Tamara Rojo vuelve a casa convertida en directora del San Francisco Ballet y presenta El lago de los cisnes en el Teatro Real

No es rusa y no se curtió sobre las tablas del mítico Bolshói de Moscú. Pero es nuestra Maya Plisétskaya particular. La bailarina española más internacional nos trae una nueva versión del clásico por antonomasia del ballet. Ahora como directora artística. La belleza está servida. Basta con seguirle los pasos a Odette.

Tamara Rojo presenta El lago de los cisnes en el Teatro Real de Madrid. / rj muna

Ángeles Castillo
Ángeles Castillo

Tamara Rojo ha volado muy alto. Por los cielos de Londres, pero también por los de California. Dando vueltas y vueltas alrededor de los más excelsos escenarios y revolucionándolos. Siempre como dentro de un cuadro de Degas.

Ahora, nuestra estrella de la danza más internacional vuelve a casa como flamante directora del San Francisco Ballet, que es más que un honor. Recordándonos que la danza está ahí. Lo hace nada menos que con el clásico de los clásicos del ballet, El lago de los cisnes, y en el Teatro Real de Madrid . Como directora artística, ya no como bailarina. El templo de la lírica acogerá, del 15 al 22 de octubre, la representación bailada del cuento de hadas de Sigfrido y Odette. La música, ya se sabe, es de Chaikovski.

Antes de que se levante el telón y de que el SF Ballet ponga en danza una nueva versión de la coreografía de Helgi Tomasson, su antecesor, Tamara entrará por la puerta grande de este gran ruedo en el que suele jugarse la vida la belleza. No es de extrañar. Sobre todo si se tiene en cuenta que Rojo ya hacía puntas con solo nueve años en la escuela de Víctor Ullate , con quien estuvo hasta los 19.

O si se piensa que formó parte del Ballet de la Comunidad de Madrid, se licenció en danza y coreografía en el Real Conservatorio de Danza Mariemma y estuvo una década como primera bailarina en el Royal Ballet de Londres. Eso ocurrió antes de ser nombrada directora artística del English National Ballet, cargo que ostentó durante casi diez años.

Allí debutó con una revisión de Raymonda, como hizo Nureyev en el Palais Garnier cuando fue nombrado director de la Ópera de París. Con una salvedad: se inspiró en la mítica enfermera Florence Nightingale y trasladó la acción de la Edad Media al siglo XIX. Tamara rompía así moldes. Como en su puesta en escena del Broken Wings de Anabelle López Ochoa, donde interpretaba además a la inmortal Frida Kahlo .

Carlos de Inglaterra y la reina Letizia, fans de Tamara Rojo

Entre sus muchos laureles están la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (2002), el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2005), que compartió con la gran Maya Plisétskaya -un premio en sí mismo-, y la Orden del Imperio Británico (2016). Esta última se la entregó el entonces príncipe Carlos de Inglaterra en nombre de Isabel II; en el Reino Unido la adoran. Sin duda, Píndaro le habría compuesto una oda. No en vano, ella acostumbra a comparar a los bailarines con atletas olímpicos.

Sin salirnos del mundo de las aristocracias, muy del gusto del poeta de la Antigüedad, Tamara Rojo contó en 2019 con unas espectadoras de excepción. La reina Letizia, Leonor y Sofía , el trío más florido de nuestra realeza, se dejaron caer por el Real tras la recepción del 12 de octubre. Le devolvían así la visita a la bailarina, presente en el acto institucional. Ni madre ni hijas, aficionadas a la danza, quisieron perderse Giselle, reimaginada por Amram Khan, la obra maestra del romanticismo y con la que Tamara se retiró de los escenarios en 2022 en París. Dado que corren las mismas otoñales fechas, se impone la pregunta: ¿habrá en las butacas esta vez presencia «real»?

