su diseño, elaborado en seda duquesa de color blanco roto, embellecido con flores de piedras doradas bordadas a mano, cristales de Swarovski y madreperlas en forma de lágrimas. Se requirieron más de 2.500 horas para elaborar el vestido y bordar 40.000 cristales y 20.000 piedras.
La última gran boda con la firma de Armani ha sido la de Beatriz Borromeo y Pierre Casiraghi, el verano pasado. La novia usó seis vestidos a lo largo de la celebración, pero las citas más importantes fueron para el milánes: la de la boda religiosa y su posterior celebración. Ambos looks evocaban estilismos de la princesa Grace: tanto el tradicional vestido nupcial, de encaje marfil y manga francesa, como el de noche, de inspiración helénica, deudor del que la actriz lució en Atrapa a un ladrón.
Sus vestidos destellan casi tanto como el cielo de Beirut (Líbano), donde nació y abrió su primer taller en 1982, con solo 18 años. Allí ya utilizaba la aguja con maestría, tras pasar una año en París. Muy pronto logró el favor de la alta sociedad nacional, consumidoras adictas a la máxima expresión del lujo. Sus apabullantes vestidos de novia y de gala, suntuosos, dramáticos, cuajados de ricos adornos, le abrieron la puerta de la Semana de la Moda de Roma en los 90, y de la Alta Costura parisina a principios del nuevo siglo. Desde entonces es asiduo de Hollywood y de las grandes citas aristocráticas de Europa y Oriente Medio.
Uno de los diseños que han marcado su carrera fue el que le encargó Rania de Jordania para la ceremonia de coronación al trono de su país, en 1999. Bordado con esmeraldas y diamantes, se valoró en 2,4 millones de dólares. Y Hale Berry se convirtió en su madrina en Hollywood: llevó un Elie Saab en 2002, cuando ganó su Oscar a la Mejor Actriz.
Este año presentó su primera colección de novias en la Semana de la Moda de Nueva York: 27 vestidos con el toque barroco de la casa, a partir de 5.500€. Antes, además de la alta costura, creaba pequeñas colecciones cápsula para la firma española Pronovias.
¿Novias famosas? Este año, Khadija Uzhakhovs, hija de un billonario ruso, celebró una de las bodas más ostentosas transmitidas en Instagram. Su vestido superó los 25.000 dólares. En 2012 vistió a la princesa Stephanie de Luxemburgo el día de su boda: su traje estaba bordado por 50.000 perlas y costó más de 3.900 horas de trabajo.
El mundo de los cuentos se hace realidad en los vestidos de novia de Valentino, un clásico del romanticismo, ultrafemenino, que va como anillo al dedo tanto a las novias de la realeza como a las estrellas de Hollywood. Valentino vistió a Jacqueline Kennedy en su boda con Aristóteles Onassis, en 1968. Luego vendrían Elizabeth Taylor; la princesa Marie-Chantal de Grecia, que en 1995 deslumbró con un vestido de falda en forma de tulipán en seda color marfil con bordados a mano de perlas y encajes; y la reina Máxima de Holanda, en 2002, llegó hasta el altar con un espectacular diseño de manga larga, cuerpo liso, apenas vuelo y cinco metros de cola.
Magdalena de Suecia fue la última que llevó una de sus creaciones, en 2013. Un año antes, Anne Hathaway, a la que el modisto considera una hija, llevó un vestido de seda marfil y una cola de color rosa pintada a mano.
En los últimos años, con Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli, la cotización de Valentino no ha dejado de subir, hasta el punto de que se atribuye a la firma el vestido más caro: medio millón de libras, para una novia rusa. Los creadores también hicieron el vestido de Tatiana Santo Domingo y homenajearon a su maestro con el de Nicky Hilton, en 2015, inspirándose en el de Marie-Chantal Miller. Y para la boda de Benedict Cumberbatch y Sophie Hunter confeccionaron el vestido de la novia en tres meses, la mitad de lo necesario. La petición tenía truco: Vogue publicó las fotos que hizo Annie Leibovitz.
Trajes de princesa o diseños que rompen convencionalismos. son los que todas vamos a recordar.
20 de enero-18 de febrero
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