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El fin de la historia, el principio del infierno

Hace 20 años Dolores Vázquez due condenada por un asesinato que no cometió. El tribunal la condenó para años después ser desclarada inocente y exculpala.

Hace 20 años, todos estábamos seguros de que Dolores Vázquez era una asesina. / D.R.

Lourdes Garzón
Lourdes Garzón

Hace 20 años, todos estábamos seguros de que Dolores Vázquez era una asesina. La polícía, el tribunal que la condenó, su expareja y madre de la víctima, Rocio Wanninkhof, los periodistas, los espectadores. Y ninguno de nosotros, incluido el jurado que la declaró culpable y el tribunal que la condenó a 15 años de prisión, necesitó pruebas concluyentes para esa certeza. Estaba claro, se sabía, no había más que verla, hasta un ciego se habría dado cuenta. En esa vergonzosa unanimidad había prejuicio, homofobia, machismo, sensacionalismo y una terrible presión mediática y social que habría pulverizado a cualquiera. Dolores recibió en la cárcel la noticia de que se había encontrado al asesino del crimen que se le imputaba y de que su caso se sobreseía. Y entonces, con el final de la historia, el final del horror, el alivio de una inocencia reconocida, no llegó la paz sino el infierno.

Me interesa mucho ese ángulo ciego de la historia. Porque Dolores Vázquez, inocente y exculpada, no continuó con su vida. Tuvo que huir de su vida y la huida le ha costado 20 años. Dos décadas de las que sabemos muy poco. Que dejó su casa de Fuengirola, que vivió en Reino Unido. Que solo habló una vez para decir que nadie le había pedido perdón y que nadie la había compensado por todos esos años. ¿Cómo se compensan dos décadas en las que cada vez que conoces a alguien te preguntas si te ha reconocido, si cree que eres la asesina de una adolescente? No lo sé, pero me gustaría escucharla.

Dolores volvió a su tierra, a Galicia, hace un tiempo. Espero que haya encontrado paz y alegría. Que no sienta todavía, dolorosa y persistente, la herida de nuestra vergonzosa indignidad.