No te levantes, por favor

Dormir con personas que no conoces, escribir sin salir de la cama y el mito de la siesta: el libro que te invita a vivir tumbado

La editorial Acantilado publica en España Vivir en horizontal: Breve historia cultural de una postura, el ensayo del alemán Bernd Brunner sobre el poder de la horizontalidad a lo largo de la Historia.

En un momento de la Historia en el que la productividad es la máxima que rige nuestros días y conciliar el sueño es cada vez más difícil, tal y como demuestran los estudios y confirman los expertos, es necesario reivindicar el placer de estar tumbado. Algo a lo que puede ayudarnos Vivir en horizontal: Breve historia cultural de una postura, el ensayo del alemán Bern Brunner sobre el poder de la horizontalidad a lo largo de la Historia.

La editorial Acantilado es la encargada de traer a nuestro país este ensayo, que hoy llega a las librerías, en el que el autor del recientemente publicado La invención del norte (Acantilado) reflexiona sobre el arte de yacer y sus posibilidades más allá del descanso nocturno, la necesidad de dormir y cómo se ha gestionado a lo largo de los siglos y la importancia del mobiliario destinado a ello.

Ciento cuarenta páginas cargadas de curiosidades y datos interesantes en las que anónimos y famosos fueron representativos en la historia cultural de un acto que es visto con desaprobación, y vinculado a la pereza, cuando en realidad es uno de los mayores placeres que puede experimentar el ser humano.

Dormir con personas que no conoces (en la Edad Media)

Como comenta Brunner, «en lo concerniente al sueño, lo que predomina en la Edad Media es el caos, la confusión». Porque en una misma cama, especialmente en posadas y lugares relacionados con el descanso durante los viajes, no era raro compartir cama con extraños, algo que por aquel entonces era visto como normal. E incluso considerado como una suerte por parte de las clases sociales inferiores, ya que cuando no había más espacio y llegaba alguien de mayor rango a dormir, «exigía un lugar para descansar» y debían desocuparla.

La madera siempre ha sido un material básico a la hora de permanecer tumbados, aunque sea al natural. / Katie Moum - Unsplash

Alberto Durero, maestro del Renacimiento alemán, vio «una vez en Bruselas una cama para cincuenta personas que, al parecer, estaba prevista para los borrachos, que podían dormir allí su cogorza». Por aquel entonces, los colchones se rellenaban de paja mezclada con plumas, aunque como siempre ha habido clases, los ciudadanos ricos poseían camas de madera torneada con esmero.

Curiosamente, los esfuerzos por mejorar este mobiliario llegaban de los monasterios, aunque los monjes dormían en camas de madera sencillas, bajas y con un simple colchón de paja. Porque en esa época, y en anteriores, se despreciaban los colchones rellenos de pluma. Carlomagno decía que promovían un «reblandecimiento» del carácter.

En el siglo XIX, las camas compartidas pasaron de moda cuando varias voces «satanizaron la práctica por motivos higiénicos o morales». Y en muchos casos, en las metrópolis industriales, se pasó de compartir cama simultáneamente a dormir en la misma cama, pero por turnos.

Leer en la cama es un placer, aunque algunos también disfrutaban escribiendo sin abandonar la horizontalidad. / Annie Spratt-Unsplash

Según el ensayista alemán, hoy en día en algunas regiones de África y Asia no requiere explicaciones el hecho de que más de «dos o tres personas compartan el mismo lecho durante la noche», sin relación de parentesco o intimidad, a veces acompañados de animales domésticos, porque «se supone que esa forma de dormir protege del ataque de animales salvajes».

Escribir sin levantarse de la cama

A pesar de que a muchos nos parezca algo imposible, Brunner dedica un capítulo a aquellos que no salen de la cama para trabajar, bien por puro placer, bien por enfermedad. Como Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido, que en los últimos años de su vida escribía sobre una cama de latón en un dormitorio forrado con corcho. Mark Twain y Edith Sitwell también eran proclives a la posición horizontal porque «parece facilitarles una especial condensación de las ideas», según el autor.

El poeta William Wordsworth, cuenta Brunner «prefería escribir poemas acostado en su cama, en absoluta oscuridad, y volvía a empezar cada vez que perdía una hoja en medio de la penumbra y le costaba mucho encontrarla». Normal. Otro literato amante de la cama fue Edith Wharton, autora de La edad de la inocencia, que se refugiaba en ella para huir de la «tiránica exigencia de vestirse de etiqueta» y como allí no necesitaba llevar corsé fue el lugar en el que celebró su 80 cumpleaños, con una tarta que acabó «envuelta en llamas».

El mito de la siesta

Como no podía ser de otra manera tratándose de un libro sobre la horizontalidad, la cuestión de la siesta también ocupa algunas páginas. Brunner achaca la influencia de las condiciones climáticas de nuestro comportamiento en relación con el sueño a «esa larga cabezadita al mediodía, tan habitual en algunos países mediterráneos y que puede durar unas dos horas o más».

Descansar tras la comida antes estaba mal visto, ahora no tanto. / Chroki Chi-Unsplash

Más allá del deseo de que eso fuese cierto, el autor no duda en repasar ese recorrido científico propio de los países del norte que pasaron de decir que «dormir después de las comidas no era beneficioso para la salud», probablemente como una «expresión de rechazo a la «pachorra» mediterránea», a este tiempo en el que «parece haberse demostrado que una breve siesta» contribuye a elevar el rendimiento en la segunda parte de la jornada laboral.

El ritual matutino de Luis XIV, que necesitaba a seis aristócratas para ayudarle a salir de la cama, la existencia de habitaciones para recibir a las visitas y las que utilizaban para descansar, el devenir del diván del psicoanalista o la relación entre la postura en la que dormimos y nuestro carácter son otros de los temas que Brunner desarrolla en este interesantísimo ensayo en el que descubrimos que la horizontalidad está más presente en nuestras vidas de lo que creemos, aunque menos de lo que nos gustaría.

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Libros, Bienestar