Hace unos años, una mujer de Virginia (EE.UU.) compró un lote de objetos en una feria local. El lote contenía una vaca de plástico, un muñeco viejo y un cuadro cubierto de óxido. Pagó 40 dólares por los tres objetos, el último de los cuales resultó ser un Renoir valorado en más de 100.000 dólares. Es inevitable recordar esta anécdota ante el ninguneo de público, institucional y de patrocinadores en el deporte femenino: ¿acaso son ellas un Renoir de cuyo verdadero valor nadie parece ser muy consciente?
Pensemos por un momento en la foto del deporte femenino español en 2017. Es hermosísima y está llena de victorias. Por ejemplo, Garbiñe Muguruza que alcanzó el número uno del ranking de la WTA. Lugar que hasta ese momento solo había conseguido Arantxa Sánchez Vicario, en la época en que todavía nos cardábamos el pelo. Era 1995 y Garbiñe Muguruza tenía solo dos años. Además, el número uno de Muguruza ha coincidido en el tiempo con el liderato de Rafa Nadal, algo que no sucedía en el tenis mundial desde el año 2003 con los americanos André Agassi y Serena Williams. Y en el banquillo del tenis también hemos tenido la cuota de éxito. El de Anabel Medina entrenando a la campeona de Roland Garros, Jelena Ostapenko.
Tenemos también a Mireia Belmonte, de la que cualquier cosa que se escriba a estas alturas suena redundante. Este verano añadió a su palmarés el título que le faltaba: el oro en el Mundial -el primero de natación obtenido por una española-. Y se llevó dos medallas más en Budapest, a pesar de un resfriado. Y, todo haciendo extremadamente fácil lo que cualquier humano medio hace de forma extremadamente calamitosa: nadar en mariposa.
De Budapest, España se trajo también las dos medallas de Ona Carbonell: ese oasis de perseverancia y elegancia dentro de una selección de natación sincronizada que está atravesando una fase de redefinición.
Lidia Valentín fue campeona del mundo absoluta de halterofilia en la categoría de hasta 75 kilos. Además de oro en arrancada y oro en dos tiempos. Triple oro. En su caso, es la primera vez que una halterófila española gana el oro en un mundial absoluto, ya sea en categoría femenina o masculina. Durante años, los tramposos le robaron a Lidia Valentín la satisfacción de vivir las fotos de los podios olímpicos. Eso no volverá, pero poco a poco se va compensando con ella la injusticia.
Y si seguimos mirando alto, tenemos también a Ana Carrasco, que pasó a la historia en el mes de septiembre convirtiéndose en la primera mujer en ganar una prueba del Campeonato Mundial de Superbike. Pasó 53 milésimas por delante de sus rivales Alfonso Coppola y Marc García. Por otro lado, Carolina Marín ganaba su tercer Campeonato de Europa de Bádminton (el tercero de forma consecuitva) en abril. Marín y la escocesa Gilmour repitieron la final de 2016 y, como ocurrió en La Roche-sur-Yon (Francia), la española no concedió la más mínima opción a su rival.
Sandra Sánchez, tricampeona de Europa de kárate y la número uno del ranking mundial, no se baja del podio desde enero de 2015. Y ahí siguen también, imperturbables, las chicas de waterpolo, plata en el último Mundial. Como la atleta Ruth Beitia, plata de salto de altura en los europeos en pista cubierta de Belgrado. Ruth anunció su retirada en octubre descendiendo de lo alto, de ese vuelo imposible con el que tocó techo en Río. Y la vamos a echar de menos.
Lo que por desgracia no ha cambiado este año en el deporte femenino es el escaso eco mediático y el poco apoyo económico que suele recibir. Es el reverso tenebroso de la luz que desprenden nuestras deportistas. Un ejemplo que vivió esta periodista en primera persona: el pasado verano, en Reikiavik, durante un partido de la selección femenina en la Eurocopa, los islandeses llenaron las calles de la ciudad con pantallas gigantes para ver a su equipo competir contra las españolas. La afición, con los apellidos imposibles de ellas estampados a la espalda, animaron todo el partido como si se tratase de la fiesta de graduación de sus hijos (o un Madrid-Barça). Habían instalado incluso displays de cartón a tamaño real con la imagen de la selección en la que los hinchas podían poner la cara para hacerse la foto. ¡Lo más sorprendente es que ni siquiera se jugaban nada, era el tercer partido de la fase de grupos y ya estaban eliminadas!
Pero aquí no hubo pantallas, ni apoyo en las calles, ni portadas, ni displays de cartón en la Puerta del Sol. Ni para la selección española de fútbol, que participaba en esa misma Eurocopa -y cayó en cuartos de final-, ni para las jugadoras de hockey sobre patines, que se proclamaron en septiembre campeonas del mundo. ¿Alguien se enteró? Quizá el mejor ejemplo de lo que sigue pasando con gran parte del deporte femenino lo representan las niñas del AEM Lleida, un equipo de fútbol formado por jugadoras de 10 a 12 años que ganaron este año la Liga de Segunda infantil masculina. Esa misma temporada, un árbitro le había gritado a una de ellas: ' Barbie, levántese'. Y, en modo Lázaro, esas 'barbies' de Lleida se levantaron contra los tópicos y los prejuicios machistas. Pero unas semanas más tarde las mismas chicas tuvieron que volver a la prensa, esta vez para pedir ayuda. No tenían patrocinio alguno. Ni un solo esponsor. La inscripción del equipo la había pagado el presidente de su bolsillo, también el césped artificial.
En la actualidad, hay en España unas 11.000 licencias federativas de mujeres, pero solo un porcentaje mínimo de ellas vive de un salario fruto de su trabajo en las pistas. El deporte femenino ha sido, y es, la pescadilla que se muerde la cola: la falta de resultados traía consigo una falta de inversión. Y como no había inversión, no había resultados. Muchos de los éxitos personales de nuestras deportistas han llegado gracias al apoyo familiar, a una persistencia estoica de las atletas o a iniciativas privadas. Pero del interés de las marcas depende también el apetito de las grandes audiencias. Los espectadores podemos contribuir a un cambio consumiendo más deporte femenino, o sencillamente cambiando los viejos prejuicios, esos que dicen que 'las mujeres no son capaces de entender un fuera de juego'. ¿De verdad?
El 2017 ha sido el año de Garbiñe Muguruza, Mireia Belmonte, Lidia Valentín, Anabel Medina, Ana Carrasco, Amaia Gorostiza, Victoria Pavón, Carolina Marín, Sandra Sánchez, Ona Carbonell y Ruth Beitia; el año de la selección de hockey sobre patines, de la selección de waterpolo, la de balonmano; y el año de esas 18 niñas de Lleida que han ganado una liga masculina de fútbol. Y ya es hora de que la situación del deporte femenino cambie. De que entendamos que no es solo una cuota para la propaganda 'social' de algunos organismos internacionales. Porque las deportistas no son superguerreras, sirenas o diosas; son deportistas. Y no 'lucen espectaculares en bikini', lucen espectaculares en el podio.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?