El San Francisco Ballet interpretando El lago de los cisnes. / Lindsay thomas

A Tamara, que es madre del pequeño Mateo (2021), fruto de su relación con el también bailarín Isaac Hernández, hay que reconocerle igualmente sus éxitos fuera de los teatros. Cursó un máster en Artes Teatrales en la Universidad Juan Carlos de Madrid y se convirtió en doctora con sobresaliente cum laude por el Instituto Superior de Danza Alicia Alonso del mismo centro universitario. Y esta vez no fue bailando, sino por su tesis titulada Perfil psicológico de un bailarín de alto nivel: rasgos vocacionales del bailarín profesional. En sus páginas dejaba claro que, más allá del duende, había que superar la mítica marca de los 10.000 pasos para lograr la madurez artística.

Una empinada cumbre que han alcanzado las primeras bailarinas Sasha De Sola, Wona Park, Nikisha Fogo y Jasmine Jimison, que son ahora Odette/Odile, en un doble papel que es un reto coreográfico y dramático, muy al estilo de Rojo. Odette, la princesa de la historia; Odile, la bruja. Cisne blanco y cisne negro. En la piel del príncipe Sigfrido se meterán los primeros bailarines Aaron Robison, Wei Wang, Max Cauthorn y Harrison James.

Los clásicos, como se ve, son continuamente reinterpretados. Hasta llegar incluso al cine: lo vimos, salvando las distancias, en la bella y barroca Cisne negro (2011), de Darren Aronofsky, con Natalie Portman y Mila Kunis. Por no hablar de Billy Elliot y su grandiosa escena final.

Así es El lago de los cisnes que Tamara Rojo trae al Teatro Real

Hay que decir que se trata de la primera gira internacional del San Francisco Ballet desde 2019 y la primera bajo la dirección artística de Tamara Rojo, a su cargo desde 2022. Un nombramiento que la elevó aún más a las alturas al ser la primera mujer que lidera esta compañía en casi cien años de historia, 91 para ser más exactos. De hecho, es la más antigua de Estados Unidos.

Un momento de la representación de El lago de los cisnes por el SF Ballet. / LINDSAY THOMAS

Además, estamos ante el debut del SF Ballet en la capital española, con uno de los hitos de su repertorio histórico y con una anfitriona de excepción. Al fin y al cabo, Tamara se crio en Madrid, aunque nació en Canadá (Montreal, 1974).

Ya empezada la función, sonará la música interpretada por la Orquesta Titular del Teatro Real bajo la batuta de Martin West, director musical del SF Ballet. Curiosamente, West estudió matemáticas en Cambridge antes de consagrarse a la música en San Petersburgo y Londres; todo muy pitagórico. La puesta en escena y el vestuario son cosa de Jonathan Fensom, una institución en cuestión de decorados y figurines.

Por lo demás, recordar que el estreno mundial de El lago de los cisnes, con coreografía de Julius Reisinger, tuvo lugar en 1877 en el Teatro Bolshói (Moscú). Que la producción Petipa-Ivanov vio la luz dieciocho años más tarde en el Teatro Mariinski (San Petersburgo). Que el SF Ballet la interpretó, con coreografía de Willam Christensen, en 1940 en el War Memorial Opera House (San Francisco). Y que este último es el mismo escenario en el que se estrenó en 2009 la versión que ahora tiene entre manos Tamara Rojo frente al Palacio Real. Dos horas y 33 minutos de pasión y engaños con dos intermedios para recobrar el aliento.

Más allá de la lírica, las cifras que se manejan en el mundo de la danza le dejan a uno con la boca abierta. Desde que Tamara Rojo está al timón del ballet de la bahía más cinematográfica - imposible no acordarse de Hitchcock -, ha conseguido una donación de 60 millones de dólares que ha hecho historia. Maneja, por cierto, un presupuesto muy similar. Además de añadir nuevas obras al repertorio y haber ampliado las audiencias. A destacar la innovadora Mere Mortals, una reflexión sobre la inteligencia artificial con el mito de Pandora como telón de fondo.

Nada más llegar Rojo, el SF Ballet lanzó Creation House, una plataforma de creación que se suma a su exitosa escuela, por la que pasa cada año, de una manera u otra, el equivalente a una pequeña ciudad de provincias, 42.000 personas. Ya lo dijo el director de Vértigo, rodada precisamente aquí: «San Francisco es tan cosmopolita como París». Igualito que Tamara.

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