Particularmente, soy de las que opinan que todos deberíamos tener las recetas de nuestras abuelas y nuestras madres escritas en una libreta a la que recurrir siempre que no sepamos qué cenar y qué comer. Que sus consejos son sabios y que, esta, es la única manera de que todos esos platos que saben a gloria y a raíces sigan perdurando con el paso del tiempo, de los años y de la vida en general.
Como fiel defensora de esta idea, me he pasado años cocinando al lado de mi abuela y deleitándome con sus recetas. Mientras ella iba echando los ingredientes de sus platos estrella con mimo a la cazuela y los ponía al fuego lento, yo apuntaba paso por paso todo, sin quitar un ojo de lo que estaba haciendo y pensando que ese sería el secreto de que sus recetas supieran igual cuando las hiciera yo. He de decir que nunca he conseguido el mismo sabor de nada de lo que pruebo que ella me enseñó, pero sí que me he quedado alguna que otra receta que me salva de apuros cuando quiero desintoxicar mi cuerpo y cuando no tengo muchas ganas de hacer nada elaborado.
Ya he contado el hábito que aprendí de mi abuela para irme a la cama con la tripa plana. Ahora, quiero hablar de la sopa típica en Extremadura que me enseñó mi abuela, hija de la misma tierra. Una sopa de tomate en la que solo tienen cabida las verduras y que, si bien solo sabe especialmente buena si se hace al gas, en vitrocerámica el resultado también es bastante gratificante.
No soy muy amiga de compartir recetas de mi abuela, pero visto el resultado que me da a mí, lo que me ayuda a irme a la cama deshinchada, con una sensación ligera en el cuerpo y, además, con lo fácil de hacer que es, quiero que todo el mundo pueda beneficiarse de ella.
Esta sopa es una de ls más típicas de Extremadura, está presente en muchas casas de la región (y me consta que también fuera de ella) desde tiempo inmemorables y es súper sencilla de hacer.
Cuando tengo que hacerla para mi pareja y para mí, mi abuela en una cazuela cuatro tomates grandes con un cuarto de cebolla, un pimiento, dos hojas de laurel
Cuando tengo que hacerla para mi pareja y para mí sigo los pasos de mi abuela cuando ella la hacía para las dos: cuatro tomates grandes, un cuarto de cebolla morada, un pimiento rojo, una cucharadita de pimentón de La Vera, un diente de ajo machado, sal gorda y aceite de oliva.
Pelo los tomates, los corto en trocitos pequeños y los dejo reposar (si te gusta sin acidez, puedes poner una cucharadita de azúcar por encima para que esta desaparezca). A continuación pongo la cebolla y el pimiento a calentar en una sartén junto al laurel y un poquito de aceite, a fuego bajo. Cuando ya veo que está dorado, añado el pimentón y muevo bien a fuego alto para, a continuación, echar el tomate picado y el machado de ajo y seguir moviendo a fuego medio un ratito.
Ahora será el momento de añadir dos vasos de agua y seguir removiendo bien, con el fuego alto. Y, a continuación, lo dejo a fuego lento que se haga lentamente con la tapa puesta durante quince minutos más.
Si tuviéramos que pensar en una sopa baja en calorías, seguramente una de las primeras que se nos vendría a la mente sería la sopa de tomate. Una sopa que, pese a su ligereza, está llena de beneficios para nuestro organismo.
Uno de los componentes que identifica el color de tomate es su concentración en licopeno, un carotenoide que ayuda a reducir el riesgo de sufrir cáncer; un beneficio que tienen, sobre todo, los tomates cocidos, de acuerdo a este ensayo publicado en la revista Nature. Además, este fruto está lleno de otros carotenoides, compuestos que protegen la piel y los ojos, así como que aceleran la curación de las heridas, de acuerdo a esta investigación científica.
Sin embargo, a mí me ayuda mucho la fibra del tomate, que es perfecta para desintoxicar el organismo y que ayuda, además, a producir sensación de saciedad, por lo que me voy a la cama sin hambre, pero sintiéndome totalmente ligera.