Como aseguraba Maggie Nelson en Los argonautas (2015), «nadie habla lo suficiente de lo oscuro que puede ser un embarazo». Por eso, porque pocas publicaban lo dura y angustiosa que puede convertirse la gestación, ni lo complicado que puede ser criar hijos, varias escritoras se han volcado en derribar los estereotipos de la maternidad en los últimos años. En ficción, ensayo o una simbiosis de ambos, autoras de medio planeta están publicando sobre el embarazo, el parto o la experiencia de ser madre.
«Se habla de boom, pero no creo que sea una moda, esta literatura es necesaria; cuando escribí Linea nigra en 2017 me costó encontrar referencias, así que me pregunté por qué se ha escrito tanto sobre el amor o la muerte, pero tan poco sobre el parto o la crianza. La razón es que estos temas se consideraban intrascendentes: escribir un diario del embarazo es común, pero antes se hacía a escondidas. Hoy existe un interés editorial y del público por estos textos», explica Jazmina Barrera, Escritoras y ensayistas coinciden en compartir la experiencia del embarazo y la crianza en un boom literario que repara un silencio histórico. ensayista y novelista mexicana. Su libro, Linea nigra, un honesto relato en primera persona sobre su embarazo y los primeros meses de vida de su hijo Silvestre que hoy tiene cuatro años, ha sido un inesperado éxito y prepara su edición en EE. UU. «No solo lo leen mujeres, muchas se lo pasan a sus compañeros», comenta.
Si en los 60, como denunció la psicoanalista Helene Deutsch, las madres no escribían sino que estaban escritas, hoy son ellas las que se retratan. La metamorfosis siempre ha sido un material suculento para el arte. ¿Acaso el embarazo no es una de las trasformaciones más comunes y evidentes? Unos cambios profundos que condicionan la manera en la que se crea. Marta Barrio, galardonada por Menuda Leña con el premio Tusquets, comparte con Barrera la escritura fragmentaria. «Escribo robándole horas al sueño mientras mi hija duerme. Mi técnica es la de la hormiguita: todos los días un trocito, una frase y con suerte un párrafo, y luego, en vacaciones, más». Decía Valeria Luiselli que mientras tuviera una niña pequeña solo podría tener proyectos «de corto aliento», y en esos capítulos de párrafos breves, encuentro la medida de la escritura. Marta Jiménez, autora de Los nombres propios, comparaba la escritura con la limpieza; su abuela limpiaba y ella escribe y escribir es una forma de limpiar, y segú avanzas borras, y al borrar lo escrito limpias el texto, hasta dejar lo necesario».
La segunda novela de esta editoray licenciada en Filología Hispánica es un doloroso recuento de un embarazo frustrado y de la lucha por el aborto de una mujer a la que atacan unos perros, una historia inspirada en hechos reales. «Una amiga me contó un secreto que no le podía contar a nadie más. Esa fue la semilla de esta novela, que es un árbol híbrido con muchas ramas digresivas. Durante la escritura fueron surgiendo más ramas de mujeres cercanas que me confiaron sus experiencias, que me convencieron de que hay cosas no nombradas a las que ya iba siendo hora de poner nombre, y del poder de la literatura como catarsis».
Cuando Barrio acababa de retocar su novela, se publicó Tienes que mirar, de Anna Starobinets, sobre el mismo tema. «Al principio me pareció mala suerte, pero luego me di cuenta de que era el zeitgeist y si hemos leído mil novelas sobre la crisis de mediana edad de un hombre divorciado, ¿por qué no leer varias sobre la maternidad frustrada?», reivindica Barrio, que también se inspiró en sus emociones. «Recuerdo el embarazo como una época complicada; todavía tengo pesadillas. Me molestaba cuando me decían que tenía que disfrutar de esa etapa maravillosa, porque yo solo quería tener a mi hija en brazos y que pasaran el miedo y la incertidumbre». Derrumbar el mito de que el embarazo es siempre un estado de felicidad, se convirtió en una necesidad. «Cuando me preguntaban cómo estaba y contestaba con sinceridad, me decían que no sería para tanto, que antes las mujeres no se quejaban y parían seis o siete hijos. Era como si lo estuviera haciendo mal, me sentía culpable por no casar con un ideal inalcanzable. Es importante no descalificar el dolor o el miedo de las gestantes en nombre de esa positividad impostada», alega.
La resignificación de los arquetipos, la literatura como motor de cambio y la identificación están detrás de este fenómeno que tiene más de emocional que de mercadotécnico: existe una urgencia por compartir estas vivencias, por contribuir a una transferencia de un saber colectivo e intuitivo que, por vergüenza o por convención social, había quedado velado. «Muchos me han preguntado cómo no me dio pudor hablar de esto pero para mí era esencial acabar con tabús como el amamantamiento en público. En mi caso, la lactancia fue lo más difícil, duró dos años, habría necesitado una guía más cercana y menos prejuicios», opina Barrera.
Sobre la supuesta incompatibilidad entre maternidad y creatividad, las entrevistadas coinciden en lo primordial: pueden ser complementarias. Quienes la han elegido libremente y han contado con ayuda –»debo mis dos novelas a las tarteras, y a esa entrega incondicional de los abuelos», sostiene Barrio–, aseguran que la han visto potenciada. «Como decía Ursula K. Le Guin, los bebés comen libros, pero luego escupen pedazos con los que puedes construir algo. Mi vida intelectual se ha estimulado, la crianza implica inventarse juegos continuamente», reconoce Barrera.
Coincide en su vocación documentalista, la escritora y periodista Nuria Labari, autora de La mejor madre del mundo, con la que incidió en la necesidad de que la maternidad se validara en lo literario. «Nadie entiende que el amor sea solo de los amantes o la guerra de los soldados, ese libro es un grito con el que exigía que la maternidad tuviera cabida en el canon. El libro tuvo una buena acogida, pero la temática no se consideró literaria: se me entrevistó, pero no salió reseñado en ningún gran medio cultural. Vamos ganando espacio, pero ciertos temas se siguen valorando como menores, un libro sobre la menstruación será más activista que literario», argumenta.
¿Y qué hay del canon ensayístico? Libros de autoayuda sobre el tema sobran pero los textos de pensamiento escritos por mujeres no abundan. La poeta y académica estadounidense Adrienne Rich abrió la veda en 1976 con Nacemos de mujer, reeditado en España por Traficantes de sueños. «La maternidad en el feminismo sigue siendo una temática escorada. No es entendida como la liberación de las mujeres, sino como todo lo contrario. Rich es una pionera», opina la escritora y socióloga Fefa Vila.
Poeta y ensayista, María do Cebreiro ganó el pasado diciembre el premio Ramón Piñeiro, con un ensayo que critica la profesionalización y la excesiva normatividad de la crianza. «Como la mayoría criamos muy solas, leemos muchísimo. El rol maternal se profesionaliza y se trasladan herramientas y técnicas neoliberales: autocontrol de calidad, autoescrutinio, la inteligencia emocional de Goleman aplicada a la crianza… Es la tecnocracia de los cuidados», explica Cebreiro que asegura que, aunque todos los libros se escriben con las manos, este es el que más ha escrito con el cuerpo. «Lo hice cuando la niña tenía seis meses, empezó con la alimentación complementaria y encontré el espacio para la escritura».