No hay motivo para la alarma, no se trata de estar con la barriga un año y medio, sino de considerar los primeros nueve meses tras el nacimiento como la continuación de la gestación intrauterina, sumando así los 18 meses. Igual que los marsupiales tienen una parte del embarazo dentro del cuero de la madre y otra en el marsupio, los humanos nacen con una dependencia absoluta de su madre.
La supervivencia autónoma, como sucede en otros mamíferos, es imposible. Pero no se trata sólo de pura supervivencia, sino de un desarrollo completo físico y emocional apegado a la madre, piel con piel y a demanda.
Una demanda que no se circunscribe sólo a la lactancia materna, sino que se amplía a todos los ámbitos de la crianza como el movimiento, el calor o el acompañamiento. Nueve meses para que el bebé se sienta tan protegido y como cuando estaba en el útero materno ya que los cambios y los estímulos que recibirá el pequeño recién nacido nada más llegado al mundo son infinitos.
Al nacer, apenas el 25 por ciento del cerebro del bebé está desarrollado y las experiencias vividas durante los primeros meses, incluso años, son claves para su desarrollo. Esos primeros nueve meses son necesarios para completar ese crecimiento, ya que en torno al año, el bebé comienza a interactuar con el mundo que le rodea más allá de sus cuidadores y el apego inicial favorece la independencia posterior. Hay que tener en cuenta que tras ese primer año de vida, el cerebro estará desarrollado en dos tercios, lo que supone un cambio extraordinario.
El tacto es el primer sentido con el que bebé comienza a conocer el mundo, incluso antes que la vista o el oído, por lo que ser tocado y arrullado produce cambios en su ritmo cardiaco y respiratorio y, por tanto, en la oxigenación de la sangre. Más allá, ese contacto refuerza también la autoestima y la percepción de la identidad del bebé. Coger en brazos, el colecho o la lactancia materna son claros aliados para el contacto directo en entre la madre y el bebé.
En definitiva se trata de regresar al paradigma original en el cuidado de los bebés ya que la separación prematura puede favorecer una autonomía ficticia, mientras que el contacto con la madre logra que los sistemas del bebé se mantengan a un ritmo regular.
Más allá, la ausencia de contacto hace que aumenten los niveles de cortisol (la hormona del estrés) en sangre lo que repercute negativamente en la hormona del crecimiento y en la función inmunológica.
A todos los beneficios que proporciona al bebé esta gestación posterior al parto se suman los que aporta a la madre que se beneficia física y emocionalmente del contacto con su bebé.
20 de enero-18 de febrero
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