diseños icónicos
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Holístico, humanista, romántico, provocador, sorprendente. Son las palabras que mejor definen a Marcel Wanders (Boxtel, Países Bajos, 1963), el diseñador que cambió los paradigmas de su profesión en 1995 con su silla Knotted. Esa mezcla de tecnología, audacia, belleza y artesanía conforman el ADN de su trabajo. Wanders sigue creando con la misma curiosidad y fuerza desde su estudio y a través de su firma Moooi.
Mujerhoy. ¿Por qué eligió el diseño como profesión?
Marcel Wanders. Desde niño me gustaba hacer manualidades. Monté mi pequeño taller en casa, donde inventaba proyectos locos. No tenía ni idea de que había algo llamado diseño, pero tuve la suerte de que un profesor me habló de la Escuela de Eindhoven. Pensé que podría fabricar objetos útiles, como aspiradoras o tostadoras. [Risas] Me apunté sin saber lo que me iba a encontrar.
De esa prestigiosa escuela, le expulsaron. ¿Había motivos?
Analizándolo con la perspectiva de los años, creo que yo quería experimentar y los profesores enseñaban el diseño como estrategia, no como una parte de lo que llamamos cultura.
¿Qué aprendió de esa experiencia que se intuye traumática?
Sí lo fue, pero me ayudó a saber que mi camino pasaba por educarme a mí mismo, así que me fui a Maastricht para aprender de los artesanos joyeros y leí sobre materiales y estructuras, pero también sobre marketing y publicidad.
En 1995 bocetó la Knotted Chair, un éxito mundial que proyectó su carrera a nivel internacional.
Antes escribí un libro sobre las diez piezas más innovadoras de la historia del diseño. En él volqué mi visión del sector, una hoja de ruta que me ha guiado. Y después nació la Knotted.
¿Por qué cree que fue tan bien acogida?
Fue el resultado de muchas reflexiones sobre cómo el diseño cuenta historias y puede generar cambios positivos, cómo conecta con la gente desde una perspectiva racional y emocional. La Knotted tiene un material puntero en los 90, pero se fabrica con técnicas artesanas. Es mestiza. Esas ideas se hicieron un hueco en el diseño: imperfección, innovación, artesanía... Fue un hilo del que surgieron otras historias.
Más tarde, en 2001, fundó Moooi. ¿Por qué?
Mi socio Casper Vissers y yo queríamos que nuestros objetos conectaran con la gente. Y decidimos empezar una ruta con un nombre visual y simbólico. Como en holandés Mooi significa belleza, añadimos una vocal para subrayar la importancia de ese concepto en nuestra manera de entender el diseño.
Sorprendente, rebelde, ecléctico, inesperado. Así ha definido su trabajo. ¿Se sigue identificando con esas palabras?
Sí, siempre me ha gustado inventar piezas distintas. He fabricado objetos funcionales, pero mi objetivo es generar conversación, cambiar el status quo. A veces, mis muebles están concebidos para que se hable de ellos, para volarnos la cabeza. No trabajo para crear cosas bonitas sino para que el diseño progrese. Como diseñadores, debemos ser capaces de redefinir la relación entre lo humano y lo artificial.
¿Qué piensa de la Inteligencia Artificial, que podría cambiar la manera en la que entendemos la creatividad?
Me asusta un poco. Si analizo cómo he llegado hasta aquí, veo un camino duro, con noches sin dormir y momentos difíciles pero increíbles. Me da miedo que la IA convierta en irrelevante ese aprendizaje por el que mi generación ha transitado. Algunos procesos que me han mantenido muy ocupado desde los 80 se hacen ahora en segundos. ¿Merecerán la pena en el futuro esas noches sin dormir? ¿Seguirán existiendo? ¿Cuál será nuestra misión como creadores y creativos? Porque esas horas insomnes dieron sentido a mi trabajo.
¿No utiliza la IA entonces?
Sí, obviamente, pero solo como complemento. Soy de la vieja escuela y sé lo que quiero, pero si no tienes un conocimiento profundo del diseño, aporta resultados.
Hay expertos que plantean teorías apocalípticas.
Si te soy sincero, no sé si nos reemplazará y nos convertiremos en los dinosaurios del siglo XXII. [Risas] Pero habremos sido nosotros, los humanos, los responsables de la energía que creó esa herramienta asombrosa, aunque no la sobrevivamos. Y eso tiene, simbólicamente, mucha carga de belleza.
Ha sido testigo privilegiado de los cambios en su sector.
El diseño ha cambiado a todos los niveles, desde la manera en la que se comunica a los materiales con los que se fabrica. Mi profesión se ha transformado quizá más que el resto porque nuestro entorno ha cambiado mucho más que nosotros.
¿Y en su trabajo? ¿Se sigue identificando con sus objetos?
Siempre he intentado hacer cosas que no parezcan nuevas. La permanencia, la durabilidad, la atemporalidad son mis grandes metas y empiezan por no tirar lo que haces, por fabricar cosas que merezcan ser conservadas.
A lo largo de su trayectoria ha creado más de 1.700 objetos y proyectos. ¿Cómo se motiva todavía?
Mi teoría es que si te aburres durante cinco años, no lo harás durante 40. Me mantiene curioso la responsabilidad que la humanidad tiene con su entorno.